27 de septiembre de 2023
Víctor Hugo Vallejo
No se trata de juzgarlos, sino de someterlos, humillarlos, ultrajarlos para hacerles saber quien ejerce el poder y que consecuencias se pueden sufrir cuando se le desafía.
Si la edad no le hubiese impedido el viaje de gira artística por varios países del continente americano, seguramente hubiera muerto el 24 de junio de 1935 en el Aeropuerto Olaya Herrera.
No era la persona más importante de ese mundo de cosas que se sucedían al margen de la legalidad. Era una vieja prostituta que ambicionaba cualquier hombre.
Es como disponerse, desde el mismo inicio, a asistir a la segura muerte de Isabel, la madre cabeza de familia, que, con autoridad, creatividad y mucho trabajo, supo sacar adelante a varios hijos.
Se murió en plena pandemia, pero no lo mató el virus que se ha llevado tantas vidas en el mundo y que tuvo la capacidad de paralizarlo y poner al borde del desastre la economía.
Los sábados en la mañana hay mucha menos gente en la calle y especialmente en ese sector. Las calles se quedan un poco solas y se prestan de alguna manera para que quienes se dedican al delito lo puedan hacer sintiendo, para ellos, un poco de mayor confianza.
No les sobra nada. Es posible que si les falte bastante. En el mejor de los casos ni les sobra, ni les falta. En el vecindario todos viven en medio de la obligada austeridad a que conduce la pobreza.
La señora Claudia se levanta todos los días a las una de la madrugada. A pesar de que vive en Cali, a esas horas de la noche hace frio. Ella se coloca el único saco de lana que alguna vez le regaló su hija, quien hace tiempo se fue a vivir al exterior y no volvió a saber nada de ella.
Cuando nació, no lloró. Dicen los que la han conocido desde siempre, que en lugar de llorar hizo sonar una especie de arrullo, para concluir en que no lloró, sino que cantó.
Fueron 21 años, 7 meses y 19 días en que las 24 horas se dedicó a pensar solamente en las razones que pudieron existir para estar tras unas rejas, sometido a un ignominioso tratamiento.
