Ambientalista
En el mejor de los casos, en sus obras apenas se insinúa la figura humana. Todo lo domina el paisaje. Todo se encuentra en poder del color. Permite que la luz juegue a darle vida a la vida. Hace que los azules se confundan en todos los espacios. Los colores oscuros sirven a manera de soporte de tantas existencias que se tejen a través de la luminosidad de los tonos. No solamente son para mirarlos, sino para verlos, sentirlos y vivirlos. La fortaleza de sus líneas y la contundencia de lo que quiere expresar, que es lo mismo que quiere expresar el observador, distinguen una obra que se construyó a través de más de noventa años de estar convencido que la naturaleza lo es todo y que el ser humano apenas si ha sido el gran depredador de aquello que le ha nutrido la existencia.
Sin que constituyese la moda del momento, la manera de mostrarse como diferente y cuando el término se acuñaba como expresión de diccionario de consulta, él ya era ambientalista. Es que había nacido en las alturas de la montaña, muy cercano del canto de los pájaros, del leve ruido arrullador de la lluvia, de la neblina envolvente que te abriga para generar frío, con la visión de muchos árboles por todos los espacios, con el dominio permanente del verde de los bosques y los azules del espacio, a veces mezclados con blancos de nubes que conforman figuras caprichosas, que pueden traducirse según el estado de ánimo de quien las observa, jugando en su pizarra a reproducir todo eso que estaba viendo y luego, al ingresar a la escuela, en el cuaderno, con la maravilla de cuando descubrió los lápices de colores con los que podía imitar todo eso que bañaba su visis de parecido a lo real. ravillavisitodo eso que estaba viendo y luego al ingresar a la escuela en el cuaderno, con la maravillaón, con un poco más de parecido a lo real.
Desde muy niño sabía que lo que más le gustaba era dibujar, pintar cosas, rayar en hojas en blanco, tratar de imitar todo lo que podía ver, que en medio de esos bellos paisajes de su natal Sevilla, en el norte del Valle del Cauca, tierra de cafetales, plataneras y sembrados de yuca, era demasiado para sus cuadernos de colegio, por lo que decidió que todos esos espectáculos de la naturaleza los iba metiendo en su memoria y alguna vez volvería a ellos.
Su papá era el dueño de la única tipografía del pueblo. Allí se imprimían especialmente tarjetas de invitación a celebraciones con diferentes motivos, o, a veces, esos saludos oscuros que producen los que se mueren y cuyas familias invitan a celebraciones de rezos y novenas, algunas veces volantes de publicidad, elementales, a una sola tinta e impresos por un solo lado. De lo poco que producía ese taller, más que imprenta, vivía la familia, en algo que su dueño aprendió a hacer como trabajador de talleres similares en ciudades donde vivió. Todo el trabajo era manual, mediante el uso de letras en molde de acero, con cajas en las que se iban juntando y componiendo los mensajes, para imprimir en papel, mediante la rusticidad de la fuerza de la plancha sobre la superficie, para dejar en letras de molde aquello que se quería expresar.
Por eso, el tipógrafo siempre se hizo la ilusión de que su hijo mayor debía ser un hombre dedicado a negocios productivos, con una profesión de esas bien lucrativas, como que para entonces las ilusiones del ascenso social casi estaban puestas en la descendencia de cada familia, en el pensamiento de que los hijos debían ser superiores a los padres. En un ambiente en el que el utilitarismo productivo reinaba en una cultura calcada que hab que era una bobada de muchacho, do el muchacho, una vez culminados sus estudios secundarios, le comunicna ambicia de lo que había llegado esa colonización de tierras y arrieros, su padre siempre pensó que su hijo mayor se dedicara a los negocios o ejerciera alguna profesión liberal, de aquellas que permiten, a través del desarrollo económico, poder salir adelante. Poco o nada lo llevaba al taller a que le ayudara, con el fin de mantenerle una ambición hacia destinos más productivos, no simplemente de seguir armando planchas en cajas metálicas para anunciar la venta de vermífugos.
La decepción del progenitor fue grande, cuando el muchacho, una vez culminados sus estudios secundarios, le comunicó lo que siempre le había dicho, que por siempre pensó que era una bobada de muchacho, que lo que quería ser en la vida era ser pintor.
Quiso que el joven le explicara de que se trataba, pues hasta ahora en la vida no había tenido la oportunidad de conocer un pintor, pues en el pueblo no se sabía de ninguno, casi todos eran o dueños de cultivos o trabajadores de esos enormes cafetales desde donde las mulas llevaban encima la carga de producto maduro.
El hijo se puso en la tarea de mostrarle al padre que era un pintor, con una hoja de papel y un lápiz, le dijo que observara ese árbol que tenían al frente y que él era capaz de reproducirlo en la hoja en blanco. Muy rápidamente lo hizo. El padre miró el árbol y miró el dibujo y le dijo que la verdad es que se parecían mucho.
Y de inmediato la preguntó que más hacía un pintor. El muchacho le dijo que eso y mucho más si contaba con los colores adecuados para reproducir la infinidad de colores que rodean a los seres humanos en todas las etapas de la vida. El padre lo miró y le dijo que era muy interesante, pero que seguía sin entender mucho, porque no encontraba eso para que servía, pues ahora esa hoja de papel iría a la basura y sencillamente no era más que una demostración de habilidad para el dibujo, que los seres humanos deben tener para que puedan explicar mejor las cosas.
El viejo quedó con la intriga de saber exactamente que era un pintor y para que servía. Por eso le preguntó a uno de sus amigos, dueño de una gran finca cafetera, para que servía un pintor. El pragmático campesino le dijo que para pintar. Entendió que no se estaban entendiendo y fue más concreto en la pregunta de saber si un pintor ganaba o no mucha plata. El amigo le dijo que los pintores normalmente terminaban borrachos y pobres, porque era una profesión que solamente servía para morirse de hambre.
Se propuso, entonces, hablar con su hijo, con el fin de disuadirlo e indicarle otros caminos en la vida. El muchacho le dijo que eso que le habían dicho podía ser cierto, pero de ahí a que terminara borracho y pobre, lo primero no iba a ser cierto, porque lo que quería era ser artista y eso demandaba tanto tiempo, que ni siquiera lo tendría para ser un beodo y lo segundo lo tenía sin cuidado porque no aspiraba a ser rico, sino a hacer lo que le gustaba desde siempre.
Le dijo que un pintor no se hacía así nada más, que necesitaba estudiar en una escuela en la que hubiesen los medios para procurar la creatividad y que en su pueblo eso no era posible, que sabía que en la Universidad de Caldas había una escuela de Bellas Artes y para allá se iba a ir a estudiar, para llegar a ser un pintor de verdad. El padre le dijo que era una decisión suya y que se la respetaba, aunque aún no era mayor de edad, pero que supiera que debía dedicarse a trabajar para pagarse sus estudios porque él no tenía con que seguirle ayudando y mucho menos en una ciudad como Manizales, que debía ser bastante costosas. El hijo le puso de presente que era consciente de todo eso y que estaba dispuesto a desempeñar los más humildes oficios, para atender su sostenimiento, mientras acomodaba un horario y podía estudiar en la escuela de Bellas Artes, que era su gran ambición. Y as a la creatividad y por eso su obra lo hace uno de esos pocos inmortales que la vida va produciendo cada poco y la creatividad. í fue. En una humilde maleta echó las pocas cosas personales que le pertenecían, le dio un gran beso en la frente a su madre, le dijo gracias por todo a su padre y les anunció que partía hacia la vida que se había propuesto, que no era nada distinto a llegar a ser un verdadero pintor.
Y lo llegó a ser. En museos, en casas de familia, especialmente de sus amigos, en su Galería particular, quedan más de dos mil obras que salieron de las manos del maestro Jesús Franco Ospina, cuya obra más trascedente son los cientos de miles de estudiantes que pasaron bajo sus instrucciones en los treinta años que fue docente de la escuela de Bellas Artes de la Universidad de Caldas y los miles de talleres gratuitos que hizo para mucho niños con facilidades pictóricas, en su casa del barrio La Francia, en la que se destacaban dos aspectos fundamentales en la vida del artista: un gran bosque sembrado con sus propias manos y buen gusto y las cientos de pinturas que no quiso enajenar para dejarlas en su propia Galería, que ahora queda como un legado que debe ser aprovechado de la mejor manera, como que las grandes obras de los creadores de la humanidad, deben constituir, por encima de todo , un patrimonio de todos, que son los receptores de los creadores que dan su vida en cada trazo de lo que hacen.
Hace un poco más de cincuenta años fue ese viaje sin retorno de su Sevilla natal a Manizales, y por eso terminó por ser un manizaleño más, de esos que se constituyen en la esencia del patrimonio de una ciudad que nunca ha sido ajena a la cultura y la creatividad. El se sentía manizaleño y los manizaleños lo sentían suyo.
or eso ahora, duele su ausencia, de la persona física, como que el 24 de enero su sistema cardíaco se negó a seguir funcionando, le restó oxígeno al cerebro y se le acabaron las funciones vitales. Jesús Franco Ospina no es que se haya muerto a los 92 años, es que se los dedicó a la creatividad y por eso su obra lo hace uno de esos pocos inmortales que la vida va produciendo, no con mucha frecuencia.
El maestro Franco Ospina se murió en la convicción de que el ser más dañino de la tierra, es el ser humano, quien se ha dedicado a la destrucción de la naturaleza que es la fuente de todo lo que recibe y necesita el ser humano. Alguna vez, en una de esas muchas entrevistas que le hicieron, dijo que dentro de unos muchos o pocos años, cuando las nuevas generaciones quieran saber de cómo es, ha sido o era la naturaleza, deberían acudir a la memoria pictórica de los artistas, quienes han dejado el testimonio de los verdes, los azules, los amarillos, los anaranjados, los café, los colores todos que se plasman en esos bellos cuadros que ahora con su ausencia física ganan en trascendencia. Como naturalista, como ambientalista convencido, su obra queda como testimonio de que alguna vez estuvimos viviendo en medio de la naturaleza, destruida de manera vulgar por las propias manos del ser humano.
Buscar figuras humanas en los cuadros, en acuarela, en óleo, en acrílico, en dibujos, es un tanto inútil, pues el pintor lo evitó conscientemente, al saber que siempre estuvo enamorado de la naturaleza en su estado original y no de la figura humana, por el temor de que le destruyeran esos hermosos paisajes, cuya interpretación no solicitó a nadie, en la convicción de que, como lo dijo, no es necesario saber de arte para conmoverse ante una obra pictórica. Cada quien percibe el cuadro a su manera. Y eso es el arte. Y eso es un pintor, le diría Jesús Franco Ospina a su padre, si llegase a preguntarle, ahora, la forma de vida que escogió desde cuando era un niño.