25 de abril de 2024

Inmortal

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
5 de noviembre de 2021
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
5 de noviembre de 2021

Cuando llega el olvido, se consolida la muerte. Mientras la persona se mantenga en alguna memoria, por lo menos de quienes lo amaron, lo padecieron o simplemente lo soportaron, sigue la vida. Cuando el recuerdo se borra por completo entre quienes siguen haciendo -o dejando de hacer- cosas, se mantiene la vida de quien se convierte en inolvidable. Lo que hay que evitar es el olvido. El olvido mata. Desde el olvido se construye la ausencia de la memoria. Cuando nadie recuerda al que se ha ido, es porque se ha muerto para siempre, independiente de que haya cesado en sus funciones cerebrales, que son las que le dan vida a los seres humanos. Se vive, se actúa, se piensa, se siente, se cree desde las aportaciones que hace el órgano más trascendente de los humanos.

La vida es vida, mientras las funciones biológicas se mantengan en plena operación y puedan entregarle resultados, de algún modo, a quienes actúan o dejan de actuar. Lo que se hace en la rutina de todos los días, normalmente se convierte en olvidos o recuerdos ténues,  útiles en la medida en que se recurra a ellos, pero lo normal es que no pase nada con esos actos o con esas omisiones.

Los creadores, los que imaginan el mundo de otra manera y que no se sientan a esperar lo que los otros hagan para ellos usarlos, disfrutarlos o tolerarlos, aunque no sea ese su propósito esencial, todo lo que hace a cada momento va a trascender y con ello es que van construyendo la ausencia de olvido. Olvidar es simple: basta con no hacer nada trascendente, ni influente, ni determinante, sino ajustado a los intereses de los otros, aunque sea a los simples gustos.

La mayoría, la gran mayoría de los seres humanos, que hemos sido y seremos por miles de millones de habitantes de la tierra, somos en esencia olvidables. De pronto si hubo alguien cercano que nos pudo o nos quiso amar, mientras ese alguien esté vivo, se va a permanecer. Cuando ese alguien fallezca, el olvido se hará patente y en ese instante nacerá la muerte definitiva.

Los inmortales no son olvidables. Por eso son inmortales. No es que se vayan a paraísos  que nadie conoce, que nadie ha vivido y que se venden como ilusiones de convicciones para mantener  seguidores de credos que se basan en la aceptación incondicional de lo que se predica. Los credos no se pueden discutir, ni mucho menos poner en duda. Está prohibido dudar para todos los creyentes. No puede haber creyentes escépticos. O aceptan lo que se les plantea como dogma o simplemente no son creyentes. Cuando las funciones biológicas cesan, quienes no hicieron nada para construir esa memoria en los otros, se mueren, los entierran, se pierden del tiempo  y pasar a ser parte integrante de la materia orgánica, tierra,  o sencillamente los creman para que sus cenizas se las lleve el viento o de pronto sirvan para algo, como abonar una planta de matera grande.

Los inolvidables nunca mueren. Pero ser inolvidable no es nada fácil, y por eso es tan sencillo construir la historia, porque en ella no caben todos los que en el mundo han sido. La historia sería interminable. Y no lo es. Es tan finita como los propios historiadores. Lo que de pronto deja la sensación en lectores desprevenidos y desinformados, de que la historia es de nunca acabar, es la ausencia de criterio para entender como un mismo hecho puede ser contado de tantas maneras, como narradores pueden existir. Lo que cambia no es la historia, son los criterios con que ella se escribe.

Por allá, cuando al siglo XIX le restaban dos años y dos meses para terminarse, nació un niño en la ciudad de Tlacoltalpan, en el Estado de Veracruz, exactamente el 30 de octubre de 1897, y vivió y bebió y amó en muchas camas hasta el 6 de noviembre de 1970, cuando en ciudad de México dijeron que se había muerto.

Ese niño llegó a ser joven, hombre, creador, consagrado artista y estuvo casado  entre 1917, cuando apenas tenía 19 años, hasta 1925, cuando  lo llevaron tras otros perfumes, aromas y fragancias femeninas, con Esther Rojas Elorriaga.

Permaneció en estado de merecer, como lo decían en tales tiempos, hasta 1945 cuando se le apareció en la vida una especie de tormenta de cabellos largos  y ondulados, con una mirada profunda, un gesto altivo y un carácter capaz de doblegar al más resistente, con quien se casó en ese año y apenas tres años después cada uno tomó por su lado, púes era la disputa de dos famas enormes y de dos orgullos incompatibles. Esa tormenta hecha mujer, se llamaba Maria Félix y tantos varones soñaron con ella, no dejando de existir algún nostálgico que aún se atreve a hacerlo, aunque sea con apenas unas imágenes que de ella se conservan, a cual de todas más bellas. El con su poco atractiva figura la disfrutó plenamente y la sufrió en plenitud. No es fácil cuando dos grandes se juntan. La explosión se presenta necesariamente y el rompimiento surge apenas como lógico. Ambos dijeron después que fueron felices, pero ninguno de los dos mostró la más mínima intención del regreso. Cada uno quedó saturado del otro. Se saturaron ambos. Eran muy grandes para ser capaces de conformar una sola grandeza.

Volvió a la libertad de permanecer disponible para todo aquello que se le ocurriera con esa gran debilidad que llevan todos los hombres metida en el cuerpo y que tiene forma de guitarra y sentimientos de todos los órdenes. En 1963, cuando ya le llegaban los años encima, se volvió a casar, ahora con Rocío Durán, quien permaneció fiel a su lado hasta cuando dejó de respirar en 1967. Fue quien le cerró los ojos, esos ojos que tanto vieron, amaron y cantaron.

Sin  desconocer  que  en ese lapso de hombre disponible para cualquier compromiso, hasta los pasajeros, tuvo tantos amores y algunos tan extraños, como aquel con la corista Stella, quien trabajaba en un teatro en el que él era el pianista y quien albergaba celos hasta de las sombras, al punto de que fue capaz de celarlo con una simple huella que quedó plasmada  en un bolero que puede verse y oírse en YouTube en la voz de Pedro Vargas, a quien en esa letra, por allá en 1920, había llamado Marucha, a quien le cantó el sufrimiento de esos amores terribles que tanto hacen sufrir cuando las hormonas secretan a mil por hora. No dudó en una disputa con su pretendiente, en agredirlo con una botella de vidrio quebraba, con la que le cruzó el rostro en el lado izquierdo, dejándole una profunda cicatriz que en un comienzo le avergonzaba, pero sin la presencia de una ciencia médica con la capacidad reconstructiva de la cirugía plástica actual, apenas pudo alcanzar la resignación  con ella y admitir que había quedado marcado para siempre, ocultando, hasta donde podía, ese perfil y prefiriendo las fotos sólo por el derecho. Hasta cuando entendió que ese era él y que lo que llevaba en el rostro no era más que la marca de tantas historias de amor que se le habían metido en la libido.

El amor y la colección de tantas historias libidinosas se convirtieron en la motivación para casi todas sus canciones, en las que se detecta el desengaño, el desamor y en algunas las ganas de seguir amando, pero eso sí, siempre rindiendo culto a la mujer, a la que le cantó en todos los tonos y para ello se valió de todo aquello que sus ojos apreciaron. Agustín Lara, quien sigue siendo el más grande compositor que ha dado México y el más grande bolerista de todos los tiempos dejó la inmortalidad plasmada en cientos de canciones que siguen conservando plena vigencia, aparentemente para las personas adultas, pero a las que los jóvenes de hoy no se resisten cuando las conocen. El pasado 30 de octubre cumplió 154 años y sigue tan vivo como cuando hacía parte del mundo material en que vivió a su gusto y medida.

Ese hombre taciturno, que casi vivió y vió el amor como un sendero de sufrimientos, tuvo aliento para reclamarle hasta a la noche, como motivo de sus dolores profundos, en los que se veía involucrado, porque antes que nada estaba hecho de sentimientos, de emociones. Por eso no dudó en cantar:

 

Noche de ronda

Qué triste pasas

Qué triste cruzas

Por mi balcón.

 

Noche de ronda

Cómo me hieres

Cómo lastimas

Mi corazón.

 

Luna que se quiebra

Sobre la tiniebla

De mi soledad;

Adónde vas.

 

Dime si esta noche

Tú te vas de ronda

Como ella se fue,

¿Con quién está?

 

Dile que la quiero

Dile que me muero

De tanto esperar,

Que vuelva ya.

 

Que las rondas

No son buenas

Que hacen daño

Que dan penas

Que se acaba

Por llorar

 

Dile que la quiero

Dile que me muero

De tanto esperar

Que vuelva ya

 

Que las rondas

No son buenas

Que hacen daño

Que dan penas

Que se acaba por llorar.

 

Fue la noche, ante quien se quejó, cuando andaba de ronda en el momento en que ella se había ido (a cuantos se les ha ido) y sin siquiera sabía donde estaba. La noche le hacía compañía y era con quien debía dialogar. Lo hizo en ritmo de bolero.

En otra ocasión fue otro elemento noctuno el objeto de esos lamentos dolorosos que genera el amor cuando se lleva completamente metido en el cuerpo. Y le le contó sus cosas al Farolito de esa misma Calle de Ronda:

 

Farolito que alumbras apenas mi calle desierta,

Cuantas noches me has visto llorando llamar a su puerta.

 

Sin llevarte más que una canción, un pedazo de mi

Corazón

 

Sin llevarte más nada que un beso friolento, travieso,

Amargo y dulzón

 

Farolito que alumbras apenas mi calle desierta,

Cuantas noches me has visto llorando llamar a su puerta

 

Sin llevarte más que una canción, un pedazo de mi

Corazón.

 

Sin llevarte más nada que un beso friolento, travieso,

Amargo y dulzón.

 

No existe el testimonio de a cuantas mujeres les declaró su amor, por supuesto eterno, mientras pudo amar. Pero fueron muchas y algunas de ellas tuvieron el privilegio de que lo hiciera con un bello bolero en el que iban contenidas las palabras que más de uno ha utilizado para hacer sus propias conquistas,. En muchas ocasiones sin siquiera darle el correspondiente crédito a Lara.

 

Poniendo la mano sobre el corazón

Quisiera decirte al compás de un son

Que tú eres mi vida

Que no quiero a nadie

Que respiro el aire, que respiro el aire

Que respiras tú

 

Amor de mis amores

Sangre de mi alma

Regálame las flores

De la esperanza

 

Permite que ponga

Toda la dulce verdad que tienen mis dolores

 

Para decirte que tú eres el amor de mis amores

 

Permite que ponga

Toda la dulce verdad que tienen mis dolores.

 

En la convicción que todas las mujeres a quien amó, lo amaron, en alguna ocasión les dijo que pensaran en su persona, con unas palabras que hacen parte del lenguaje romántico de cualquier pareja de ayer, de hoy, de mañana y de siempre. Una letra inmortal, como todas las  suyas.

 

Si tienes un hondo penar,

Piensa en mí;

 

Si tienes ganas de llorar,

Piensa en mí.

 

Ya ves que venero

Tu imagen divina,.

Tu párvula boca

Que siendo tan niña,

Me enseñó a besar.

 

Piensa en mí

Cuando beses,

Cuando llores

También piensa en mí.

 

Cuando quieras

Quitarme la vida,

No la quiero para nada

Para nada me sirve sin ti.

De su matrimonio más corto y más sonado, del que nunca tuvo expresiones negativas, como que dejaba la sensación de seguirla amando en silencio, no podía esperarse nada distinto a uno de los más bellos boleros de habla hispana, en el que fue capaz de retratar toda la inmensa belleza de María Félix:

 

Acuérdate de Acapulco,

De aquella noche

Maria Bonita, Maria del alma;

 

Acuérdate que en la playa,

Con tus manitas las estrellitas

Las enjuagabas.

 

Tu cuerpo, del mar juguete, nave  al garete

Venían las olas lo columpiaban

Y mientras yo te miraba,

Lo digo con sentimiento,

Mi pensamiento me traicionaba.

 

Te dije muchas palabras, de esas bonitas

Con que se arrullan los corazones,

Pidiendo que me quisieras

Que convirtieras en realidades

Mis ilusiones.

 

La luna que nos miraba,

Ya hacía ratito,

Se hizo un poquito desentendida,

Y cuando la vi escondida

Me arrodille para besarte

Y así entregarte toda mi vida.

 

 Amores habrás tenid, muchos amores

Maria Bonita, Maria del alma;

Pero ninguno tan bueno,  ni tan honrado

Como el que hiciste que en mi brotara.

 

Lo traigo lleno de flores

 Como una ofrenda

Para dejarla bajo tus plantas,

recíbelo emocionada

y júrame que no mientes

porque te sientes idolatrada.

 

Y cuando se vió tantas veces solo por sus devaneos que casi todas le rechazaron, decidió que debía cantar de una manera más uuniversal, con las emociones a todas aplicable y fue cuando dijo: 

 

Mujer, mujer divina,

Tienes el veneno que fascina

En tu mirar.

 

Mujer, alabastrina,

Eres vibración de sonatina pasional.

 

Tienes el perfume  de un naranjo en flor,

El altivo porte de una majestad.

 

Sabes de los filtros que hay en el amor

Tienes el hechizo de la liviandad.

 

La divina magia de un atardecer

Y la maravilla de la inspiración.

 

Tienes el ritmo de tu ser

Todo el palpitar de una canción

Eres la razón de mi existir, mujer.

 

Quien podría ponerlo en duda.

 

De los inmortales se puede hablar siempre. Como  esta vez que lo hemos hecho, con algunas pocas de sus canciones, con don Angel Agustín María Carlos  Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara Aguirre del Pino, quien se dio el lujo de cumplir el pasado 30 de octubre 154 años y nosotros los celebramos entonando sus canciones, que tanto nos han ayudado en oídos atentos  de posibles enamoradas.