Escritora
Hizo tantas cosas en la vida, que a lo mejor por eso no le dieron el reconocimiento que se había ganado en el desempeño de su faceta más trascendente y que habrá de mantenerla en la existencia por siempre, como fue la de escritora. No todo el mundo tiene la capacidad de escribir veinte libros en su vida, estudiar, trabajar, casarse, tener dos hijos, crear instituciones ambientales, hacer política, dictar conferencia, ser docente universitaria durante más de diez años, ofrecer en dos ocasiones desde la plaza pública la alternativa a los votantes de una gran ciudad colombiana para que la eligieran como su alcaidesa, sin lograrlo, como que por ella, en ese caso si fue cierto, apenas concurrió el llamado voto de opinión, que siempre hemos pensado que es más opinión que voto, porque corresponde a aquellos que sobre todo lo que existe tienen un pensamiento, unas críticas, unos cuestionamientos, pero cuando se trata de participar activamente para contribuir a los cambios que tanto formulan, de pronto están demasiado ocupados, precisamente, en estar opinando. Esa es una de las franjas misteriosas del electorado de todos los países y siempre serán bastante notorios, pero poco decisorios. El día que ese grupo se decida efectivamente a participar en los procesos eleccionarios, de pronto es posible procurar el cambio que muchos pretenden a través de decisiones radicales, en las que irracionalmente se va diciendo cualquier cosa, con tal de levantar las voces de los oyentes, aumentar la popularidad y dar un paso más hacia el populismo que tantos egos alimenta.
Se le agotó la respiración en la madrugada del 18 de noviembre pasado, en su cama del refugio rural a donde se había recluido desde cuando los médicos confirmaron en todas las formas su padecimiento del ELA, que poco a poco fue minando su pequeño y bello cuerpo, hasta reducirla a la inmovilidad, a la que se resistió con esa férrea voluntad que siempre la acompañó para todos los actos de su vida. Cuando comenzó a tener problemas de movilidad, tomó la irrenunciable decisión de irse a vivir a su pequeña parcela, con lo necesario para seguir leyendo, pensando y escribiendo, ejercicio que hizo hasta poco menos de un año antes de abandonar el mundo de los que se ríen y lloran en los diferentes momentos de existencia.
Verla no impresionaba a primera vista. Una mujer muy bella, de cuerpo menudo, expresiones tiernas y una voz con gran claridad y acentos determinados en lo que quería expresar. Oírla era saber de sus emociones en el momento de la expresión de las palabras, lo que de alguna manera era traducción de la gran transparencia de su carácter. Después de que hablara, cobraba una inmensa presencia que no podía ser desconocida por nadie. Pensando, planificando, ejecutando cosas era una especie de motor a propulsión, con la decisión de quien sabe lo que está haciendo y sabe que pretende conseguir.
Era una especie de locomotora humana, con la capacidad de arrastrar lo que se propusiera. Nunca se quedaba en las palabras, siempre buscaba la ejecución de las ideas y con sus equipos de trabajo, por encima de todo, era una docente que explicaba muy bien los temas, dividía con precisión la fuerza de trabajo y demandaba resultados. Muchos fueron los que de ella aprendieron demasiado, no solamente sus alumnos de la Universidad del Valle, en Cali, de la que había egresado como Comunicadora social, con especialización en Administración de Medios de la Universidad de Boston, USA, sino de quienes tuvieron -y tuvimos-, la oportunidad de estar a su lado en cualquier proyecto. Era una mujer de ideas muy claras, que sabía expresar su pensamiento sin adornarlo, pero jamás ofendiendo a nadie. De pronto cuando estuvo metida en el ejercicio político le faltó ser menos sincera para haber logrado lo que quiso a través de los votos, pero en ella primaba su transparencia personal, a favor de la cual jamás dudó en decir lo que estaba pensando y proponer lo que consideraba necesario en cada caso. Es que el ejercicio político demanda una buena dosis de hipocresía, que en ella jamás fue posible encontrar. Recibir un abrazo de esa persona, era haberse ganado su confianza, su amistad, su respeto. No lo hacía con todo el mundo. Llegó a tener muchos amigos, pero a quienes conocía en detalle y sabía el porque de haberlos aceptado en ese círculo de intercambio de ideas y pensamientos.
Apenas si le hicieron falta cinco días para llevar una existencia de setenta años. Había nacido un 23 de noviembre de 1951, en Cali, en el seno de una numerosa familia, en la que ella fue la séptima de la descendencia de los esposos paisas llegados al Valle del Cauca en busca de mejores horizontes Olmedo Londoño y Esther Vélez, echando raíces, pues de estos lares nunca más volvieron e migrar. Le dieron a la sociedad unos hijos que en diferentes actividades desempeñan roles de influencia, algunos de ellos, como en el caso de Esther, abogada, ya han fallecido, producto de diferentes dolencias.
Cuando le dijeron que el ELA era una enfermedad incurable, degenerativa, progresiva e irreversible, se dotó de esas mismas grandes fuerzas de las que tuvo que echar mano en forma obligada en el año 1991, cuando en un absurdo accidente de tránsito -todos lo son, por previsibles- perdieron la vida su esposo Pedro Supelano y su hijo mayor, Pablo, de 10 años de edad, de quien aprendió mucho, pues todas las noches el niño demandaba de su progenitora que le contara cuentos de cualquier cosa, iniciando con aquellos que todos conocemos y siguiendo por otros desconocidos completamente, como que eran el producto de la imaginación de la madre. Ella se los inventaba. Se los contaba. Cuando el niño le pedía la repetición de alguno de ellos, que habían sido el producto de la imaginación de ese momento, volvía a recrearlos y el menor los encontraba un poco distintos y las explicaciones siempre se movieron en el plano de la lógica y la racionalidad, que siempre fue la compañía inseparable de su pensamiento. Y con su hijo encontró la vocación de escritora de literatura infantil, que es mucho más compleja que la de adultos, que llaman así, porque arrimarse a la ficción infantil, en muchas ocasiones permite describir elementos de la creatividad que van más allá de la fuerza de convicción. Convencer a los mayores es mucho más simple, que a los niños. A éstos hay que explicarles todo. De lo contrario su eterna pregunta del por qué, no se va a detener y no hay interrogante más difícil que ese, como que es la materia prima de los filósofos, que se supone son los pensadores más profundos en todos los tiempos.
Escribir literatura infantil es tarea de grandes creadores. Y ella lo fue. Sus libros se han leído en numerosos países y su prestigio como tal es amplio, aunque no todo lo que debería serlo. De pronto con ella va a suceder lo que en muchas otras ocasiones se ha dado, que las personas alcanzan el gran éxito con sus creaciones, después de que ya se han marchado del mundo de los vivos.
A Margarita Londoño Vélez la inmortalidad le ha quedado garantizada. Con el paso de los años la evaluación crítica de su obra literaria va a ser un poco más acertada, porque va a tener la característica de los productos acabados y que se vuelven inmodificables.
En muchas librerías es posible conseguir los títulos de su obra, que en el orden de publicación son los siguientes:
- Tortuguita se perdió
2000 ¿Por qué los chinos no se caen?
- Los goles de Juancho
- El viaje. Com
- Esas ganas locas de matarlo
- Cata, la lombriz bla bla bla
- Los duendes de las horas
- Ernesto, el elefante grandulón
- Rescate en internet
- La magia del amor
- Camila, la vaca loca
- ¡Que camello y que jororba!
- El pajarito soplón
- Nicolás, la rata y el ratón
- La liga anti Pop
- El día que llegó la ópera a Rosas
- El pirata Pat Trax
- Mamá Ligia y transpatuda
- Los cien pies de Lalo.
Entre cuatro y cinco años hace que le diagnosticaron de manera definitiva el ELA. Entendió, como un golpe más que le daba la vida, que iba a luchar con el mismo, aunque sabía de antemano que la dolencia ganaría la batalla. La lucha que fue capaz de librar en 1991 cuando perdió a dos grande razones de su existencia, como su esposo Pedro y su hijo Pablo, le enseñaron de como seguir adelante, de como estar en la lucha. Bien puede observarse que su producción literaria se desencadena seis años después de la muerte de esos dos grandes amores. Con los cuentos que le narraba en la cama a Pablo y otros que se fue inventando con el correr de los días, supo que contarles cosas a los niños es la mejor manera de entregar a la vida, parte de lo que la vida misma le ha entregado a cada quien. Su hija Gabriela, quien finalmente fue su compañía en los momentos finales, también supo de esas historias. No sabía cuantos años le quedaban, pero sabía que eran mucho menos que los que había vivido. Por eso se refugió en su parcela de Santander de Quilichao, donde no se desconectó del mundo, como que siguió unida al mismo de muchas otras maneras.
Le dijeron que si se iba a vivir a una zona rural, lo mejor que podía hacer era desplazarse en silla de ruedas, por su seguridad motriz. La silla estuvo durante mucho tiempo en los corredores de la casa, donde la vieron muchos de sus amigos que la fueron a visitar, para conversar, para volver a saber de las palabras inteligentes. En la medida del deterioro de su motricidad, que es el desastre de esa enfermedad, le fue causando daños, recurrió a un bastón con el que caminaba, con la misma energía de siempre y con la misma lucidez de toda la existencia. No comentaba absolutamente nada respecto de su padecimiento. Eso, consideraba, hacía parte de ella misma y por tanto se debía quedar en ella, en su interior, en su pensamiento. Poco a poco la dolencia fue haciendo estragos. Ella no dejó de escribir y prueba de eso es que en el último calendario de su existencia publicó obras. Allí quedan. Allí está ella.
Cuando la enfermedad le fue reduciendo su capacidad motriz, le pidió a sus amigos que dejaran de visitarla, que usaran los medios tecnológicos de comunicación y que ella los sentía presentes. Luchó con los quebrantos de salud, pero bien sabía que la batalla estaba perdida. Sólo las personas más cercanas a su vida, que no eran demasiadas, podían ir a verla, compartir con ella algunas de esas muchas ideas que salían de su cabeza, como si se tratase de una fuente inagotable. Lucía cansada, pero con enormes ganas de seguir haciendo cosas. No quería vivir por vivir, sino por el gran gusto de servir a los demás y poder dar muchas batallas de las que siempre dio como feminista, ambientalista, líder política, habiendo llegado al Senado en el período 1998-2000 sin haber tenido continuidad, porque los votantes sintieron que no les daban nada, ya que la costumbre arraigada de que en nuestro medio se vota por lo que se ha recibido, lo que está recibiendo o lo que se va a recibir, significaba que la inteligencia y el pensamiento critico no tienen cabida en ese mundo de intereses creados.
Participó muy activamente en la creación del Departamento Administrativo de Gestión Ambiental, DAGMA, de Cali y fue su primera directora, habiendo contribuido a formar un gran equipo de colaboradores que desde siempre se comprometieron con la necesaria y férrea defensa del medio ambiente, que debe ser deber de todos, pues de lo contrario no les vamos a dejar hábitat a los hijos y los nietos. Muchos de ellos se dolieron a través de las redes de su ausencia, pero en esencia demostraron que en ellos queda la huella de una creadora, luchadora, poderosa mujer que con su corta estatura se hizo grande entre las mujeres de los últimos tiempos en Colombia.
De todos sus logros, ahora queda su obra literaria, en la que puede aprenderse mucho, como lo sucedido en la construcción de la carretera entre Popayán y Pasto, vía que ha permitido abrir los mercados de una de las mas grandes despensas alimentarias que tiene el país, que mediante el uso del lenguaje de la ficción, que es el que mas permite acercarse a lo que denominan verdad, se puede encontrar en su novela “El día que la ópera llegó a Rosas”, que le demandó una seria y extensa investigación histórica, en la que cuenta la obra del ingeniero Enrique Uribe White, quien fuera el director de ese proyecto. Para saber un poco mejor de eso que bien podría llamarse colonización moderna, basta con acercarse a la novela de Margarita Londoño Vélez, en sencillo y muy agradable lenguaje de como se va contando una historia.
A más de la ficción, especialmente infantil, para expresar con mayor contundencia sus opiniones respecto de la realidad cotidiana, se valió de la caricatura, como que era una magnifica dibujante, que daba a conocer todos los días, en un blog que puede ser consultado con su nombre en las redes sociales.
Se le acabaron los días terrenales a Margarita Londoño Vélez, pero como todos los inmortales, ella lo va a seguir siendo por siempre, a través de su obra literaria, que debe ser materia de estudios más profundos, de lo que ha sido hasta ahora. Una mujer creadora, fuerte, luchadora,. Capaz de vencer tantos tropiezos vitales, a la que una dolencia se le llevó primero la motricidad y luego el oxígeno de su cerebro, para dejar estas horas un jueves 18 de noviembre de 2021, en la madrugada, en una pequeña parcela de Santander de Quilichao, en el norte del Departamento del Cauca, donde pasó lo que fueron sus últimos años de existencia material.