TANDIL
En 16 años recorriendo los campos de muchos lugares del mundo, era la primera vez que Patricia, su madre iba a verlo jugar. Nunca se sintió capaz de soportar la tensión que genera la competencia y siempre se quedaba en casa, esperando que le contaran los resultados, porque ni siquiera se atrevía a verlo en las transmisiones de televisión.
Ella sabía que podía ser la última oportunidad de verlo jugar y se iría de la vida sin saber de las aclamaciones y los aplausos del publico, de todo ese mundo que lo tenía como una de las figuras más carismáticas del tenis mundial. Se decidió a ir a las canchas de polvo de ladrillo para verlo en el retorno por todos esperado, casi con la certeza de que podría ser un poco difícil por el tiempo transcurrido entre esas constantes lesiones de rodilla y el de recuperación. Ella, además, era una de las convencidas de que no podría volver a jugar.
Se sentó en la tercera fila del palco reservado a su equipo. Detrás del entrenador y los preparadores, así como de su empresario y de algunos auxiliares que deben estar atentos a muchos elementos que se demandan en medio de un partido de altas exigencias. Con su bella figura, su cabello rubio y rizado y la expresión de quien se siente extraña en un espacio que es común a toda su familia, mientras el público aplaudía frenéticamente ante la figura espigada de su hijo, ella apenas soportaba la tensión en todo su cuerpo y cubría, o trataba de hacerlo, su angustia, tras unos bellos lentes de sol. Sufrió tanto en ese momento, que una vez pensó en que no debía haber venido y mantener su línea de conducta de que nunca lo vería jugar competitivamente. Pero ya estaba allí. Y se daba cuenta en vivo y en directo quien era su hijo ante la delirante expresión de cientos de espectadores que aplaudían aún sin que el juego comenzara.
Ella sabía que Federico del Bonis, el compatriota, que enfrentaría su hijo, era de los mejores de Argentina y que está en su ascenso en la élite del tenis mundial. Ya eran muchos meses de ausencia de las canchas de quien llegó a ser en repetidas ocasiones el número cinco del ranking mundial y calificado como uno de los jugadores de mayor entereza dentro del campo, a lo que sumaba su simpatía constante, como que era bien difícil verlo salido de su conducta tranquila. Es común en el tenis, que en los malos momentos se quiebre el carácter y salga a flote, con gestos bruscos y actos groseros, lo que se está sintiendo ante los errores que no deben suceder.
En buenos Aires, en el ATP 250 de Tenis, era el regreso de uno de los más grandes tenistas de todos los tiempos y el mejor por muchos años de su país. El regreso no era sencillo, porque en muchas voces y veces se dijo que difícilmente podría volver a jugar, pues las lesiones de rodilla, las constantes intervenciones quirúrgicas en su cuerpo, los dolores extremos y las enormes limitaciones que tantas dolencias le ocasionaban, casi establecían que el retiro era el camino a seguir, para conservar y cuidar la salud, aunque debiese sacrificar la gloria de los títulos y el placer de recibir grandes sumas de dinero por competir en los grandes torneos del mundo. Esto último no le importó nunca. No jugaba por dinero. Jugaba porque era lo que sentía que era su vida. Desde los cinco años no volvió a entender el sentido de vivir, si no estaba detrás de la empuñadura de una raqueta, en la que el peso de la tensión de las cuerdas se fue aumentando en la medida de su desarrollo corporal y de sus fuerzas para pegarle a la bola. Especialmente con ese golpe de derecha, que llegó a ser uno de los mejores del mundo, incluso alcanzando velocidades superiores a los 250 kilómetros por hora, en el golpe de servicio y de 167 kilómetros por hora en la devolución de derecha.
Comenzó el partido y el entusiasmo del público se acrecentó, porque en el primer servicio, lo ganó. Luego vendría el sufrimiento general. Del Bonis comenzó a demolerlo con una gran facilidad y todos supieron que estaba sufriendo, que no se sentía bien. Pero lo seguían aplaudiendo. Le daban ánimo. Le ayudaban a levantar el juego, pero la efectividad de su contendedor no dejaba dudas. El primer set transcurrió muy rápidamente, pues Del Bonis ganó 6-1,en lo que se califica como un 6-0 técnico, por haber ganado el primer game y de ahí en adelante no ganar ningún otro juego, como que de ahí en adelante todos los puntos ganadores correspondieron al contrario.
El ídolo, La Torre de Tandil, estaba de regreso. Todos estaban felices, pero el mismo Juan Martín del Potro estaba sufriendo en el campo de juego. Con la velocidad de desplazamiento que demanda la alta competencia, le regresaron los intensos dolores en la rodilla. Cuando el segundo set estaba en 5-3, a favor de Del Bonis, las cámaras de televisión lo enfocaron cuando se recusaba en la pared del fondo de la cancha, con el brazo derecho doblado y puesto en su frente, en gestos de mucho dolor, y ahí todo el mundo supo que todo había terminado.
Le ganaron ese segundo juego por 6-3 y todo indica que será el último marcador que verá en el tenis de competencia, porque las lesiones pudieron más que esa enorme voluntad de volver y ese extraordinario espíritu de competencia que siempre ha tenido, acompañado de una férrea disciplina, de la que están hechos los campeones de siempre.
Por protocolo en ese deporte, el perdedor de un partido abandona el campo rápidamente, llevando sus maletines con raquetas e implementos y levantando la mano respetuosamente para despedirse del público. Sólo el ganador tiene derecho a hablar a los asistentes. Del Bonis habló, elogió a su contendor, expresó el orgullo de jugar contra su ídolo y lamentó sus lesiones. Del Potro no se movió de su lugar. Nadie se lo exigió. Todos sabían que estaba llegando un momento que nadie quería que llegara. Era el final. Los espectadores, de pie, a una sola voz, le pidieron que hablara. Se acercó al micrófono, la voz no salía de su garganta, las lágrimas le hacían brillar aún más sus ojos claros. Quería hablar y sentía que no podía. Mientras el silencio lo invadía, la gente lo contrarrestaba con muchos aplausos y gritos de euforia. Finalmente pudo decir adiós y poner de presente que había sido feliz jugando al tenis desde cuando tenía cinco años de edad.
En 16 años de carrera profesional, fue ganador de muchos trofeos y se dio el gusto de ocupar la quinta casilla en el ranking mundial de los mejores tenistas, constituyéndose en una figura respetable y admirable, a quien era un inmenso placer verlo competir, por la intensidad de sus movimientos, por la garra que ponía en todas las instancias y porque no daba por perdida una pelota por ningún motivo. Si le ganaban casi lo tenían que doblegar, porque en su cabeza sólo estaba defender su juego y hacer lo que le enseñaron en esas escuelas iniciales, donde le descubrieron su inmenso talento desde cuando apenas tenía cinco años.
Su talla de casi dos metros, lo hacía una figura notoria y le daba una ventaja en el servicio, por la altura desde la que le pegaba a la bola. Fue el 8 de febrero de 2022, en Buenos Aires, donde se hizo tenista, donde debió decir adiós a lo que tanto ha amado. Contra la naturaleza no es posible resistirse. Patricia supo que había sido la primera y la última vez que lo había visto jugar en un torneo. Por respeto, las cámaras no la enfocaron en el momento de las lágrimas de su hijo y todos en el mundo supieron que esa madre estaba sufriendo mucho más que su hijo. Ella supo de los sacrificios que hizo para llegar a ser la enorme figura del deporte en el mundo.
Se ha ido de la competencia, más no de la vida, uno de los mejores tenistas que ha visto el mundo en las últimas décadas. Fue un extraordinario jugador y una magnifica persona. Jugó contra los grandes del tenis. Con Roger Federer, el más grande de todos los tiempos, jugó 25 partidos. Perdió en 18 veces y ganó en 7 ocasiones. Contra Novak Djokovic, el número uno actual, jugó 20 veces. De ellas ganó 4 y perdió 16. Contra el inglés Andy Murray, jugó en 10 ocasiones, ganando 3 y perdiendo 7.
Ese niño de cinco años, a quien el profesor Manuel Gómez le dio las primeras instrucciones en el tenis, el descubridor de su enorme talento, dijo adiós ante las graves lesiones que lo llevaron repetidamente a las salas de cirugía y lo sometieron a duras jornadas de recuperación, siempre pensando en el retorno, en no abundar su pasión, al llegar a los 33 años, cuando las ilusiones se le habían acumulado en la cabeza. Fue expectante su regreso. Todos lo querían volver a ver. Y fue triste, muy triste su partida. Le ganaron las dificultades de sus articulaciones en las piernas y le avisaron que si quería seguir llevando una vida sin dolores, el deporte era apenas un recuerdo en una existencia llena de triunfos, satisfacciones y aplausos.
En su palmarés quedan dos medallas olímpicas, ganadas en Londres en el 2012 y Rio de Janeiro, donde perdió la final con Andy Murray. También queda el registro de la Copa Davis ganada con su país en el 2016. El trofeo del Indian Wells de 2018, ganándole a nadie menos que a Roger Federer. Y en su historial también quedó el triunfo en el Abierto de Estados Unidos del 2009, en el que le ganó a las grandes figuras del tenis mundial. Fueron 25 títulos los que se acumularon en su historial y lo convirtieron en una figura insigne del país gaucho.
Por Juan Martin del Potro supimos que existía una ciudad llamada Tandil, que queda en la Provincia del Gran Buenos, a 421 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, con una población cercana a los 120.000 habitantes, lugar de turismo, de caminatas por hermosos paisajes, en medio de un clima fresco, a pesar de no estar muy lejos del nivel del mar, como que su mayor cerro, La Juanita, apenas si está a 524 metros sobre el nivel del mar. En Tandil el tiempo pasa lento y permite apreciar más de una gran dote de la naturaleza, en la que no son extraños los cuadros que conforman piedras de enorme tamaño superpuestas una sobre otra, desafiando la ley de gravedad, pero sin que ofrezcan el menor peligro de moverse de su sitio. Por la Torre de Tandil, como lo llamaron los comentaristas de tenis, supimos de esa bella ciudad, de la cual es embajador del Potro, sin que nadie lo haya designado. Del hogar de Daniel del Potro y Patricia del Potro, nació uno de los más grandes tenistas de todos los tiempos.
Una mirada al ranking ocupado en los años en que estuvo en el circuito élite del deporte blanco, nos permite saber del ascenso, y luego de las enormes dificultades que le causaron sus constantes lesiones. En el 2004, cuando se decidió a ser profesional, ocupó el puesto 1.047. En el 2005 tuvo el ascenso vertiginoso al puesto 157. En el 2006 fue el número 97. En el 2007 ya estaba en el puesto 44. En el 2008 ya era el número cinco del mundo. En el 2010 las lesiones le comenzaron a facturar y fue 258 en el ranking. En el 2011 volvió a decir que ahí estaba y ocupó el puesto 11. Para el 2012 su puesto fue el 7. En el 2014 cayó al 137. En el 2015 la cuenta de cobro fue más alta y cayó al 590. Para el 2016 fue otro resurgir y subió al puesto 16. En el 2017 de nuevo fue el número 11. En el 2018 retornó al puesto 5. En el 2019 volvió a caer y fue a dar al puesto 122. En el 2020 fue el número 157. En el 2021 las lesiones lo enviaron al puesto 745. Comenzaba el 2022 para tratar de regresar a los puestos que su elegante tenis le indicaban. Pero fue el final. La caída definitiva.
Se fue con la tristeza contenida en la palabra adiós. Aunque en su verbo no se atrevió a tanto, porque dejó abierto un mínimo espacio de retorno, pero bien sabemos que eso no será posible. Las alegrías que le dio a miles y miles de espectadores del deporte blanco, se traducen en esa felicidad que manifestó haber sentido por jugar al tenis.