Desaprovechados
Bien puede decirse que los medios masivos de información actuales, se constituyen en una parte esencial de lo que habrá de escribirse en materia de historia mañana. Son los vestigios, las huellas, los trazados que va dejando el hombre actual, que a diferencia de los tiempos anteriores no será más fácil de establecer, porque si en el pasado la consecución de esas fuentes de verificación de la historia fue difícil por la carencia de herramientas ciertas para poder testimoniar lo que había ocurrido, es decir, se ha dado una escasez de elementos a estudiar, por lo que en no pocas ocasiones se debe recurrir a la imaginación lógica de quienes escriben la historia para por medio de vía deductiva llegar a conclusiones explicativas. En el pasado fue la poca cantidad de huellas a seguir. La historia que se escribe hoy día, gran parte plasmada en eso que van contando los medios todos los días, tendrá todo el problema contrario, la sobreabundancia de fuentes. De lo que surge la necesidad de ser selectivo en lo que se investiga, en lo que se verifica y en las conclusiones que se pueden obtener.
De los medios masivos de comunicación, sin duda, el más influente hoy día., y por tanto en mayor capacidad de dejar huellas válidas en la construcción de ese proceso histórico, la televisión marca una pauta bien amplia, además con todas las posibilidades de perfeccionamiento técnico y tecnológico, lo que le permite ir en una vanguardia que puede mantener durante muchos años, sin que se pueda afirmar que será el mismo en el día de mañana, pues frente a los avances de la informática en todo sentido, predecir algo en una ciencia que se desactualiza en cuestión de seis meses es, al menos arriesgado o atrevido. Pero hasta ahora es el más avanzado y el que marca unas pautas de información que le facilita a la gente enterarse de lo que sucede en el mundo, incluso en tiempo real. Nadie olvida el 11 de septiembre del 2000, cuando el segundo avión chocó contra las torres genelas de Nueva York, en una de las grandes tragedias de la humanidad, en la que nunca llegará a saberse cuantas personas pudieron resultar muertas, ni siquiera heridas, pues la operación rescate se tornó compleja y desordenada como todo hecho que nadie está esperando y para el cual la mejor planeación ante siniestros se queda corta. Todos nos habíamos pegado a las pantallas para seguir en directo las transmisiones de lo que estaba ocurriendo, a lo que nadie, en ese momento, se atrevía a darle credibilidad. La locura de los hechos humanos nunca ha conocido límites, pero pensamos que algo así jamás sucedería en el país con los mayores y mejores esquemas de seguridad del mundo. Estábamos aterrados y cuando pensamos que la operación rescate o informativa era demasiado arriesgada, debimos aceptar que lo que se había visto en directo, en tiempo real, era la consumación de un gran atentado terrorista en manos de quienes desde el fanatismo sienten que están facultados para hacerle daño al mundo de manera indiscriminada. La inmediatez informativa no podía ser mayor. Ese hecho ya ha pasado a ser parte esencial de la historia de la humanidad en los últimos veinte años y sobre lo cual se han escrito muchos libros, se han elaborado numerosos documentales, se han visto y oído numerosas entrevistas, se han producido películas con fundamento en la realidad, pero en las que la ficción no puede faltar, como parte de una creación artística, que no otra cosa es el cine.
Muchos de nosotros nos damos paseos visuales gratis por el mundo europeo, a través de la apreciación de las transmisiones de los grandes eventos deportivos, como es el caso de las grandes vueltas ciclísticas, en las que se conocen caminos, vías, poblados, construcciones, montañas nevadas, paisajes asombrosos, vistos desde la enorme perspectiva de las tomas áreas. De pronto se termina más viendo los paisajes que enmarcan esas competencias, que las competencias mismas, a las que les prestamos todo interés en los metros finales, cuando el enfoque de las cámaras todo es sobre los deportistas. Es otra manera de conocer el mundo. Porque, incluso, para los que han tenido la oportunidad de viajar a esas tierras, se puede tener la seguridad de que sus viajes han sido tan puntuales, por razones de costos y tiempos, que eso que se muestra en los cubrimientos periodísticos no han tenido ocasión de apreciarlo, ni muchos menos en el detalle que dan las cámaras, que parecen divertirse ante tanto paisaje majestuoso.
Esa televisión nació como un acto demagógico de un señor que llegó a “poner orden “ en la casa, ante ineptitudes y disputas improductivas y le tomó gran gusto al poder, al punto de intentar quedarse allí por siempre, como todo aquel que piensa con criterios autoritarios, que entre los gobernantes son los más, como que apenas aprecian la democracia en la medida en que les permite acceder por el voto popular, con mandatos temporales, pero que en el ejercicio del poder encuentran las maneras de reformar, dictar leyes, modificar los marcos constitucionales e introducir enmiendas que presentan como la simple costura a un “!articulito”, con tal de quedarse allí hasta cuando sea de su gusto arbitrario. Ejemplos hay por todas las latitudes, para no fijarse en la viga propia, mejor mirar hacia la paja en el ojo ajeno de Nicaragua, que acaba de consolidar un satrapita de mediano pelo que luchó en nombre de las ideas de libertad, igualdad y prosperidad, hasta cuando descubrió que si esta se ejerce en favor de si mismo, de la familia, de la mujer que lo domina en todas las horas de su vida, es cuestión de valerse de los más populistas argumentos para quedarse allí por cinco años, con todo el cinismo de que es capaz el incapaz de Daniel Ortega.
La televisión llegó a nuestro país de manera precaria y limitada en el año de 1954 en un acto de improvisación en el que solamente se tenía previsto el libreto del primer programa que se enviaría al aire, que no era más que una intervención populista del dictador Gustavo Rojas Pinilla y una obra de teatro que se presentó en vivo y en directo, con todas las dificultades que significa hacer teatro para televisión, ya que la esencia del teatro es la interactuación con el público, el contacto emocional con el espectador que se sienta allí a ver,. oír, sentir y de ser posible manifestar su aprobación o desaprobación, con esa y la transmisión de esa aura de cuando se está frente a un auditorio en el que se van captando las emociones ciertas de lo que está sucediendo en la sala. La potencia de la señal era demasiado limitada. Apenas si para una parte geográfica de Bogotá, después se iría ampliando la cobertura, comenzando por Manizales, que puede decirse fue la segunda ciudad en contar con el servicio de televisión. Era un modelo completamente público, dependiendo directamente de la Presidencia de la República, como surge obvio y cuya producción se agotó en muy poco tiempo, pues no se estaba preparado para ello. Al poco tiempo nació el Instituto Nacional de Radio y Televisión, Inravisión, en la que quedaron incluidos los servicios de radio –Radio Nacional- y televisión, con un canal nacional inicialmente, luego con dos, el segundo con limitada señal y después un canal sólo para Bogotá, que sólo era posible ver en algunas zonas de la capital de la República. Con la Constitución del 91 se elevó ese servicio a rango constitucional, en un intento fallido de independencia informativa, lo que nunca se ha logrado, pues quien tenga el poder en sus manos, puede interrumpir las señales en el momento que quiere, e incluso apoderarse de franjas en horarios de alta sintonía, normalmente en las primeras horas de la noche y asestarle esos ladrillazos demagógicos de siempre, como cuando empezamos. El poder jamás se resiste a la popularidad, pues es uno de los componentes del ego de quien está de turno. Tener reconocimiento público es propio de los seres humanos, aunque sea para ser objeto de críticas y cuestionamientos.
Como no es el objetivo de la nota ocuparse de la historia de la televisión en Colombia, apenas unas breves citas a manera de ubicación temática, nos adentramos en lo que ciertamente pretendemos comentar que no es otra cosa que la llamada televisión regional.
Fue en el gobierno de Belisario Betancur Cuartas (1982-86), cuya bandera de ejercicio del poder fue la descentralización del Estado, ante la asfixiante situación de todos los órganos centrados en la capital, como si allí estuviera todo el país y toda la Nación, cuando se dieron los primeros pasos de empoderamiento informativo y de conocimiento de las regiones, se dictó la ley 142 de 1985 que creó los denominados canales regionales de televisión, cuyos objetivos fueron planteados de manera general en: i) Buscar la integración de determinadas regiones, mediante la cobertura informativa, en general, de todas ellas; ii) Dar prelación a la producción regional; iii) Consolidar la identidad regional; iv) Tratamiento especial de temas regionales. De esa manera, en ese mismo año, con un proyecto que venían trabajando desde 1984, nació Teleantioquia, el primero de tales canales descentralizados, que la experiencia ha demostrado que han hecho lo posible por homogeneizarse con los nacionales, incluso compitiendo con los llamados canales privados que son los grandes monstruos económicos que se llevan toda la pauta publicitaria, de la que viven los medios de comunicación.
Televalle, que ahora se llama Telepacífico, fue el segundo. Después vendría Telecafé, en 1992. En la medida de la apertura legal, conforme al mandato constitucional contenido en el artículo 20 de la Carta, se fueron abriendo espacio otros canales como Canal Capital en 1995, Canal 13 en el mismo año, igualmente Canal TRO y Teleislas que fue el último de los medios regionales que se dieron a la difusión. Pero esa apertura ha servido, además, para que se abran muchos canales ilimitadamente en una competencia que no para y en la que las luchas por una torta publicitaria que no es lo grande que se necesita, ni que se imaginan, cada vez es más escasa. Crecen los medios, más no crece su financiación.
Los canales regionales nacieron como entes de derecho público, que conservan, aunque haya dado el giro hacia la participación del sector privado para poder subsistir, ya que los gastos que demanda este medio son bastante grandes. Las juntas directivas las presiden gobernadores de esas regiones y alcaldes de sus capitales que se apoderan de ellos como si se tratara de su propio medio y manipulan la información a favor del “mejor gobierno de todos los tiempos”, como cada uno se autocalifica. Los gerentes de esos canales son parte del botín burocrático que cada gobernante tiene, aunque normalmente tienen la decencia de llevar allí a sus seguidores, pero exigiéndoles al menos una mínima formación profesional de medios de comunicación. Cuando el gerente se posesiona la orden es “poner a producir plata ese canal”, porque los recursos públicos no alcanzan para los gastos ingentes que demanda la operación de la televisión.
Ya han pasado más de treinta años de la existencia de esos canales, y muchos lo celebran con bombos y platillos, aunque no sea mucho lo que haya por celebrar, pues han terminado uniformados a cualquier otro canal de TV, ya que llegaron a la convicción de que se tienen que parecer a ellos, porque en lugar de competir consigo mismos, lo que hacen los grandes atletas: no luchar contra los demás, sino contra sus propios tiempos y marcas, lo que de por si es un error. Esos no fueron, no siguen siendo los propósitos que de esa apertura regional formuló el legislador cuando se acogió la idea del Presidente Betancur. Se trataba era de tener una televisión propia, capaz de darle plena identidad a cada una de esas zonas, en lo suyo, en lo que a cada quien corresponde, sin necesidad de competir con los demás canales. No son comparables en nada. Los grandes canales internacionales y nacionales cuentan con unos recursos que no se parecen a las migajas con que deben trabajar los regionales.
Terminaron, entonces, convertidos en meros entes comerciales de publicidad, que no dudan en arrendar espacios a cualquier persona, con tal de que pague cumplidamente. En alguna ocasión, conversando con un gerente de uno de esos canales le hicimos ver de la pésima calidad de unos programas de entrevistas hechos por personas que no saben nada de eso, que no saben hablar, que no saben preguntar, que no son capaces de descubrir absolutamente ninguna afirmación con capacidad de atraer al receptor y nos respondió que era una de las maneras de arbitrar los recursos de la nómina. Nos dijo que de vez en cuando veía esos espacios y que daban grima, pero generaban plata y era lo que le importaba a èl como responsable del canal. Cambiamos la conversación y volvimos a hablar de otras cosas en las que nos sentimos cómodos. Y eso es algo que pasa en todos esos canales. Programas que no los ven ni siquiera los familiares de esos entrevistadores y mucho menos de los entrevistados porque por su mala calidad son insoportables.
Ejemplos hay muchos. Vamos a ocuparnos de uno solo. Telecafé tiene un programa que debería ser el espacio de conocimiento de los artistas nuevos de las regiones que no tienen opciones a nivel nacional. Se oyen buenas voces y buenos intérpretes. Es “Serenata del café”, los sábados a las 8:30 de la noche, con una duración de una hora. Es de una pobreza mayor, cualitativamente hablando, que cualquier velada de clausura de escuela rural. Una sola cámara fija. Sin la menor imaginación productiva del camarógrafo y mostrando siempre el mismo aburrido ángulo, que cuando mn se ha cumplido. No han formado identidad regional, no han hecho conocer efectivamente a las regioneso.
uela rural. Una sola cás animado está es con una bella mata de flores. Su presentador es un desastre. Basta escucharlo una vez y uno también termina aprendiéndose ese discurso de pésima calidad que termina con decir que es de los Caicedo de Cali, como si solo en Cali hubiese Caicedos. Con una presentación personal absolutamente inadecuada, cuando no ridícula. Es un programa financiado con dineros públicos y uno no resiste pensar si eso no termina siendo peculado, gastarse la plata en semejante bodrio.
Ninguno de los objetivos que se tuvieron en cuenta en la creación de los canales regionales de televisión se ha cumplido. No han formado identidad regional, no han hecho conocer efectivamente a las regiones, no han contribuido a programas de integración zonales. No han aportado gran cosa en la formación cultural. Uno los mira, los observa, los analiza y hay que decir que todos ellos han sido desaprovechados.