28 de abril de 2024

La arriería en el siglo XIX

8 de febrero de 2021
Por Albeiro Valencia Llano
Por Albeiro Valencia Llano
8 de febrero de 2021

Surgió cuando se hizo necesario unir los puertos y los pueblos con las fondas y con las aldeas; aquí  apareció el arriero como un intermediario comercial. El oficio de arriero se dominaba en un proceso que duraba varios años; esta actividad comprendía los siguientes pasos: sostener el bulto, amarrar la carga, coser los bultos, hacer curaciones, herrar los animales, lavar ropa, construir ranchos de vara en tierra, caminar, observar el camino y la naturaleza, adquirir sentido de orientación, hacer de comer, conocer el sistema de pesas y medidas, agudizar el ingenio, manejar cuentas, negociar y transformarse en buen conversador.

El arriero se iniciaba como sangrero que era un muchacho de unos doce años que se encargaba de hacer la comida y de guiar el caballo campanero. Luego el sangrero ascendía a arriero, o peón, con las funciones de alzar los bultos, amarrar la carga, ajustar, cuidar y arriar las mulas. Después se ascendía a caporal; sólo los buenos arrieros obtenían este grado. Su labor era seleccionar los arrieros, el sangrero, señalar rutas, jornadas, posadas, buscar la carga y controlarla. El caporal debía vigilar para que no se sobrecargaran las mulas. El peso promedio para la carga era de dos bultos de 60 kilos cada uno. En caso de que el animal tuviera mataduras o peladuras se trataba con cebo y con cal hasta que sanara.

Era un agradable espectáculo para los campesinos observar las recuas de 20 mulas cargadas, dirigidas por el tilín-tilín de la campanera, con el sangrero, el caporal  y los arrieros distribuidos a lo largo de la caravana pendientes de los malos caminos, de la carga que se ladeaba, de la mula que caía y de las otras recuas que marchaban en sentido contrario por el estrecho camino. Además los alegres letreros bordados en la frentera de las mulas despertaban sonrisas: «Adiós mi vida», «Dios me guía», «Adiós mi amor», «Adiós faltonas».

La peculiar vestimenta de los arrieros también llamaba la atención de los campesinos: Sombrero de paja de iraca, cuello abajo, amplia camisa y por encima de ella un delantal de lienzo que llegaba hasta las rodillas, pantalones de “diablofuerte”, ruana pequeña y burda colgada al hombro, o la mulera, machete a la cintura y el guarniel o carriel, colgado del hombro izquierdo por la reata, bordada en alto relieve con lana de colores y que les cruzaba el pecho; usaban cotizas, pero muchas veces caminaban con la pata al suelo.

Los caminos cruzados por los arrieros estaban sembrados de humildes ranchos llamados de vara en tierra o de «paloparao» construidos con guadua y techados con paja, que servían de posada. Por las montañas de Sonsón y Quindío era normal ver las caravanas de arrieros acampando en los contaderos, llamados así por ser sitios definidos donde se reunían y contaban los miembros de una recua. Estos contaderos eran pequeñas áreas de terreno plano y limpio, demarcado con piedras, donde se improvisaban las posadas, para lo cual se armaba un rancho cubierto de hojas de vihao para pasar la noche. Era también frecuente ver a los arrieros acomodar las cargas en hileras formando dos muros, luego tendían los cueros y las muleras en el espacio limpio que quedaba en el centro; de este modo se organizaba el dormitorio.

Este tipo de comercio tuvo singular importancia pues unió la finca con la fonda y la aldea, a ésta con los pueblos y a éstos con las ciudades (Medellín, Manizales, Pereira y Armenia); integró la región, al tiempo que posibilitó la acumulación de capital. La arriería fue importante en el proceso de acumulación de capital porque además de haber contribuido a amasar grandes fortunas, permitió el ascenso social de pequeños arrieros, que con dos o tres mulas o bueyes de carga fueron acrecentando su recua por los excedentes que dejaba el acarreo de la mercancía.