26 de abril de 2024

Más sobre la tarjeta del cable

15 de enero de 2019
Por Mario De la Calle Lombana
Por Mario De la Calle Lombana
15 de enero de 2019

Agradezco a don Indalecio Montería, cuyo nombre no reconozco pero que supongo sea el seudónimo de algún conocido mío, puesto que se sabe mi dirección electrónica, su comunicación sobre el tema de las tarjetas para abordar el cable aéreo.

El acucioso corresponsal me regaña, me dice que soy un ignorante, y me explica que en todas las ciudades que tienen sistemas de transporte masivo con buses articulados se ha implementado el uso de las tarjetas.

La carta realmente me preocupó. No tanto porque me hiciera consciente de mi desconocimiento sobre algunos aspectos de este tema, sino porque, de ser eso verdad, demostraría una actitud muy  hostil por parte de las empresas que manejan el transporte masivo en Colombia, al obligar al viajero ocasional (por ejemplo, el que recién llegó  a una ciudad y necesita hacer un viaje en bus, uno solo), a gastar un valor adicional, mayor incluso que el del simple pasaje, en adquirir una tarjeta para tener acceso al sistema y cuyo destino final parecería ser tan solo aumentar la contaminación por plásticos que está invadiendo el mundo. La preocupación me llevó a investigar un poco cómo funciona el asunto, para lo cual me acerqué en Cali a la estación Unidad Deportiva del “Mío” (que así se llama el sistema de buses articulados de esta ciudad), ubicada en cercanía de la plaza de toros y del Coliseo del Pueblo. Escogí esta estación, por estar cerca a mi casa, y porque allí está también el terminal del cable aéreo que conduce a la loma del barrio Siloé. He aquí lo que encontré:

Efectivamente, en esa estación venden una tarjeta recargable, que cuesta tres mil quinientos pesos, o una tarjeta para un solo viaje, que cuesta dos mil. El usuario decide cuál adquiere. Si compra la tarjeta recargable, debe comprar también por anticipado el número de viajes que desee, número que queda registrado digitalmente en la tarjeta. Con ella se puede ingresar directamente a los andenes de acceso a los buses, sin tener que pasar por la taquilla, y cada vez que se utilice, una máquina lectora le debita el valor del viaje; el pasajero conserva la tarjeta para seguirla usando a discreción. Tiempo después, cuando los viajes cargados en la tarjeta se estén agotando, deberá recargarla en puestos acondicionados para ello a todo lo largo del sistema. Esto, evidentemente le ahorra tiempo al usuario, y evita congestiones en la taquilla. Ventajas de la tecnología. Eso está bien. Sin embargo, si un pasajero ocasional optó por la tarjeta de un solo viaje, esta se queda en el interior de la máquina lectora de acceso, y supongo que podrá ser reciclada por la empresa transportadora. Esta segunda posibilidad es la que falta en el cable aéreo de Manizales, lo cual genera una limitación absurda, que fue a lo que me refería en mi anterior columna sobre dicho sistema: le causa un sobrecosto injustificable al pasajero que llega de fuera al terminal de transportes de Manizales. Fue lo que califiqué de carrasquillada, una forma de enriquecimiento ilícito que no deberían aceptar las autoridades.

Lo más extraño del cuento es que la alternativa, que es válida para toda la red del sistema de transporte masivo de Cali, no lo es para el cable aéreo a Siloé: si se tiene la tarjeta recargable, usted ingresa con ella y, por supuesto, le debitan el valor del viaje. Pero si no la tiene, no puede simplemente comprar una tarjeta de un solo viaje, la que vale dos mil pesos, sino que tiene que pagar además la recargable de los tres mil quinientos que le da entrada a la estación, así nunca vaya a volver a hacer uso del sistema, como le ocurre por ejemplo al turista que simplemente quiere conocer el servicio y disfrutar la vista de Cali desde las alturas, y después va a dejar la ciudad. El barrio Siloé empezó a existir a mediados del siglo pasado cuando millares de desplazados de la violencia política de esa época invadieron la ladera occidental de Cali y se afincaron en ella. Ha sido tradicionalmente un sector de gentes de escasos recursos económicos. Pero sus residentes, a diferencia del resto de los habitantes de Cali, tienen que gastar por obligación ese valor adicional, para viajar en el cable, así vayan a hacer un viaje único. No sé si es clara la diferencia: mientras una persona puede ingresar en cualquier estación al sistema de transporte masivo comprando la tarjeta de un solo viaje, y llegar hasta cualquier otra estación, haciendo sin costo adicional, mientras no se salga del sistema en ninguna estación, todos los trasbordos que le sean necesarios, nadie puede pensar en ir a Siloé pagando solo el costo de su pasaje, porque en la entrada a la terminal del cable no hay las dos opciones  descritas arriba, las cuales sí existen en todas las demás estaciones del sistema. Y, por supuesto, esto ocurre también en las tres estaciones cable arriba en Siloé, porque sus taquillas no cuentan con las dos opciones. Esto no es equitativo. Y creo tener la explicación: el servicio de cable aéreo de Cali fue administrado desde principios de su existencia por los vivos de la empresa del cable aéreo de Manizales. Yo no sé si esa administración sigue en sus manos, pero ellos fueron los que implementaron el sistema.

Entonces; todo lo que yo pido es que, en los ingresos a las tres estaciones del cable aéreo de Manizales, en Fundadores Los Cámbulos y Villamaría, existan las dos alternativas. Esto es especialmente importante para los viajeros intermunicipales que, para salir de la central de transportes hacia la ciudad, o volver desde esta, no se vean obligados al pago de una suma adicional para la adquisición de esa tarjeta que, una vez regresen a sus sedes, no les sirve más que para recordarles la hostilidad con la que les trató el sistema de cable aéreo de Manizales que, de contera, es para ellos el primer saludo que les da nuestra ciudad, tan acogedora en otros aspectos.