17 de mayo de 2024

NICHE

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
19 de enero de 2018
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
19 de enero de 2018

Víctor Hugo Vallejo 

Bonny daba vueltas alrededor de su cuerpo. Le lamía la cara. Le metía la nariz a sus orejas. Le emitía pequeños sonidos de lamento. Era como si lo llamara. No podía salir del recinto. El baño estaba cerrado. Estaban solos los dos en esa área cómoda, pero en la que la angustia se iba apoderando de todo. Un hilo de sangre comenzó a correr por el piso. Bonny lo probó mínimamente. Era la sangre de su amo, a quien tanto amaba.  Su desespero creció, pero nada podía hacer. Decidió echarse al lado de la cabeza de ese cuerpo que tantas veces lo arrulló y lo llevó en sus brazos.  Se quedó quieto. En vela. La luz del día comenzó a entrar por la ventana. Su amo no se movía. El tampoco. Allí se quedaron hasta pasadas las seis de la mañana, cuando llegó la empleada  de la casa, que estaba haciendo uso de su descanso de fin de semana, luego de haberse ido el sábado anterior por la noche.

Anita Palacios  subió al segundo piso. Llevaba consigo un vaso de jugo. Abrió la puerta de la habitación. Se extrañó porque ni su jefe estaba en la cama, ni el perrito Bonny salió a saludarla y a correr escaleras abajo para ir al patio a hacer sus necesidades fisiológicas. Llamó  y no le contestaron. Fue hasta el baño. Abrió la puerta y se llevó la sorpresa negativa de su vida: en el piso estaba su jefe, sobre un charco de sangre y lucía inmóvil. El perrito Bonny estaba pegado a la cabeza de él.

Bajó, buscó su teléfono. Llamó a José Miguel para avisarle, casi sin poder hablar del enorme impacto emocional. No pudo hablar con Damaris, la esposa de su jefe, porque  cuando ella llegó a trabajar ya había salido hacia sus ocupaciones y no podía haberse enterado de nada porque ella dormía en el primer piso, en habitaciones separadas, por pacto de pareja.

José Miguel  dejó a un lado  lo que estaba haciendo y se dirigió hacia el apartamento de su padre.

Anita Palacios llamó a Gloria Bonilla, anterior pareja de su jefe, y con  voz entrecortada, casi inaudible, le contó  lo que acababa de ver en el baño del señor en el segundo piso. Al lado de Gloria estaba Cristina, su hija, quien se puso exageradamente nerviosa. Le dijo a su madre que se fueran de inmediato para el apartamento de su padre para hacer algo. No fue capaz de darle encendido  al carro. Gloria le dijo que le permitiera conducir. Cristina se hizo al lado derecho del puesto delantero y se fueron en medio de una terrible confusión, pues la información no era para nada clara. Mejor: sabían que algo había pasado, pero no sabían qué.

Cuando llegaron se encontraron con José Miguel, Anita, el perrito Bonny sin moverse del lado del cuerpo inane y Damaris parada en el centro de la Sala, con un vestido negro, con los  brazos en jarra, en un desconcierto imposible de leer.  Supieron que estaba muerto, a pesar de que el cuerpo no se había enfriado completamente.

Cristina y Gloria no entendían nada. La noche anterior, domingo 7 de agosto, él había llegado a casa de la primera con el ánimo firme de restablecer sus relaciones con la segunda, de quien se encontraba distanciado desde el 7 de julio, cuando a última hora le dijo que no iría con ella en el viaje a Estados Unidos hasta el 22 de julio.  Ella regresó y no fue a saludarlo. Estaba muy molesta con su padre. Llegó esa noche  muy jovial, alegre, con pequeñas bromas y le entregó a Gloria un paquete de tamales vallunos comprados en un almacén de cadena. Le dijo que los calentara al baño María y esa fue la comida  esa noche. Se rieron, hablaron del viaje y   la reconciliación con la hija se hizo realidad.  Cristina le ofreció a su padre que fueran a comerse un helado, pero Gloria le advirtió que no lo hicieran porque lo estaba viendo muy gordo y aún no se le olvidaba el gran susto que se llevó la familia en el 2007 cuando le dio el infarto y le ordenaron una serie de cuidados vitales que de alguna manera en la comida no estaba atendiendo.

Al despedirse de ellas recordó que no le había entregado la mesada semanal a Cristina, estudiante de la Javeriana de Cali,  y les dijo que iría a un cajero automático cercano y ya regresaba. Se fue acompañado de Sardina (Héctor Murillo), su amigo de infancia, que iba con él a todas partes y un periodista que estaba trabajando por esos días con la empresa. A Bonny, el perrito que llevaba a casi todas partes, lo dejó con Cristina.   Pidió que lo cuidaran  mientras iba al cajero. Regresó. No se bajó del carro. Pitó. Cristina salió, le recibió el dinero y su padre le dijo que le trajera  a Bonny. Se lo entregó por la ventanilla. Desde allí le dio un gran beso, el más hermoso del mundo, según contó ella algunos años después, y se fue. Al entrar a casa Gloria le preguntó  por que su padre se había ido tan pronto. Ella dijo que parecía que tenía alguna reunión.  Fue la última vez que lo vieron con vida y la última en que se sentaron a una mesa a compartir como familia.

El lunes 8 de agosto de 2012 llegó una ambulancia a la casa y se llevó el cuerpo exánime, dado el poco calor corporal que conservaba, con el último deseo de sus familiares de que se pudiese hacer algo por él.  Nada había que hacer. Estaba muerto. Dadas las circunstancias en que lo encontraron, se ordenó necropsia para saber de la causa de su fallecimiento. Quedó probado: fue un infarto fulminante cuando estaba miccionando en el baño, se cayó pesadamente al piso, se golpeó con el lavamanos y se abrió la cabeza, por lo que sangró profusamente. Fue el segundo y el último infarto.

En esa mañana tuvo fin la capacidad creativa de un genio que desde muy niño se propuso hacer algo diferente en la vida y que nació con la capacidad de componer notas y hacer versos como si se tratara de la cosa más sencilla de todas.

En esa mañana del lunes 8 de agosto de 2012 se fue de la vida física Jairo Varela Martínez la leyenda de la salsa, que una vez muerto sigue siendo mucho más leyenda, pues sus canciones siguen sonando sin parar, la gente las canta en todos los espacios y en las festividades que se dan en diversas regiones son las que mas se oyen y bailan. Es el músico de moda en todas las ferias, a pesar de su muerte ya hace un poco más de cinco años.

Fue el niño  que nació músico. No fue a ninguna institución de esa clase de estudios. Apenas cursó su primaria y bachillerato  en Quibdó, donde nació un 7 de diciembre de 1949, hijo de un comerciante,  Pedro Antonio Varela Restrepo,  que no tuvo ningún reparo en abandonar a su mujer, Teresa de Jesús Martínez Arce.  con seis hijos. Ella era maestra de escuela y poeta.  Cuando su padre los abandona, su hermana menor apenas tiene 3 años. El comerciante nunca más se volvió a enterar de nada. Jairo contaba que conoció a su padre cuando tenía 9 años. Lo vio como un hombre callado, reservado, medio triste. Fue un encuentro sin muchas emociones. Un conocerse para decirse adiós. Un saber que entre ellos no existía ningún lazo afectivo.

Su madre supo desde siempre que ese niño  tenía gusto por la música. Todo lo veía con sonidos.  Hizo el mayor esfuerzo de su vida. Dejó de ponerse unos zapatos baratos para reemplazar los ya deteriorados, con el fin de ahorrar y comprarle una guitarra a Jairo, cuando este apenas tenía 8 años. El compromiso fue que le daba la guitarra, pero seguía estudiando con cuidado. Ambos cumplieron.

A los nueve años, con sus compañeros de colegio formó lo que sería su primer conjunto musical. Con una vieja dulzaina, un remendado bongó, un güiro y la guitarra esos muchachos iban por las calles de Quibdó  emitiendo sonidos alegres y muchos de ellos completamente desconocidos. Se los inventaba el de la guitarra. Lo llamaron La Timba. Les daban aplausos. De vez en cuando una moneda, muy escasamente. Los tenía sin cuidado, estaban haciendo lo que más les gustaba: música.

Jairo traía la música y la poesía (las letras de sus canciones son suyas y manejan un lenguaje  lírico de fácil recordación y aprendizaje) adheridas a su cuerpo, a su mente, a sus emociones, a todo su ser. Todo lo veía y lo leía con sonidos. Todo lo quería llevar a que sonara y ojalá que se pudiera bailar.

En 1975 la familia se va a Bogotá y allí comienza la lucha por ser músico de Jairo Varela Martínez. Toca en tabernas baratas. Canta un poco. Siempre salsa. Un día se encuentra con otro chocoano, Alexis Lozano, con quien se identifica y es un soñador como él. Se proponen fundar una orquesta de salsa. Nace el Grupo Niche. Comienzan a tener pequeños contratos de presentaciones. Poco a poco los van conociendo, pero no se da un impulso suficiente para pensar que ese pueda ser un proyecto productivo. Un día Jairo le comunica a Alexis que se va para Cali, que quiere seguir con el grupo. Alexis le dice que él se queda en Bogotá, pues allí ve mejores oportunidades. Se ponen de acuerdo y Jairo se queda con el nombre de Niche.

En Cali en 1978 renace el Grupo Niche. Jairo busca músicos  de gran calidad. Cantantes de voces poderosas y muchas ambiciones. Les presenta su proyecto que por encima de todo al inicio lo único que ofrece es trabajo diario y mucha, pero mucha disciplina de artistas.  No le faltaba un cigarrillo en la mano. Cada que podía se tomaba sus tragos. Le gustaba mucho fumar y el alcohol. Este cuando no estaba trabajando. Comenzó a darle salida todas las notas que llevaba dentro y fueron saliendo muchas canciones que hoy hacen parte de la historia universal de la salsa.

Niche en poco tiempo se consolidó. Por allí pasaron las mejores voces de la salsa y sus canciones eran el sello personal de Varela que en más de 55 trabajos discográficos de larga duración, incluyó más del 80% de obras de su autoría. Lo que salía de la composición  de Jairo se convertía en éxito y la gente lo asimilaba de inmediato al punto de aprendérselas de memoria.

Fue capaz de darle canciones casi himnos a ciudades como Cali (basta el Cali…pachanguero….), Buenaventura, (Buenaventura y Caney, que al comienzo dice ”Para Chava con cariño…”, en el convencimiento de todos que la hizo para una dama llamada Isabel, a quienes les dicen Chava, pero lo cierto es que la hizo para dedicársela a su gran amigo Jairo Chavarriaga Wilkins, congresista que fuera asesinado en Cali) o a Quibdó (Mi pueblo natal), o cantarle al amor de muchas maneras, a los hijos, a las mujeres bellas, a las ganas de vivir, a las emociones profundas, al dolor de un encierro en la cárcel, al renacer de la vida cuando se sigue luchando. A tantas cosas. Las canciones de Jairo Varela Martínez dicen mucho y a todos les llegan. No son solamente para los salseros. Fue un genio y él lo supo siempre.

Por saber quien era y no doblegarse nunca ante nadie, muchos lo vieron repelente, lejano, inabordable, orgulloso y lejano. Podía tener de todo, pero antes que nada era un hombre con una gran timidez y más amigo de concentrarse en sus ideas, en sus notas, en sus versos.

Desde siempre lo caracterizó la fuerza de su disciplina personal y profesional. Era inmensamente perfeccionista. Hacía repetir una grabación todas las veces que fuera necesario para corregir mínimas imperfecciones de tonalidad. Por eso el Grupo Niche de Varela suena distinto a cualquier orquesta. No se encuentran defectos, ni siquiera pequeños. Eso le generó muchos problemas con numerosos músicos, que como artistas son tan dados al desorden y hacer las cosas con ciertos niveles de improvisación. Varela no admitía ninguna. Todo tenía que estar completamente calculado, preparado, previsto, planeado, ensayado.

Alguna vez, cuando compuso el  tema “Marihuana”, que fue vetado en Colombia, pero que en México se convirtió en un suceso de la salsa y lo sigue siendo, a finales de año, cuando estaban haciendo el video de promoción en sus propios estudios en la sede de Imbanaco, en un sótano, trabajaba con Giovany Agudelo, como técnico, Bruno Díaz y Oscar Borja, como actores, un 28 de diciembre y sin que se lograse la obra por discordancia de criterios entre ellos, se paró en la puerta del estudio y les dijo: “No sé que van a hacer. Me voy. Los voy a dejar encerrados bajo llave y con candado por fuera. Ese video lo tengo que enviar antes del 31. Ahí queda comida, cerveza, whisky y cigarrillos suficientes, se quedan y no me llaman hasta que no lo tengan listo. Me voy”. Y se fue y los dejó encerrados.

Los tres tampoco se ponían de acuerdo. La cosa se complicaba. Paso el 28. Pasó el 29 y el producto no salía, no había acuerdo entre los tres. El 30 en la tarde Acevedo y Díaz se pusieron de acuerdo en emborrachar a Borja para que se quedara dormido y sacar de la producción uno de los criterios  disociativos. Por cada medio trago que se tomaban ellos, le daban dos a Borja, quien poco a poco comenzó a hablar con letra pegada y se quedó dormido. En la madrugada del 31 de diciembre los dos productores se pusieron de acuerdo, para  obtener  el efecto que pretendía Varela de que el video se fuese desarrollando conforme al golpe de bongó. A la madrugada del 31, con la luz del día, lograron lo que querían. Llamaron a Jairo y le dijeron que estaba listo. Jairo llegó de inmediato.  Acevedo no lo dejó hablar. Echó a rodar el video. Solamente miraba la cara de Varela y supo que lo habían logrado. En ese momento Borja comenzó a despertarse con la pesadez del guayabo. Jairo preguntó: “Y a este que le pasó”. Le contestaron que se había dormido de cansancio. Les dijo que todo estaba bien, que los esperaba en la oficina para pagarles y así lo hizo en efectivo. Les deseó feliz año y les indicó que se fueran a cambiar esa ropa con la que estaban desde el 28.

A los 63 años la vida le pasó la cuenta a Jairo Varela Martínez y de alguna manera le cobró los abusos con el licor y el cigarrillo de sus años jóvenes. Ya había creado una obra suficiente para presentarlo como el gran innovador mundial de la salsa, la misma que se sigue oyendo y seguirá bailando por muchos años.  La salsa de Varela y su Grupo Niche es tan bien elaborada que sirve hasta para sentarse a oírla, no solamente para bailar. Son canciones con expresiones profundas que leen al ser humano en sus dimensiones emocionales.

A pesar de su espíritu de artista, tuvo una gran visión de los negocios. Siempre fue el representante de su organización, que no se limitó a una Orquestas, sino que montó el estudio de grabación propio, para Niche y otros artistas, con la tecnología más moderna. Las grabaciones las dirigía él mismo. Las producciones las supervisaba hasta en el más mínimo detalle. Cobraba conforme a la calidad que tenía. Imponía condiciones.  No permitía el regateo. Como no le regateaba el salario de sus músicos. Fue una gran empresa comercial con base en la salsa.

Murió en Cali, su segunda tierra, la que se apropió de él, para lo bueno y lo malo,. Y allí se le rinde un homenaje cierto con un Museo en su memoria y el nombre de la Plaza Pública más moderna, situada al frente del edificio del CAM, en pleno centro, donde luce una enorme trompeta que de alguna manera  simboliza la salsa. Su sepelio fue doble: lo embalsamaron y lo llevaron a Quibdó donde sus niches le rindieron el adiós y lo regresaron a Cali, donde una multitud, sin llanto, sólo con sus canciones, le dijo que era un caleño más.