26 de abril de 2024

El diálogo epistolar

3 de agosto de 2016
Por Augusto León Restrepo
Por Augusto León Restrepo
3 de agosto de 2016

UNO Y DOS

Por Augusto León Restrepo

UNO

augusto leon restrepoCartas van  y cartas vienen. El género epistolar está de moda en el escenario político del país. En un lapso de veinte días se han escrito cartas con los más disímiles destinatarios. El Presidente  Juan Manuel Santos , desde «el fondo de mi corazón», hizo destinatario al ex Presidente Alvaro Uribe Vélez de una de ellas,  para invitarlo a que «nos ayude con su indiscutible liderazgo y sin abandonar su independencia crítica, a aprovechar la oportunidad única de paz que se abre a los colombianos y producir así el cambio que nos lleve a un futuro mejor para todos, en especial para las nuevas generaciones» y al final se despide con un «cordial saludo», no sin antes recordarle la frase del Papa Francisco: «no podemos permitir otro fracaso más en este camino de paz y reconciliación «. Y entre el «respetado ex presidente y senador Alvaro Uribe Vélez» y el «cordial saludo», le consigna su visión de lo que se ha logrado hasta el momento en las conversaciones de La Habana , logros que harían parte del documento escrito o acuerdo que está ya a punto de firmarse. Dicen que esta carta nunca fue entregada a quien iba dirigida. Que este eludió al mensajero- en este caso al Embajador de Colombia en el Vaticano- con artificios mil, entre ellos el de  huir por la puerta de la cocina de un reconocido restaurante de la Ciudad Eterna, Roma, para no encontrarse con el emisario, episodio que me niego a creer. Bueno. El hecho es que el Dr. Uribe Vélez, no le ha respondido hasta el momento, ha ignorado la carta de Santos, que contiene puntos claros y precisos sobre el estado actual del proceso habanero que bien hubieran merecido una repuesta razonada y contundente a las argumentaciones del gobierno o el reconocimiento de coincidencias en algunos temas, que las hay las hay. Pero  el ex mandatario, sin acusar recibo de la carta de Santos, «aludió», en lenguaje críptico, enigmático, en una especie de comunicado, a su contenido, y califica como inútil la invitación al diálogo por considerar que  de lo que se trata es de una notificación de lo que ya está resuelto en La Habana, previa reiteración de que considera dañino para el país todo el papel de Santos en el proceso de cierre del conflicto armado con las Farc, mal llamado con prosopopeya patriotera y con mayúsculas, PROCESO DE PAZ. Pero este es otro cuento. Lo que quiero recalcar es que una buena manera de airear las controversias es el género epistolar. Cuánto intercambio escrito no ha habido entre líderes de las naciones que han dado lugar a  amigables entendimientos y cuantas uniones no se han facilitado desde que se inventó la escritura, a través de las esquelas y las tintas. Pero es apenas elemental que se exija el cruce de mensajes. Porque en el caso de Santos, el asunto quedó mocho, como en una especie de onanismo político. No. Hubo carta de Andrés Pastrana, fechada aquí cerquita, en Mozambique, que desde luego no queda en el Mediterráneo como hasta el mismo Pastrana lo sabe, que merece respuesta también escrita por los dirigentes del Partido Conservador  a quienes es dirigida, que fue leída  por Omar Yepes Alzate y que hay que contestar mañana, pasado mañana o cuando sea. Porque es que eso de los tuiteres y whatsAppes es flor de un día. La historia se puede construir a punta de cartas. El descrestador libro sobre la vida de Alfonso López Michelsen, sin duda el mejor editado en lo que va corrido del presente siglo en Colombia, compilado por la periodista Diana Sofía Giraldo, es un clarísimo ejemplo. De manera que a dejar por escrito lo que se piensa, consejo para quienes aspiran a pasar a las páginas de la posteridad.

DOS

Plinio Apuleyo Mendoza, en su columna del viernes del diario El Tiempo, anuncia su voto negativo al plebiscito que con muchas probabilidades se va a efectuar un día no muy lejano, mediante el cual se propondrá al electorado inscrito en la Registraduría del Estado Civil y que esté en pleno ejercicio de sus facultades para elegir y ser elegido, si aprueba o no los acuerdos políticos de La Habana que buscan finiquitar el desarme de las Farc y de contera realizar unas reformas que el país está pidiendo casi que desde sus inicios, relacionadas con la  inclusión y desarrollo  de las regiones más abandonadas que nunca han tenido presencia del Estado y que combatan con efectividad las inequidades y las injusticias, apuesta inicial para la obtención de la utópica Paz. Hay que leer lo que piensa Plinio Apuleyo, quien es del ala céntrica del uribismo, pero que, como es tan común entre los militantes de uno u otro bando en que se divide la opinión colombiana, a veces acuden a argumentos gaseosos o abiertamente falsos para sustentar sus criterios. Humberto de la Calle, ya que estamos hablando de cartas, le escribe una carta en la que lo rectifica. Pero no nos vamos a referir con casuismo interminable a sus textos. Eso sí, invito a los interesados a que los lean y saquen sus propias conclusiones. Interesados que son más bien pocos, no nos digamos mentiras. Los citadinos, porque las bombas terroristas ya no revientan sus vidas ni sus tímpanos. Y los campesinos, porque viven subyugados, incomunicados e indefensos por los grupos armados que imperan en sus territorios. Los farragosos párrafos en que están contenidos los temas que se han discutido en la mesa de conversaciones, todavía no están en contexto.  Más tenemos ya nuestra propia interpretación, según oigamos al entretenido Julito Sánchez de la Doble W con su carnal el chirriado de Alberto Casas o al disco rayado de Fernando Londoño Hoyos con el desabrochado de William Calderón en La Hora de la Verdad. Pero ojalá se establezca el diálogo epistolar y Plinio le conteste a De la Calle. Con el formalismo de las cartas. Nada de redes sociales ni razoncitas radiales. Esa sería una excelente pedagogía, para ver si algún día, en medio del respeto por la divergencia, y la tolerancia, alcanzamos la difícil convivencia sin muertes inútiles ni héroes recordados por ser víctimas o victimarios en la guerra fratricida.