Un país polarizado
JOSE FERNEY PAZ QUINTERO
ABOGADO CONSULTOR
Frente al panorama social, político, y económico por el que atraviesa el país, agravado por las protestas urbanas, los atentados contra las fuerzas del orden los paros armados, la falta de tacto político del recién nombrado alcalde de Bogotá al incrementar las tarifas del tras milenio, que la tiene sumida en un caos de movilidad y caldo de cultivo para algo peor, nos demuestra que no todo es color de rosa como se nos quiere hacer creer.
Imposible no aludir a la insólita situación de los niños indígenas de la Guajira que se mueren por comprobada desnutrición , mientras en la Casa de Nariño se compran, pendones, cortinas, y costosas almendras, las vicisitudes de los diálogos de la Habana respecto a lo que se ha denominado la justicia transicional, entre muchas otras cosas, que nos hace reflexionar para poder entender la controversial situación actual que ha fracturado a la sociedad, creándose así dos grupos polarizados que se acentúa día a día.
Se ha sostenido que este fenómeno social puede tener su origen en diversas causas que pueden ir desde la desigualdad ideológica en ciertos sectores poblacionales, hasta las de carácter económicas, políticas y sociales, cuando estos se reparten entre posiciones opuestas, por la falta de mesura y la ausencia de diálogo, en donde cada parte desconoce la validez de la otra, con un resultado de violencia y otros tipos de enfrentamientos que no se quisiera repetir, etapa vivida en el pasado.
A lo anterior se le suma la influencia informativa de la mayoría de los medios con contenidos sesgados, actuando más como voceros oficiales cambiando a sabiendas la realidad de los hechos, creando ídolos polarizados que demuestran estar en un extremo y otros manipulando las circunstancias, contagio conductual que incide por más ilógico que parezca al comportarse algunos dirigentes de una manera fanática y apasionada, pensando que es lo correcto.
Sin lugar a dudas, la más visible en nuestro medio es la polarización social por causas políticas, que se refiere a la división de opiniones en materia pública, manejo del Estado y del proceso de paz, se ubican en polos opuestos, conocidos como extrema derecha y extrema izquierda.
Pareciera que la paz que debe corresponder a una política de Estado, se está convirtiendo en un proceso de división de los colombianos, que en lugar de traer esperanza, está generando desasosiego, en donde entran en juego las tendencias políticas, la liderada por el ex presidente Uribe que se opone férreamente a este proceso por la forma como se le diseñó, con el lema, Si a la paz, No a la impunidad, pero con un hecho evidente, que hace referencia a una legitimidad política que dichas conversaciones le viene dando a una insurgencia que inicia sus acercamientos para muchos desprestigiada y con poca o nula ascendencia popular.
Lo cierto es, que han trascurridos más de tres años y medio de haberse iniciado el proceso de diálogos en donde la sociedad requiere una mayor ilustración sobre los acuerdos hasta ahora pactados, que le den alta probabilidad de transitar hacia escenarios de una paz futura.
De ser así, incidiría en un proceso de cambio, en un rediseño del Estado, del modelo de justicia, por el decadente consagrado en la Constitución del 91, justicia hoy totalmente desaparecida y denigrada, cuando constituye la materia prima para obtener esa paz que se persigue, con una refrendación popular un poco falseada, que se va traducir en una lisa y llana pregunta, sí a la paz, no a la guerra, con un desconocimiento de las consecuencias de lo acordado, que seguramente afectará la vida cotidiana de los ciudadanos, en lo político, en lo electoral, en lo tributario, en lo territorial, por la zonas de concentración convenidas.
Ahora bien, la idea de que hay que aceptar el pluralismo y practicar la tolerancia, por cuanto los seres humanos no marchamos al unísono, y como la unanimidad es imposible obtenerla, habrá que tomar las decisiones y reconocerlas en su momento, si con ello se garantiza un proceso de entendimiento y concordia ciudadana, es un principio de democracia.
No creo equivocarme, en que todos los colombianos tenemos una aspiración añeja de reconciliación total, y para ello debemos en cambio, aceptar el debate, el disenso, la crítica, exponiendo la verdad, dejando de lado las imposiciones, el dogmatismo, la mezquindad y arrogancia del poder, si en verdad lo que se pretende es la paz entre todos los colombianos, sin distingo alguno.
Pero también se impone el deber de desvirtuar los interrogantes que algunos sectores se formulan respecto a que la tregua y los acuerdos de paz, no son más que un medio de los insurrectos para su fortalecimiento, no solo como movimiento político, lo cual es lógico, sino como movimiento armado, si no hay entrega real de las armas, para consolidar su hegemonía en cierta zonas del territorio nacional, en las cuales ejercen una dominación bastante antidemocrática.
Si bien el imperativo Kantiano, atreverse a pensar, y el imperativo marxista, cambiar la sociedad, constituyeron parte esencial de las doctrinas políticas del pasado, hoy por hoy, ni ese liberalismo kantiano, ni el socialismo de Marx, tienen aplicación en nuestro medio por si solos, para construir en Colombia un verdadero Estado social de derecho, por cuanto de social nuestra constitución solo tiene el enunciado del artículo primero.
Ha llegado el momento en que la mezcla explosiva de democracia y guerra sucia en que vivimos pueda resolverse todavía a través del diálogo civilizado, bajo la condición de hablar con la verdad, siguiendo la frase evangélica.
Adenda: Informan los medios que el tribunal Administrativo de Cundinamarca en un fallo de tutela ordena poner fin a las manifestaciones y bloqueo que han impedido el normal funcionamiento de los despachos judiciales en las áreas civil y de familia, en la ciudad de Bogotá, advirtiéndole al moribundo Consejo Superior de la judicatura , o mejor a su marchitada Sala Administrativa que debe establecer las medidas necesarias que permitan conjurar la crisis a través del diálogo.
Lo que por mandato legal le corresponde a ese órgano rector de propender por la racionalización judicial, sus políticas para la búsqueda de una justica eficiente, eficaz, la modernización del aparato judicial, el respeto por el mandato constitucional que alude a que la justicia es un servicio público de carácter permanente, se desplazan esas claras funciones al campo judicial a petición de un litigante que se consideraba afectado, como la mayoría de sus colegas por la imposibilidad del ejercicio jurisdiccional, vulnerando su actividad profesional.
Pruebas al canto de la crisis por la que transitan los órganos de poder de la rama judicial, las que se encuentran en entredicho con la cacareada reforma de equilibrio de poderes, a la espera de los fallos sobre su constitucionalidad y legalidad de unas designaciones en lo que se ha denominado Consejo Judicial.
Frente a lo anterior, la pregunta a formular sería ¿Dónde queda el usuario de la justicia, que tiene que soportar las indefiniciones de sus procesos?
Bogotá, Febrero 16 del 2016