4 de mayo de 2024

Meditaciones

12 de diciembre de 2019
Por Juan Alvaro Montoya
Por Juan Alvaro Montoya
12 de diciembre de 2019

Mi padre me enseñó que existen dos formas de escribir: para el día y para la intemporalidad. Quien elige la primera se obliga a mantenerse informado, conocer los detalles de su tiempo, sopesar las causas y efectos de los acontecimientos y alimentar su alma de cronista con la fuerza de la realidad que exige una mirada holística. Para aquellos que optan por el segundo camino, lo hacen en un acto de aislamiento, un ostracismo voluntario que difumina el tiempo entre letras y que hace parte de un movimiento simultáneo de introspección y proyección. Ninguno es fácil. Ambos requieren un enorme esfuerzo de abstracción, concentración y análisis que hace del escritor un quijote que combate los molinos de su propia mente.

Esta práctica la han realizado algunos prohombres que han conservado su vigor gracias a sus habilidades literarias antes que por sus logros burocráticos. Cicerón, Demóstenes y Salustio en la antigüedad; Charles-François Lebrun y Mirabeau en el renacimiento o Víctor Hugo y Pablo Neruda en nuestro tiempo. En este contexto destaca Marco Aurelio. Aunque su nombre nada dice a algunos párvulos primerizos que se estrenan en cargos de gobierno, fue uno de los denominados cinco buenos emperadores que propuso Maquiavelo sobre Roma. Su paso a la posteridad no lo acompañaron las grandes campañas militares – aunque no fue ajeno a ellas – o la lucha por el ascenso permanente que caracterizó a Julio Cesar, ni la sordidez en el ejercicio del poder de Claudio, ni mucho menos la grandeza apabullante de Augusto. No fueron suyas las fantasías de fábula, ni consideró la construcción de mausoleos o ciudades para que su presencia fuera recordada por milenios. Nada de ello fue menester para ser evocado como uno de los grandes autores de la Roma imperial. Fue su estilo de vida, estoico, meditativo y filosófico los que le sirvieron para ganarse un espacio en la historia.

La producción intelectual de Marco Aurelio es intemporal. Bajo el título “Meditaciones”, escribió su obra maestra que, por demás, resulta ser una pieza fundamental dentro del estoicismo cuyo declive coincide con la desaparición de este emperador. A través de sus líneas, aflora un filósofo simple pero profundo, que introduce al lector en un conjunto de reflexiones sobre el hombre, su existencia, la forma como enfrentarla o desprenderse de ella, su entorno, la suerte y los valores morales que una persona debe poseer. En fin, es un canto a la creación y un suspiro en el pensamiento. Con razón expresa “El tiempo de la vida humana es un punto, su esencia fluye, su percepción es oscura, la composición del cuerpo en su conjunto es corruptible, el alma va y viene, la fortuna es difícil depredecir, la fama no tiene juicio, en una palabra, todo lo del cuerpo es un río, lo del alma es sueño y un delirio”.

Las “Meditaciones” de Marco Aurelio nos enseñan la plenitud de la vida alejada de las banalidades, resistente a la calumnia, amante de la educación, proclive al amor, con preponderancia del dominio propio, alejada del ocio que da la pereza, ignorante del odio, en fin, nos deja en hondas cavilaciones sobre la esencia del Yo interior. Pareciera que por sus páginas no han transcurrido dos mil años de historia y que su lenguaje, simple y llano, corresponde a un amigo íntimo que ha abierto su corazón para nosotros.

Al concluir su lectura, resulta imposible resistir la sensación de vacío al considerar la sustancia que le han enseñado al gobernante moderno. La mentira, el engaño, la traición, la avaricia, parecen ser la constante en las clases dirigentes del siglo XXI, dejando a un lado espacio para valoraciones profundas sobre la utilidad y el beneficio de nuestras acciones. Los 19 años de mandato que ostentó destacó por su coherencia filosófica y política. Aunque no fueron suficientes para transformar el mundo con la fuerza de las armas, no las necesito para influenciarlo a través de la pluma con la cual dejó textos escritos para la posteridad y que leemos en un imaginario viaje sin tiempo.

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