30 de abril de 2024

¿Qué decía Carrasquilla como ministro de Uribe?

22 de julio de 2018
Por Jorge Emilio Sierra
Por Jorge Emilio Sierra
22 de julio de 2018

 

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*)

El próximo 7 de agosto, cuando Iván Duque asuma la Presidencia de la República, Alberto Carrasquilla estará listo para ser su ministro de Hacienda o, mejor, para volver a serlo, como lo fue entre junio de 2003 y febrero de 2007, es decir, en gran parte del primer mandato del presidente Álvaro Uribe Vélez y en los comienzos del segundo, nada menos.

¿Qué decía entonces?, cabe preguntar. Para saberlo y tener algunas pistas sobre el manejo de las finanzas públicas en el cuatrienio que se avecina, nos guiamos por el libro ¿Qué hacemos con Colombia?, publicado en pleno año electoral de 2006 y donde abordamos “los grandes debates económicos con los principales dirigentes del país”.

Allí, en efecto, el ministro Carrasquilla nos concedió una amplia entrevista sobre la economía nacional, cuyo título habla por sí solo -“El crecimiento económico es la mejor política social”-, al tiempo que escribió, de su puño y letra, un artículo en torno a los desafíos económicos de nuestro país, cuya vigencia salta a la vista.

Pero, dejémonos de rodeos y vamos al grano. Entremos, pues, en materia.

¿Y quién es él?

Alberto Carrasquilla es, ante todo, un académico. Al fin y al cabo venía de la Universidad de los Andes -¡como decano de la facultad de Economía!- al llegar al ministerio, donde se enorgullecía de ser profesor universitario mientras anunciaba, con bombos y platillos, que regresaría a la cátedra cuando saliera. “Aquí me siento raro”, decía.

Aseguraba, además, estar al tanto de las más recientes publicaciones científicas -“Gracias a internet”, admitía- y proclamaba, a cuatro vientos, que su formación es básicamente en economía neoclásica, desde Smith y Ricardo hasta Milton Friedman, padre del muy controvertido neoliberalismo.

Confesó, en fin, militar en el liberalismo manchesteriano (“Yo creo firmemente en eso”, puntualizaba) y pertenecer, sí, a la Escuela de Friedman, siendo partidario de liberalizar la economía, del libre comercio y cosas por el estilo. Neoliberalismo absoluto, claro está.

De hecho, subestimaba los cuestionamientos al neoliberalismo, cuyas ideas -señalaba en tono doctoral- vienen del siglo XVIII y se mantienen en los más importantes departamentos de economía en el mundo, sugiriendo acaso que sus críticos, según suele hacerse de tiempo atrás, fueran dignos representantes de la época de las cavernas.

Y en cuanto a los reparos, que aún hoy se repiten, al llamado Consenso de Washington que sentó las bases del neoliberalismo, los ignoraba por completo, afirmando que los principios sobre equilibrio fiscal y estabilidad de los mercados financieros son de simple sentido común, o sea, incuestionables.

Es neoliberal de pies a cabeza, mejor dicho.

La política social, ¿qué?

Como es sabido, los críticos del neoliberalismo lo atacan con rigor por considerar que dejar la economía en manos del mercado, sin el debido control del Estado, no conduce sino a la concentración de la riqueza y, por ende, a la mayor desigualdad, según plantean desde el nobel Stiglitz hasta Piketty, el economista de moda. “¡Da al traste con la política social!”, advierten en ocasiones con acento populista, demagógico.

Sobre esto, Carrasquilla admitía que, a pesar de lo expuesto arriba, debe hacerse más en materia social, resolviendo problemas de pobreza y desigualdad, sobre todo en nuestro país. Así las cosas, en su opinión el neoliberalismo no va en contravía de la política social, ni deja de luchar contra la pobreza y la desigualdad, a diferencia de lo que aducen sus detractores. Veamos por qué.

En el gobierno de Uribe, que desde entonces ha sido blanco de críticas por sus presuntos malos resultados en materia de política social, los hechos -argumentaba, con cifras en la mano- revelan otra cosa. Y si bien aceptaba, con dolor, que en Colombia estábamos “muy mal en pobreza y empleo”, sentenciaba: “Vamos mejorando mucho más rápido de lo que se cree”.

Y además de esos indicadores, “que muestran resultados favorables”, destacó -“entre muchos otros”- el aumento significativo en el número de viviendas construidas y subsidios otorgados (vivienda social), cupos en el Sena y niños atendidos en el Instituto de Bienestar Familiar, fuera del repunte en el consumo de los sectores de menores ingresos, factor fundamental, a su vez, del positivo crecimiento económico, superior al cinco por ciento en 2005 (y en 2006, cabe anotar, al seis por ciento).

“El crecimiento económico es la mejor política social”, sentenció como para cerrar el debate acerca del neoliberalismo y su presunta ausencia de política social en un capitalismo salvaje, sin corazón.

“Si no hay crecimiento económico no puede haber equilibrio fiscal, ni política social”, agregó.

Cómo crecer más

En aquel momento, al parecer, el Producto Interno Bruto (PIB) creció más del cinco por ciento por el aumento no solo del consumo, como acabamos de afirmar, sino también de la inversión, ambos gracias a la confianza, tanto de los hogares como de los empresarios.

De una parte, “el consumo reaccionó por fin”, al tiempo que la inversión rebasó de nuevo el veinte por ciento, sin olvidar que dicho factor -según resaltó Carrasquilla- es el mejor predictor del crecimiento económico.

En síntesis, la confianza es necesaria y, en especial, la del sector privado, cuyo papel protagónico resulta indispensable en tal sentido para alcanzar un crecimiento sostenible, a mediano y largo plazo, del cinco por ciento o más, objetivo que él identificó como primer desafío económico del país.

El crecimiento, a su modo de ver, no se explica por lo que haga el gobierno, el cual no logra sino booms artificiales y pasajeros, según lo confirmaría la historia de América Latina en los últimos años. “Ese crecimiento no es sostenible”, recalcó.

El sector privado, en cambio, asegura la sostenibilidad deseada en virtud -explicaba- de la voluntad, el empeño y la inteligencia, la innovación y la creatividad (criterios -recordemos- a los que Iván Duque hizo eco en su pasada campaña electoral, cuyo principal asesor económico era precisamente Carrasquilla, quien coordinó la tarea de empalme con la administración saliente).

No es de extrañar, en consecuencia, que recientemente el Consejo Gremial le diera su pleno respaldo al primer mandatario en ciernes, más aún cuando como candidato prometió reducir los impuestos a las empresas para subir la inversión y, por tanto, el crecimiento económico

Sólo que el problema fiscal del país salta a la vista, igual que sucedía en 2006, cuando el entonces ministro de Hacienda urgía hallarle solución. “Confío en que esto se dé también en el futuro”, declaraba como si vislumbrara lo que ahora está sucediendo.

Los nuevos desafíos

Para Carrasquilla, el citado problema fiscal tiene en gran parte su origen en la Constitución de 1991, donde se ordenaron mayores gastos en educación, salud y saneamiento básico, a cuyas metas no se había podido llegar. Se hicieron esfuerzos, sí, pero no hubo la respuesta deseada en aumento de impuestos y financiamiento sano, lo que provocó el déficit correspondiente y las emisiones de deuda.

La solución de fondo, en su concepto, está por los lados de una reforma tributaria estructural que no se había hecho o era apenas gradual “infortunadamente”, lo que obligó a elevar la carga tributaria, como se estaba haciendo (al 15 o 16% del PIB), con un recaudo tributario más dinámico, que contribuían a ir frenando dicho problema.

Eso implicaba, asimismo, incrementar la formalidad entre los contribuyentes (guerra a la informalidad, en definitiva), luchando a brazo partido contra la evasión y la elusión, y racionalizando la estructura tributaria para que sea, de veras, promotora del crecimiento.

“El país sale del problema fiscal si mantiene tasas de crecimiento del cinco por ciento, controla sus gastos discrecionales y maneja bien el endeudamiento”, precisaba.

Ese es, entonces, uno de los mayores desafíos económicos del país, igual que los dos mencionados antes: crecimiento sostenible por encima del cinco por ciento y mejora significativa de las condiciones para invertir, es decir, en el ambiente general de los negocios.

A tales desafíos sumaba, para terminar, la estabilidad jurídica y la paz entendida como la derrota del terrorismo y de la intolerancia, temas que con seguridad se pondrán otra vez sobre el tapete, en el marco del posconflicto.

Colofón

¿Qué dirá, frente a las difíciles circunstancias actuales y las inciertas perspectivas económicas a que estamos enfrentados, el ya próximo ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, en un gobierno presidido por Iván Duque tras el retorno del uribismo al poder?

¡Vaya uno a saber!

(*) Autor del libro “¿Qué hacemos con Colombia?”. Magister en Economía de la Universidad Javeriana y ex director del diario “La República”.