28 de abril de 2024

La vida de Agustín Agualongo en una novela

6 de marzo de 2024
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
6 de marzo de 2024

Para que una novela histórica cautive a un lector debe tener dos elementos infaltables: estar escrita en una prosa envolvente, con frases bien logradas en su construcción idiomática, con un lenguaje que acaricie el alma de quien tiene el libro ante sus ojos, con una narrativa que seduzca por su fuerza expresiva y, por supuesto, con un estilo literario alegre, que muestre la destreza del autor en el buen manejo de la palabra. El segundo, que los hechos estén narrados con cromatismo en las descripciones de los sitios donde ocurren, con una exuberancia verbal que lleve a pensar que detrás de ese texto hay un creador de belleza fornido, con flexibilidad en el manejo de la narración de manera que haga recordar fechas que marcaron para bien o para mal a una comunidad.

Esto es lo que el lector encuentra en Verdes sueños, una novela publicada por Klépsidra Editores, escrita por Cecilia Caicedo Jurado, una autora nariñense residenciada en Pereira, que a su trabajo como lúcida ensayista le suma un gran talento como narradora. Doctorada en literatura de la Universidad Complutense de Madrid, donde se graduó con un excelente trabajo investigativo sobre Gabriel García Márquez, titulado Macondo, país de sueños, esta escritora que fue además investigadora lingüística del Instituto de Cultura Hispánica alcanza en Verdes sueños un lenguaje orquestal, donde condensa hábilmente el elemento poético con la cadencia musical, logrando un libro de fina factura literaria, novedoso en su estructura y perfecto en su técnica narrativa.

Apoyándose en las memorias que sobre los tiempos de la conquista escribió Pedro Manrique, en Verdes sueños Cecilia Caicedo Jurado recrea, en un relato vibrante, el pasado de su ciudad, Pasto. Cuenta cómo surgió en los inicios del proceso poblacional ese que se llamó el valle de Atriz, habitado entonces por los indios Pastos y Quillacingas, donde con un látigo en las manos fueron obligados por los españoles a sembrar trigo. Aprovechando el viento que soplaba fuerte en las colinas más altas, idearon la construcción de molinos para producir harina que convertirían luego en pan. Para mover las astas de madera, sometieron a los indígenas a un régimen de terror. Al principio, el trigo lo utilizaron solo para hacer hostias delgadas, “que no rozaran la boca de las damas”.

Un tópico importante en esta novela es el tratamiento literario que se le da a los sucesos que marcaron la presencia de los españoles en Pasto. La narración se enmarca en esos primeros años para contar que la Corona Española produjo normas de derecho indiano, donde se estipulaba que en cada asentamiento que le perteneciera se reservara una considerable extensión que se denominaría Ejidos. También estableció que el resto de las extensiones de tierra llevarían el nombre de “un señor blanco criollo”, y los hijos de los indígenas o los descendientes de mestizos solo tendrían acceso a las tierras en condiciones de aparceros. Dice además que los grandes terratenientes tenían bajo su control “latifundios cuyo dominio no alcanzaba a ser atrapado por sus ojos ávaros de riqueza”.

El Verdes sueños el lenguaje alcanza su máxima expresión artística cuando Cecilia Caicedo entra en el manejo tanto de la prosopografía como de la etopeya. Esto se advierte cuando describe el físico de Agustín Agualongo o la personalidad de las dos hermanas Mala Hora, personajes que se roban la atención por lo bien concebidos, por las circunstancias difíciles que viven, por los sacrificios que deben hacer para coronar sus sueños y por la pasión con que defienden sus ideas. De Agualongo dice: “Tenía la piel aceituna, su color era trigueño de canela suave”. Lo califica como “altivo y orgulloso de su estirpe”. A Hercilia, la mujer que entra a un convento después de que su hermana Dolores Rosario se casa, la retrata como una mujer inteligente, amante de la lectura, admiradora de Manuelita Sáenz.

El encanto de esta novela fruto de una investigación seria sobre la historia de Pasto está no solo en el lenguaje pulcro con que la autora pinta el paisaje de su tierra, sino también en la reconstrucción de su pasado. En las primeras páginas, Cecilia Caicedo narra los excesos de los españoles. En este sentido, cuenta cómo cogen presos al indio Ramón Cuca Remo y a su amante Manuela Cumbal, y después de encerrarlos en la cárcel de Túquerres, donde fueron empalados, los llevan hasta la plaza principal “para cumplir la sentencia de ser descuartizados y colgados de palos altos y árboles viejos”. Sus cuerpos fueron exhibidos como escarmiento para los demás. Eran indígenas rebeldes. Simbolizaron el primer acto de rebeldía en Pasto. Ocurrió diez años antes del Grito de Independencia.

Verdes sueños está inspirada en la vida de Juan Agustín Agualongo, el líder indígena que le profesaba un gran respeto a Eduardo VII. Tanto, que se enroló en el ejército real para defender la ciudad. Le tocó ver cuando el ejército patriota, al mando del general Sucre, entró a Pasto para combatir a las fuerzas realistas. También cuando los notables del pueblo fueron hechos presos y, luego, amarrados de espaldas, de a dos, arrojados por un precipicio después de ser fusilados. Cecilia Caicedo Jurado narra la vida de Agualongo deteniéndose en detalles simples como que entregaba las cartas que el teniente Zarama le escribía a Dolores Rosario antes de internarse en el convento y convertirse en Sor Teresa, y que cuando era niño acompañaba a misa a las hijas del señor Mala Hora.

Agustín Agualongo y las hermanas Hercilia y Dolores Rosario son tres personajes que se quedan en la memoria del lector. Podría decirse que argumentalmente la novela gira en torno a ellos. Cecilia Caicedo sabe que son parte esencial de su engranaje narrativo. Les da voz en la narración, permitiendo que expresen sus ideas y sus preocupaciones. Es así como nos enteramos de que el papá de las hermanas Mala Hora muere fusilado, de que la abadesa escondió en el convento a varias personas para salvarles la vida, de que la mamá de las dos mujeres fue ajusticiada por las tropas patriotas, de que Agualongo fue llevado a Popayán para someterlo a juicio y de que él respondió: “¡Tengo honor!” cuando, antes de ser fusilado, el obispo Salvador Jiménez de Enciso le propuso que adhiriera a las tesis de Bolívar.