16 de mayo de 2024

El accidente donde perdió la vida Evelio Pérez Soto

15 de febrero de 2023
Por José Miguel Alzate
Por José Miguel Alzate
15 de febrero de 2023

 Capítulo de la novela San Rafael

de los Vientos, donde se narra

cómo murió el líder cívico

 

Tiberio Bustamante Hoyos acababa de cumplir veinticuatro años de edad cuando una noticia que causó consternación en San Rafael de los Vientos se regó como pólvora. Tumbado sobre la cama, los pies sobre un pedazo de periódico para evitar ensuciar la colcha, escuchaba un programa que todos los días, a la una de la tarde, se transmitía por Radio Manizales. Se llamaba La hora del bolero.  Aprovechaba el descanso de la hora del almuerzo para, después de oír las noticias, tirarse en la cama a escucharlo. Le gustaba porque casi siempre ponían discos interpretados por mujeres que con una voz dulce exaltaban el amor, como Dione Restrepo, María Elena Sandoval, Toña la negra y María Luisa Landín. Estaba escuchando una canción que, desde que la oyó por primera vez tres meses atrás, le llegó al alma: Delito, de Dione Restrepo. La cantante antioqueña iba por la mitad de la letra cuando entró apresurada a la casa doña Susana de Giraldo, su suegra, para contarle a su hija Azucena que en el parque estaban hablando de un accidente donde era posible que hubieran perdido la vida cinco personas. Interesado como era por todo lo que ocurriera en San Rafael de los Vientos, quería saber quiénes habían fallecido, Se paró de la cama y, apagando el radio, salió a la calle. Se dirigió al parque para averiguar qué había pasado. En la puerta del almacén de Fernando Velásquez vio a Tomás Botero Peláez que, nervioso, trataba de asimilar la información que le habían dado desde La Dorada. “Parece que se rodaron por Cerro Bravo”, les decía a un grupo de personas que se le acercaron para preguntarle qué había pasado. Javier Gómez Ocampo, que acababa de llegar de Manizales, donde cursaba cuarto semestre de derecho en la Universidad de Caldas, preguntó entonces: “¿Se salvaría alguno?”.

El accidente se presentó treinta y siete días antes de que asumiera como nuevo Presidente de la República Alberto Lleras Camargo, el primer mandatario elegido después de la firma de los acuerdos de Benidorm, que dieron vida al Frente Nacional. Fue un sábado. El miércoles siguiente, Tomás Botero Peláez hizo una llamada a La Dorada para comunicarse con Evelio Pérez Soto. Como habían quedado de encontrarse en ese municipio el jueves, quería informarle que estaba listo para viajar. Acababa de llegar de su finca La Florida, en la tierra fría. Cuando logró la comunicación, escuchó aterrado al otro lado de la línea la voz de un trabajador de la finca que Evelio Pérez Soto tenía en La Dorada: “Aquí no ha llegado nadie”, le dijo. Luego agregó: “Los caballos que llevamos al pueblo tuvimos que regresarlos a la finca porque nos cansamos de esperar”. Carlos Ramírez Arcila, que estaba parado a un lado de Javier Pérez, el hermano de Evelio, escuchando la conversación, le sugirió que hiciera una llamada a Pereira. Debían averiguar si de pronto se habían ido para allá a visitar a don Nacianceno y a doña Cindita, que estaban de paseo en esa ciudad. Cuando les dijeron que no había llegado nadie el pánico llenó sus miradas. “¿Qué habrá pasado?”, se preguntó Carlos Ramírez Arcila. El desconcierto, entonces, fue grande. La posibilidad de que hubieran sufrido un accidente se les vino a la cabeza. Tenían razones para pensarlo: ese sábado, cuatro horas después de emprender el viaje en un jeep Willys modelo 54, llovió torrencialmente en San Rafael de los Vientos. Para ellos, era muy posible que también hubiera llovido en la carretera a Bogotá.

No estaban equivocados. El aguacero fue tan fuerte que en varios sectores de la carretera produjo deslizamientos de tierra. Como para entonces la vía no estaba asfaltada, los charcos que se formaban obligaban a los conductores de vehículos a maniobrar para evitar caer en ellos. Después del ascenso a Letras empezaba un descenso peligroso, que por el barro acumulado ponía en riesgo la vida de los viajeros. Hacerlo en medio de un aguacero aumentaba el peligro, no sólo porque debido a la neblina se perdía la visibilidad, sino porque el agua que caía sobre el parabrisas de los carros impedía ver bien la carretera. Al timón de su campero Willys, Evelio Pérez Soto avanzaba con cuidado, tratando de esquivar los huecos y haciéndole frente, con intrepidez, a la lluvia que caía con fuerza. De pronto, al llegar a una curva, se encontraron de frente con una borrasca que caía desde lo alto del cerro. Venía con piedras y lodo. Evelio Pérez Soto no tuvo tiempo de reaccionar. El vehículo chocó contra la avalancha, siendo arrastrado hacia el precipicio. Los cinco ocupantes nada pudieron hacer para salvarse. El carro rodó por la pendiente, dejando los cuerpos regados en el trayecto. Nadie se dio cuenta. Todo porque, a esa hora, la carretera estaba solitaria

Habían salido de San Rafael de los Vientos a las diez de la mañana. En el jeep Willys viajaban Evelio Pérez Soto, Juan Gregorio Montoya, Gustavo Estrada, Guillermo Zuluaga y Antonio Jota Franco. Antes de tomar la carretera, fueron despedidos en la plaza por Jesús María Serna Hoyos, Francisco Giraldo Botero, Carlos Salazar Botero, Absalón Soto Giraldo y Tomás Botero Peláez. Todo les desearon feliz viaje. La mañana era clara, y en el horizonte no se advertían nubes grises que hicieran pensar en la posibilidad de un aguacero. Un viento seco soplaba desde las montañas de San Antonio. Aunque el sol no brillaba, nada presagiaba una tormenta. Sólo Raquelita Gallo, que en ese momento pasaba por la plaza con destino a la galería para comprar las verduras, se atrevió a vaticinar que iba a llover. “¡Cuídense!”, les dijo cuando cruzó por el lado del vehículo. “Por la tarde va a llover”, les repitió en el momento en que saludaba a Juan Gregorio Montoya. Los previno porque la noche anterior, antes de acostarse, revisó el almanaque Bristol para saber si iba a llover al día siguiente. Sin ponerle atención a lo que la maestra rural les acababa de decir, Evelio Pérez Soto encendió el motor del vehículo. Estaba listo para arrancar, el pedal del embrague en el fondo, el pie derecho sobre el acelerador, la mano izquierda en la cabrilla y la derecha en la palanca de cambios, cuando pasó el alcalde Raúl Gutiérrez Flórez. “Feliz viaje” – les dijo, sonriendo – espero verlos de regreso muy pronto”. El burgomaestre no sabía que se estaba despidiendo definitivamente del líder cívico que treinta años antes había ayudado a abrir el Teatro Peláez.  (Continuará)