28 de abril de 2024

Una sociedad sin héroes

9 de marzo de 2021
Por Por Jorge Yarce *
Por Por Jorge Yarce *
9 de marzo de 2021

No sé si sonará a romanticismo, pero me parece que las sociedades siempre han tenido sus héroes y necesitan de ellos como fuente inspiradora. Son patrimonio de los pueblos, inseparables de su cultura y de su historia. Aunque no faltan héroes silenciosos y desconocidos, el heroísmo no está de moda y nos quedan muy pocos héroes de verdad; tal vez los próceres de la patria y algunos más, porque nos hemos llenado de un montón de héroes de pacotilla, de ídolos de barro que proliferan y se presentan como símbolos, cuando en realidad son una fabricación en buena parte orquestada por los medios. Habría que rescatar algo de los héroes auténticos.

Antiguamente el heroísmo estaba asociado a la virtud entendida como valor físico, como gesta guerrera; progresivamente se trasladó su significado al valor moral y a cualidades del espíritu que hacían a las personas dignas de alabanza e imitación; en cierta medida, sus obras eran comprobación de su estatura espiritual. Esos héroes brillan por su ausencia. Lo que importa ahora es ser famoso, ídolo o celebridad. Mientras se olvida a los próceres de la historia y se desprecia a los santos, a estos ídolos se les pone una aureola en la cabeza. Se dan a conocer más por sus excentricidades que por su normalidad, claro está con excepciones. Algunos son simplemente simpáticos sinvergüenzas a los que todos se les perdona.

Se acabaron los héroes. Ya los hijos no tienen como su héroe al papá sino, por decir algo, a Michael Jackson o a Madonna. Ya no hay profesores que sean héroes para sus alumnos. Simplemente son docentes a los que si no gusta la calificación que pusieron, se les interpone una acción de tutela para la revisión de la nota. Tampoco tienen vigencia los héroes que se sacrifican en bien de los demás en diferentes actividades que no tienen eco en la prensa, como sí la tienen las celebridades de todas las calañas, incluso algunos delincuentes, porque la celebridad no supone la buena fama.

Abundan los superhéroes de ficción, con todo el poder del mundo y con toda la capacidad de violencia que invade la imaginación. Algunos de ellos no son de ninguna manera modelos de vida. Su gloria es demasiado frágil y superficial, y no es para siempre porque llega el día en que ya nadie los aplaudirá. Se les puede aplicar lo que afirmaba Platón de los sofistas, esos coetáneos suyos que sacrificaban la dignidad de la palabra a su vanidad, porque su lenguaje era un lenguaje sin destinatario, que moría con los aplausos. «Vosotros habláis, pero no conversáis” les recriminaba el filósofo con toda razón.

Además, no se le ocurra a usted ir contracorriente y manifestar su desacuerdo con las celebridades en cuestión porque lo tacharán de iconoclasta. Quédese tranquilo porque usted tiene la razón: lo que atrae, muchas veces, por desgracia, no son las virtudes de esos personajes, sino sus vicios, su éxito centrado sobre lo material (sus mansiones, sus autos, su ropa de marca, sus gustos gastronómicos, sus amoríos o conquistas sexuales). Los he visto despacharse con desfachatez hablando de lo divino y humano como si fueran los nuevos maestros de las jóvenes generaciones a las que se sienten obligados a orientar.

Antes a los héroes los consagraban los pueblos por la huella que dejaban en su historia. Ahora son las encuestas y el número de páginas virtuales que se abren con su nombre las que determinan el nuevo “heroísmo”. ¡Qué buena falta nos hacen los auténticos héroes para rescatar auténticos valores y desplazar a los héroes de plástico que inundan los medios!