18 de mayo de 2024

Ascenso al cielo

23 de junio de 2020
Por Mario César Restrepo Velásquez
Por Mario César Restrepo Velásquez
23 de junio de 2020

El trascender la muerte para ascender al Cielo, para los que profesamos la fe Católica, es el premio del remanso de paz que nos merecemos tras vivir muchas alegrías y ciertas penurias, como es lo normal al gozar plenamente la vida. Pero, los que aún tenemos la fortuna de disfrutar de los avatares de este mundo, una experiencia estremecedora catalogable como un elevación de similares proporciones es la que se puede vivir nuevamente a partir de 2008 en nuestra entrañable Manizales, obviamente con el respeto a la licencia del símil. Estoy hablando de la monumental subida al corredor Polaco de la Catedral Basílica. Es una experiencia estremecedora,  más si se hace en Sábado Santo como lo pude hacer en años recientes, con el manto de la oscuridad arropándome para caldear aún más mi temor en el tanteo de las pisadas. Como pocos, es el más grande portento de infraestructura que se puede conocer en nuestra “Manizales del alma”.

Después del ensañamiento ilógico de extraños designios en sendos incendios por la década de los años veinte, con el infortunio de la destrucción total del templo que para la época ya era considerado Catedral, se levanta como el “ave fénix” de entre las cenizas una monumental construcción que, habría de hacerle frente a la furia del averno en la tierra, si es que tuviese la torpeza de presentarse nuevamente a luchar contra la mano de Dios hecha obra. Fue una idea loca y descabellada de un grupo de soñadores y vanidosos líderes de la pequeña comarca que era Manizales en 1928, en la que monseñor Tiberio de Jesús Salazar habría de poner la primera piedra.

El ascenso a lo más alto de la Catedral Basílica Metropolitana de Nuestra Señora del Rosario, es una vivencia surrealista que deja impertérrito a quien la remonte por primera vez, sea local o foráneo. Con el rediseño de la seguridad, se hizo más atrayente para el turismo masivo, digna de la declaratoria de Basílica por parte del Papa Pio XII y  Monumento de Interés Nacional por cuenta del gobierno del presidente Belisario Betancur.

Como hijo de crianza de esta hermosa ciudad, tuve la fortuna de escalarla en la década de los setenta cuando era un crío, y antes de cerrarse oficialmente; y digo escalarla, porque verdaderamente es lo que era, en donde las condiciones de seguridad eran mínimas.

Lo primero que noté al dejar el moderno ascensor para adentrarme por los corredores en las alturas del alma de la Basílica, fue  toparme con un ambiente muy Sacro, dada la privilegiada vista hacia el altar con la que contaba, con su imponente Baldaquino dorado. Observé el inicio de la Vigilia Pascual por parte de un séquito de sacerdotes y sus monaguillos, lujosamente ataviados para la ocasión.

Tras dejar el ensimismamiento que me produjo la perspectiva estratégica de la ceremonia, comencé a caminar por el exterior bajo amenaza de lluvia en la fría noche, por las inmediaciones de la torre de San Marcos, para elevarme por la aguja central. Al llegar a la base, al tuétano de la gran torre, después de haber sorteado un estrecho pasillo de escaleras de cemento en forma de tornillo, el cuchicheo del grupo en pleno se silenció abruptamente por el avistamiento del majestuoso complejo de escaleras que ascendían en espiral y simetría cónica, hacia el imaginario Cielo que cada quien guardábamos en nuestra mente, en consonancia con la Sacralidad del momento que escogimos para la visita.

La sensación de calor al interior se elevó ostensiblemente, por un fenómeno térmico propio de estas estructuras, haciendo más jadeantes los últimos peldaños próximos al privilegiado mirador. En algunos trayectos quedaron a modo de vestigios del pasado, unos tramos de las antiguas y estrechas escaleras de madera en forma de caracol, muy rusticas, artesanales y bamboleantes; las que referí me había atrevido a encaramar en la niñez de los setenta, prueba irrefutable que en esos años permisivos, que no se conocían por lo menos en mi vecindario los deportes extremos, bien hubiera podido considerarse  la osadía de los que nos arriesgamos, dignos exponentes de una de estas disciplinas de la adrenalina.

Al llegar a nuestra meta, en romería salimos como termitas de su montículo por un agujero, para caminar por el corredor polaco de forma segura a ciento dos metros muy cerca de las nubes, para tener una exclusiva panorámica nocturna de trescientos sesenta grados sobre la hermosa ciudad llamada “La Perla del Ruiz”. Yo que llevaba ocho años fuera de la ciudad en ese momento, inunde mi mente con la nostalgia de las vivencias en el trasegar de la vida, al ver la belleza nocturna de la tierra de mis ancestros, lindos recuerdos que siempre estarán enquistados en mi corazón, por más lejos que de ella me encuentre.

Después de cerca de una hora de derroche emocional en la noche Santa, dejé prendado en mi retina la majestuosidad desde las alturas y la reafirmación de la templanza de los pioneros que la construyeron. Me retiré en fila india muy lentamente, para bajar nuevamente al terreno de los mortales al que pertenezco y en el que he de permanecer por mucho tiempo, mientras me llega el tiempo de rendir cuentas al Creador y si Él lo permite, ascender al verdadero Cielo.