18 de mayo de 2024

2020, año coronado

19 de junio de 2020
Por Mario César Restrepo Velásquez
Por Mario César Restrepo Velásquez
19 de junio de 2020

Mario César Restrepo Velásquez

Asomaba en el planeta con su inocencia cronológica el año 2020, año de los gemelos, según la  fake news de la profecía de Nostradamus.  Cómo siempre ha sucedido en la historia de la humanidad en ese trayecto cósmico de cambio, parecía morir un 2019 con sus vicisitudes globales y nacía para fortuna de muchos y tormento de otros, un 2020 para reescribir las promesas incumplidas y replantear nuestras imperfecciones para afrontar mejor la vida.  Pero lo insospechado, inimaginable, inverosímil,  estaba mutando para hacer su macabra aparición a principios de 2020; dicen unos, que de un mercado de vida silvestre, otros,  que se escapó accidentalmente en un laboratorio de biotecnología. Como quiera que hubiera sido, lo real si es que, la génesis del “virus coronado”,  covid-19, surgió en la trepidante ciudad de Wuhan, capital de la provincia de Hubei, China. Para la generalidad de los habitantes lejanos a la hipocondría, o con bajo nivel de concientización de fenómenos de salubridad global, este coronavirus no iba ser más que una gripa un tanto más fuerte que la convencional y se podía combatir, a parte de los analgésicos, bombardeando nuestro organismo con un arsenal de alimentos ricos en defensas naturales. Pero la amarga realidad comenzó a inundar los diferentes medios de comunicación con dantescas noticias de muerte y desolación. No fue sino a partir de la declaratoria de pandemia a principios de marzo definida por la OMS y la posterior encerrona obligatoria en casa ordenada por los gobiernos que, revolucionó nuestra mente hasta el punto de concebir este nuevo orden mundial como un parteaguas de nuestro momento en la tierra. En su desesperado silencio el planeta gritó. Se bajó la cortina de la productividad y se le echó cerrojo a la economía hasta nueva orden. A los hoteles, plazas de mercado, almacenes, restaurantes, bares, discotecas y grandes centros comerciales, dejaron de llegar los de siempre, la fiel clientela que paga el arte del “bien hecho, bien servido y bien atendido”, encimando generosa sonrisa. Las fábricas a menos de media marcha con algunos de sus diligentes operarios ausentes de la línea de producción. Las ejecutivas y ejecutivos, oficinistas de sastre y corbata, o de casual vestir, retomando su saber hacer en el impensado mundo del teletrabajo. Desolados quedaron también del bullicio y el alegre tropel los salones y pasillos de las universidades, colegios, escuelas y jardines, con sus regentes de enseñanza acogidos con sus familias reinventándose en la conectividad. Y aquellos seres marginados, dueños de las desérticas calles, sin cobijo y nulas posibilidad de aislarse, esperando con estoicismo una mano dadivosa o un Gobierno apegado a la Constitución, responsable de sus desamparados. En el vértice de esta lucha frontal contra el coronavirus, “blandiendo la espada de Damocles”, están nuestros héroes de “blanco atuendo”: médicos, especialistas, enfermeras, camilleros y operarios de servicios, hombres y mujeres en cada uno de los honrosos oficios y profesiones, que con su sacrificio y entrega, aportan hasta la vida misma para paliar el brote de la enfermedad.

El mundo sigue girando en crisis y los percentiles del virus en cada rincón del orbe en permanente frenesí mostrando sus letales estadísticas de muertes vs infectados, y las también esperanzadoras cifras de recuperados vs infectados; ni qué hablar de las variables macroeconómicas que entran en depuración y necesaria recuperación mediante un delicado proceso de “cuidado intensivo”. Entre tanto, a tres meses de la declaratoria de emergencia, mientras nos sacudimos de ese letárgico encierro, con las alacenas agotándose y nuestros cuerpos ganando peso, debemos de una buena vez apuntarle a la resiliencia. Debemos reinventarnos con inteligencia. Conocer al máximo nuestras potencialidades para reforzar las que aun perteneciéndonos, permanecen dormidas, y pulir para llegar a la perfección las que nos caracterizan y nos pueden dar ventaja. Así, pues, ante la consabida problemática que está fluyendo sin control mientras continuamos con este cívico aislamiento, hemos de asimilarnos en constante búsqueda del “sueño americano”, pero ahora en Patria propia, en el suelo que pisamos, combinando múltiples destrezas para incontables necesidades surgidas antes, durante y pos pandemia.

Las costumbres de interacción con en el entorno social y familiar, tanto en oriente como en occidente y sin caducidad a la vista, será en cierto sentido frívolo, sin contacto alguno, distante y hasta semi-incognito si se quiere, por el uso permanente del tapabocas. Lejanos quedaron esos abrazos a los padres en visita de domingo, al hermano, al amigo, que nos hacían sentirnos vivos y especiales para alguien, con la tibieza de un cuerpo y un corazón palpitante, o el simple apretón de manos, con la fuerza de la lealtad. Pero mientras esto pasa, porque habrá de ser historia como todas las epidemias de la humanidad, desbrozaremos cada día con nuestro círculo íntimo de convivencia, como se nos venga en gana, el placer de su grata compañía sin reservas ni prevenciones.