1 de mayo de 2024

Otto Morales y la consulta popular

24 de junio de 2017
Por Jorge Emilio Sierra
Por Jorge Emilio Sierra
24 de junio de 2017

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*) 

(Tomado de mi libro “Biografía política de Otto Morales Benítez”, aún inédito) 

Nuestro pueblo -sostenía el ex ministro Otto Morales Benítez, cuando ya había cruzado la barrera de los ochenta años- debe ser protagonista en la actividad política. “Tiene por qué serlo”, agregaba. Al fin y al cabo, en su opinión, el sentimiento partidista aún está arraigado en nuestras gentes, lo cual conduce, por lo general, a posiciones sectarias de parte y parte, a diestra y siniestra.

Eso tenía que reflejarse, según él, en la organización de los partidos y, sobre todo, en la escogencia de sus jefes, salidos de la entraña del pueblo a través de la consulta popular.

En el liberalismo, por ejemplo, era lo que sucedía de tiempo atrás -precisaba, basado en su experiencia personal- durante las convenciones locales y regionales, donde la amplia representación popular permitía elegir a los dirigentes municipales y departamentales, quienes proclamaban, en su convención nacional, a quienes ostentaran la máxima representación del partido ante el país, como eran sus  candidatos presidenciales.

La convención nacional, por tanto, era una amplia muestra representativa de las diferentes regiones y sus grupos de profesionales, intelectuales, obreros, campesinos, etc., de modo que la sociedad entera, en una auténtica democracia participativa ordenada por mandatos constitucionales, definía el futuro de la nación.

Los jefes debían ser, pues, el fruto de la voluntad popular, no de componendas, ni mucho menos de «la clientela» disponible (léase: clientelismo) en los cargos públicos, en la frondosa burocracia oficial, fenómeno de corrupción que ha prevalecido en los últimos años.

De hecho, tal situación -observaba en tono crítico- había cambiado en los años recientes, aunque sus orígenes -agregaba en su condición de historiador- se pueden remontar a los ya lejanos tiempos de la violencia política que desde mediados del siglo pasado impedía la realización de comicios locales y, por consiguiente, la consulta popular como mecanismo democrático por excelencia.

En efecto, a partir de entonces se consolidó el poder de los congresistas, quienes se encargaron, sin consultar a las masas, de conformar los directorios nacionales, departamentales y municipales, donde llevaban a sus amigos, sin importar que estos no fueran reconocidos como líderes populares, queridos por sus gentes, por los liberales «de base».

¿Cuál fue el resultado de dicho proceso? Ya se sabe: surgieron múltiples divisiones en el partido, cada facción sin respeto por las directivas oficiales que tampoco eran reconocidas, desembocándose en el personalismo, en las listas unipersonales, cuando no en la simple imposición de dirigentes cuyo único propósito era su beneficio individual o grupista y la perpetuación en el poder, es decir, su reelección permanente, a veces en contra de las necesidades del país.

En tales circunstancias, el partido no podía menos que entrar en crisis, volar en pedazos. Es lo que ha ocurrido -sostenía- en las últimas décadas.

Hay que volver -decía- a la consulta popular, aunque ello sea difícil, aunque la situación de orden público o la violencia se oponga y aunque se haga en forma lenta, gradual, progresiva. Ese era precisamente el reclamo que hacía don Santiago Pérez -sentenciaba- al hablar, en el siglo XIX, sobre la política que siempre debe seguir el liberalismo.

El Congreso es importante, claro está. Es el poder legislativo, mientras sus representantes y senadores son los legisladores, pilar fundamental del estado de derecho. Pero unos y otros son solo una parte de la colectividad, poco representativa de ésta mientras su elección sea fruto de componendas, de prácticas clientelistas, de la imposición de maquinarias electorales al servicio, en ocasiones, de mezquinos y sucios intereses.

«Esto le ha hecho mucho daño al país», concluía Morales Benítez al tiempo que lanzaba un enérgico mensaje acusatorio por haber perdido el Congreso su función fiscalizadora y convertido en instrumento dócil del ejecutivo, quien para mantenerlo maniatado lo compra a través de los controvertidos auxilios parlamentarios (“la mermelada”, decimos ahora), manifestación suprema de la corrupción imperante, de la inmoralidad que campea a sus anchas en la actividad política de las distintas organizaciones partidistas.

Hay que volver, entonces, a la consulta popular, único medio -afirmaba- de reconstruir los partidos y lograr que jueguen de nuevo el papel protagónico, vital, que les corresponde en la democracia.

(*) Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua – [email protected]