11 de mayo de 2024

Medio siglo sin Azorín

26 de marzo de 2017
Por Jorge Emilio Sierra
Por Jorge Emilio Sierra
26 de marzo de 2017

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*) 

El pasado 2 de marzo se cumplieron cincuenta años de la muerte de Azorín (pocos recuerdan a José Martínez Ruiz, su nombre de pila), uno de los más importantes escritores españoles de los últimos tiempos.

Pero, ¿quién era él? ¿Qué podemos decir hoy, en pleno siglo XXI, sobre su obra literaria, de obligada referencia entre los expertos? ¿Y cuál es su vigencia, si aún la tiene?

Tales interrogantes, planteados por estos días en muchos países (sobre todo en Hispanoamérica, por razones obvias), fueron abordados durante la reciente celebración conmemorativa en la Academia Colombiana de la Lengua, cuyo acto principal fue una conferencia en tal sentido de Juan Carlos Vergara Silva, Coordinador de la Comisión de Lingüística de esa institución.

Para empezar, el expositor hizo alusión a la “Historia de la Literatura Española” de Nicolás Bayona Posada, con prólogo de Antonio Gómez Restrepo, libro que desde sus años escolares  le permitió descubrir el maravilloso mundo de Azorín, el cual años después, de la mano del crítico Ángel del Río, pudo ahondar en el marco de la llamada Generación del 98, “de la que él fue sin duda uno de sus máximos representantes”.

Luego de estas revelaciones personales, pasó al tema central, relacionado con tres aspectos específicos de Azorín como escritor: el académico, el viajero y el autor visto por sus contemporáneos.

El camino, pues, quedaba trazado para seguirlo a continuación.

Azorín, académico

Sí, él fue académico, miembro nada menos que de la Real Academia Española, donde ocupó la silla P que el Nobel Mario Vargas Llosa -según sus confesiones- hubiera querido al ingresar en la RAE con una disertación sobre “Las discretas ficciones de Azorín”.

En su discurso de posesión, bautizado “Una hora de España” (que se refiere al corto período de treinta años, entre 1560 y 1590), Azorín hizo un recorrido detallado sobre personajes de esa época, decisivos en la vida española, como Cervantes, Fray Luis de Granada y, en especial, el rey Felipe II, cuya  descripción en sus momentos postreros, leída por Vergara Silva, conmovió al auditorio.

“Ahí aparece su mirada cinematográfica”, precisó el conferencista al subrayar que dicha presentación académica es una de sus mejores obras, como “ensoñación magistral de la España pretérita y eterna”.

A propósito -agregó-, una descripción similar, en la obra “En torno a Azorín”, hizo de él Díaz-Plaja (quien ocupó su puesto en la Academia) sobre su vejez, cuando este “gran escritor, espejo profundo del alma española”, fue víctima de la soledad, encerrado  en su casa.

Vargas Llosa, a su turno, declaró que “La ruta de don Quijote” es “uno de los más hechiceros libros que he leído”, en obvia alusión al embrujo que padeció durante la lectura de sus 16 crónicas, “perfectamente concebidas”.

Las palabras resonaban en el solemne recinto de la Academia Colombiana de la Lengua, hecho que de manera simultánea sucedía en sus similares de España y América, cuyos actos respectivos son ahora de fácil consulta por internet.

Relatos del viajero

En vida de Azorín, los relatos de viajeros eran muy comunes en la literatura. Y él no fue la excepción. Al contrario, dejó numerosas páginas memorables de sus travesías a caballo, como se aprecia en “La ruta de don Quijote”, y por tren, donde su prosa poética se paseaba a sus anchas en medio de la nostalgia.

En general -según Vergara Silva- tales relatos, que describían el paisaje español, fueron usuales en la Generación del 98, pero en el caso de Azorín -agregó- era algo distinto no solo por el estilo sino por la técnica, “como si captara la esencia misma de las cosas”, según es fácil constatarlo en sus andanzas por los pueblos de Castilla.

Ello se debe, en su opinión, a la descripción minuciosa, al énfasis en los detalles, y al hecho de pasar la realidad física, objetiva, por el filtro subjetivo del autor, quien ofrecía finalmente un mundo creado por él, idealizado, que cautivaba a los lectores hasta alcanzar una experiencia casi mística, religiosa.

En tales circunstancias, el resultado último no podía ser otro que “la realidad idealizada de España, del alma castellana”, aquella que en sus “Lecturas españolas” redescubrió en autores clásicos de su país, vistos también desde una perspectiva personal, fundamento por excelencia de su crítica literaria.

En efecto, él se oponía a la visión tradicional, estática, de “cosas muertas, sin alma”, que prevalecía sobre los clásicos, la cual estaba signada por el dogmatismo y los estereotipos; prefería, en cambio, romper con su pasividad y ser un actor más en la lectura, en estos viajes a través de los libros, actitud que a su vez reclamaba de los demás, comenzando por los propios escritores.

Una verdadera revolución en el campo de la crítica literaria, sin duda.

Otras opiniones

“Nadie ha visto a España con más detalle, con más amor, con más ternura”, dijo de Azorín su amigo y gran conocedor de su obra, Julián Marías, quien subrayaba -recordó Vergara Silva al cerrar su intervención en torno a la visión que de él tenían otros escritores- su técnica del detalle sugestivo, basada “en decir una cosa después de otra, no una dentro de otra”, de la cual surgía su extraordinaria “evocación del pasado”.

Por su lado, Pío Baroja, quien compartía su puesto de honor en la Generación del 98, hacía énfasis en su generosidad, al tiempo que Ortega y Gasset hablaba de su “lenguaje intimista”, “donde lo minúsculo es lo más grande, y lo grande, mero ornamento”.

Vicente Aleixandre, por último, añoraba el encuentro personal con él al final de su vida, en una sala discreta, ya anciano, delgado, quien avanzaba suavemente y, sentado luego en su sillón, dialogaba con el visitante, rindiendo culto a la palabra.

Al concluir la disertación de Vergara Silva, sus colegas académicos aplaudieron con entusiasmo, tras lo cual algunos de ellos resaltaron aspectos como el lento paso del tiempo en la obra de Azorín, reflejo de su época, tan diferente de la nuestra, signada por los cambios continuos y el ritmo frenético en los centros urbanos.

Se debatió, además, sobre la conveniencia o no de recorrer la vieja ruta del Quijote en España, sea para conocer cuánto ha cambiado o para negarse a romper el encanto de verla como era antes.

Y no faltó quien citara sus “Confesiones de un pequeño filósofo”, libro donde éste, contando su experiencia escolar en Murcia, capta la belleza y el sentido poético de España a través del paisaje, con una sensibilidad especial del niño y el lenguaje “cinematográfico” característico de la literatura que nos legó la Generación del 98.

“Es ahí donde encontramos las mejores estampas de España, cuyo ser, cuya alma, tanto nos toca a los pueblos latinoamericanos”, señaló alguien más, poco antes de levantarse la sesión.

(*) Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua