27 de abril de 2024

¿Para qué sirve la filosofía?

12 de junio de 2016
Por Jorge Emilio Sierra
Por Jorge Emilio Sierra
12 de junio de 2016

Por: Jorge Emilio Sierra Montoya (*) 

Sin miedo a la libertad

Sierra Jorge EmilioEn mis dos artículos anteriores sobre cuestiones filosóficas -Hacia una filosofía latinoamericana y La crisis de la filosofía- fui bastante crítico, en cabal ejercicio de la naturaleza del tema propuesto. Espero, sin embargo, que dicho diagnóstico haya sido objetivo, acorde con la realidad o la verdad, regla de oro de esta disciplina, sin duda la actividad intelectual por excelencia.

Pero, es obvio que no debemos quedarnos ahí, en la mera formulación del problema y, en especial, de la misma crisis de la filosofía, por más que éste sea el signo de los tiempos que corren. Hay que pasar, pues, a la pars construens que llamaba Bacon. O perder el miedo a la libertad, en palabras de Fromm.

La filosofía moral

Para empezar, pienso que los filósofos tenemos mucho que hacer en esta época, la cual paradójicamente, a pesar del materialismo reinante, puede estar retomando nuestros principios, sin que muchos de nosotros -¡por estar dedicados a la lingüística, la lógica y la hermenéutica!- nos demos cuenta, ni actuemos en consecuencia.

En el mundo empresarial, por ejemplo, ya es lugar común aceptar que el principal factor de producción, por encima de los factores tradicionales (la tierra, en primer término), es el capital humano, en el que lo fundamental a su vez son los valores éticos, espirituales, que constituyen el pilar por excelencia de la productividad y la calidad, sin las cuales es imposible sobrevivir en la economía globalizada de hoy.

¿No tienen ahí -me pregunto- nada que hacer los filósofos? ¿Y en ese campo, en el de la adecuada capacitación para formar un óptimo capital humano, no debemos nosotros, como educadores, jugar un papel protagónico, recordando acaso las sabias experiencias que vienen desde la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles, hasta las teorías de Rousseau y Montesquieu, donde se inspira la democracia moderna?

Hay que valorar, entonces, la educación, el oficio que tenemos asignado por vocación; hay que redescubrir la dimensión espiritual del ser humano, pues la humanidad, al comienzo de un nuevo milenio en la era cristiana, está entrando en una etapa de alta religiosidad que es fácil confirmar en la proliferación de libros al respecto, y, ante la corrupción que nos azota en los países latinoamericanos, es preciso rescatar lo mejor de la filosofía moral, si bien desde Kant, dentro de la línea positivista que en él se originó, lo ético se pretendió dejar en un terreno subjetivo, cual si sus normas no determinaran la existencia de la sociedad y del estado de derecho que por fortuna nos rige.

La filosofía moral, en síntesis, es un campo que debemos explorar, con el propósito central de combatir la corrupción y contribuir, como pensadores, a la construcción de países dignos, honestos, con las frentes en alto y las manos limpias, lejos de tenernos que avergonzar ante nosotros mismos y el resto del mundo.

Filosofía política, periodismo y literatura

De igual manera, hemos de abrevar -parodiando a Rafael Uribe Uribe- en las fuentes de la filosofía política. ¿O es que Platón no escribió “La República”, o Aristóteles no escribió “La Política”, o los enciclopedistas franceses, cual filósofos modernos, no levantaron los cimientos de la democracia liberal que tuvo como máximo precursor ideológico a John Locke, otro gran filósofo inglés?

No podemos, por tanto, dejar a un lado la política, la Política en grande que ha sido tema de reflexión a lo largo de la historia de las ideas, por la sencilla razón de que nuestros pueblos la necesitan. Baste decir que la Constitución colombiana de 1991 propugna por una democracia participativa, no sólo representativa, que invoca nuestra condición de ciudadanos, de legislador primario, de soberanos en quienes reside el sagrado poder popular, y es evidente que los intelectuales estamos llamados, con esa responsabilidad de que hablaba Chomsky en plena guerra de Viet Nam, a participar en dicho proceso.

Por último, están el periodismo y la literatura. El primero, para que nuestro lenguaje, por especializado que sea, esté al alcance del público en general, cumpliendo la citada misión educativa en países con elevadas tasas de analfabetismo, y la segunda, por lo sugerido al abrir estas reflexiones: la literatura, como la creación artística en su conjunto, abre las compuertas de la imaginación -“La loca de la casa”, como le decía Santa Teresa- y nos permite aprehender la realidad, la fantástica realidad latinoamericana, mucho más que la ciega razón.

“El hombre es un Dios cuando sueña y sólo un mendigo cuando piensa”, sostenía el poeta alemán Federico Hölderlin, sobre quien Heidegger, uno de los más abstrusos filósofos del siglo XX, escribió un bello libro titulado “La esencia de la poesía”.

(*) Director de la Revista “Desarrollo Indoamericano”, Universidad Simón Bolívar – [email protected]