FRAY RODIN EN LOS TOROS
Pero como volvieron las peleas entre los taurinos y los antitaurinos, con el debido permiso de la autoridad competente, que para mi caso es el Hermano Torcuato, quise volver a los tendidos a ver si la lllamada fiesta,había evolucionado .Y tal vez nó. A las tres de la tarde arrancaron los pasodobles, muy bien interpretados por la Banda de la Santamaría. Entonces me englobé y recordé el día que mi padre, hacia 1.946 o cuarenta y siete, me llevó a ver rejonear a Conchita Cintrón, en la placita El Soldado del Batallón Ayacucho de Manizales y después , en cada Feria, a ocupar los tendidos altos de sol de la plaza de la ciudad de las puertas abiertas.Luego fuí acomodador, integrante de la peña Los Clarines, llegué a tener mi propia barrera de sol y, sí señores, ascendí hasta la presidencia de la plaza de toros y la asesoré en un par de temporadas,hasta que un mal chiste político, que no le gustó al Alcalde Kevin Angel me devolvió a los tendidos. Y desde el callejón escribí para La Patria,durante varios años, crónicas taurinas, que desde luego, ya se olvidaron, porque también son efímeras, como lo es el toreo. Esta suscinta historia explica el por qué de mi presencia en la Santa María y las reflexiones que se me vinieron a la cabeza. Pero antes, permítanme describirles, en corto y por derechas, lo que ví en Ramsés, Bolívar y Naranjo,matador manizaleño, y en los Modoñedo. Las Peñas Taurinas, más de diez que se abonan en Bogotá, aplaudieron el trapío del encierro. Y como sienten de su tierra la ganadería de Don Fermín Sanz,exigieron vuelta al ruedo para sus herederos, con justicia, puesto que fué bastanta potable para los alternantes, pese a que a los ejemplares se les agotaban temprano las embestidas. Y vimos algo inédito en las corrida de los colombianos. Muy buenas picas, muy buenas banderillas y muy buenas estocadas.No hubo profusión de orejas, por la falta de oficio de algunos (Ramsés y Naranjo , que torean en placitas, tres o cuatro encierros al año, y así no se puede), pero Bolívar cortó dos y el bogotano , una.Los toros se fueron al desholladero sin irritables excesos en las suertes, es decir, sin banderillas puestas en los remos, sin boquetes abiertos en las picas y sin plurales descabellos, que le restan esteticidad a las faenas y que le dan argumentos a los antitaurinos cuando se presentan. Pero como las corridas suceden in situ, son en tiempo real y son impredescibles, no se pueden planear sin la incidencia propia de su naturaleza, que es la inmolación del toro. Suspender cualesquiera de los tercios desdice de la evolución del rito taurino, que ha pasado de la simple ejecución de manteos desordenados para preparar la muerte de los astados, a una verdadera unidad ,casi un ballet, entre el toro y el torero.Para mí, hay arte en el enfrentamiento entre el animal y el hombre, cuando la estética domina el espectáculo.Que a veces deja de ocurrir, como sucede con los intérpretes de la música y del canto, cuando desafinan, o con los pintores u oficiantes de la plástica, cuyas pinceladas o perfomances agreden al espectador, en su visión unipersonal.Los toros que mueren después de una lidia aséptica , están ratificando su destino de nobles enemigos, que en la lid que es el toreo,son las víctimas , fruto del triunfo de la racionalidad sobre la irracionalidad. Sacrificio, que por demás , tiene hondas raíces religiosas y filosóficas, que no son otras que la permanente presencia en la cotidianeidad de la vida y de la muerte, de lo eterno y lo perenne , de lo finito y lo infinito. Yo creo que quienes vamos a las plazas de toros, no somos bestias que vamos a ver ultrajar seis bestias y conducirlas a la muerte. Ni tampoco, a ver como se acaba una vida humana en las astas de un toro. Auncuando casos se dan.Algunos espectadores van atraídos por la remota desgracia de la muerte de un torero, para poder contar luego a sus amigos, sus hijos y sus nietos, con derroche de morbo, que se estuvo en la tarde trágica de la desaparición de un coletudo. Por fortuna, el hombre con su maestría e inspiración evade la muerte, que ahí está, de cuerpo presente, latente y amenazadora en las arenas de las plazas de toros. Este mensaje en extenso, lo consigna uno de los más importantes pensadores colombianos, Andrés Holguín, en su libro Toros y Religión, que ya es un libro raro y casi incunable. Si este sustrato espiritual no existiera en los toros, ya muchos habríamos abandonado los circos.Los antitaurinos están en su derecho de excomulgar a quienes así pensamos, pero sin imprecarnos como asesinos ni condenarnos a las llamas infernales. Y en luchar por humanizar a los animales, en vez de desanimalizar a los humanos,victimarios inveterados de sus congéneres. San Petro I, anda en esa misión , la de estigmatizarnos,para que olvidemos quizás la conducta de sus correligionarios que llevaron a muchos seres humanos a la muerte inoficiosa e impune, sin arrepentimientos ni ordalías.Nosotros nos declaramos irreductos miembros de la Sociedad Protectora de los Hombres, pero sin que jamás descalifiquemos a los que se declaran integrantes de las Sociedad Protectoras de Animales, como el perrito faldero con que se retrata San Petro I en sus apariciones públicas. Los taurinos pertenecemos quizás a una minoría, que por lo mismo merece protección y respeto.Escudriñando en la ampia biblioteca del convento sobre éstos asuntos, me encontré con una reflexión del torero Morante de la Puebla, que viene como anillo al dedo ante el prohibicionismo de Sa Petro I y quienes aplauden su demagogia: «Cuando los problemas de hambre y de inequidad social del mundo y la desatención a los niños del planeta estén resueltos,entonces allí si podrían detenerse en determinar si es válido o no abolir la fiesta de los toros, pues no entra en la cabeza como alguien pueda manifestarse de una manera tan violenta por un animal y no hacerlo por los seres humanos, por los niños, por la guerra. En materia de conductas, de ética,lo esencial y primero, es la causa del hombre». Id en paz, hermanos míos.