18 de abril de 2024

Carlos Lleras, gran economista sin título

12 de julio de 2020
Por Jorge Emilio Sierra Montoya
Por Jorge Emilio Sierra Montoya
12 de julio de 2020
Imagen Red Cultural del Banco de la República


Carlos Lleras Restrepo (1908-1994) fue presidente de la República entre 1966 y 1970. Aunque no era economista profesional, pues en su juventud no se ofrecían siquiera estudios universitarios sobre esa especialidad en Colombia, siempre se le ha reconocido como una de las máximas autoridades económicas del país, tanto por su formación académica –aunque fuera de autodidacta- como, especialmente, por las reformas estructurales que adelantó en tal sentido durante su mandato.

Para esta breve biografía, consultamos como principal fuente de información al ex ministro Otto Morales Benítez (1920-2015), llerista de tiempo completo, uno de sus más cercanos colaboradores y miembro destacado de su grupo político, en nombre del cual fue candidato presidencial en varias ocasiones.

Iniciamos así la serie “Protagonistas de la Economía”, gracias al apoyo de la dirección de EJE 21, Diario digital del Eje Cafetero en Colombia.

Pobreza en la familia

Aunque Carlos Lleras Restrepo se acostumbró desde muy joven a que sus críticos lo señalaran como representante de la oligarquía, se preciaba de pertenecer a una familia pobre por punta y punta, por los Lleras y Restrepo, por los Acosta y Briceño.

“Me eduqué bien -confesó alguna vez-, pero pobremente. Entonces la educación, por fortuna, no era tan cara como ahora. En el Colegio de la Salle, donde duré nueve años como alumno externo, pagaba creo que tres pesos mensuales, lo cual siempre era pesado para mi padre, quien tuvo la bobadita de catorce hijos, de los cuales sobrevivimos once”.

En verdad, su familia fue de escasos recursos económicos, pero con gran riqueza intelectual, académica, en el campo de las humanidades. Así, uno de sus lejanos antepasados, Lorenzo María Lleras, fue personalidad destacada, a comienzos de la República, como escritor y educador, mientras el antioqueño José Manuel Restrepo, otro de sus ilustres parientes, fue el gran historiador de la época de Independencia.

Su padre, Federico Lleras Acosta, era científico, fallecido durante un viaje a El Cairo (Egipto), donde participaba en una conferencia internacional sobre los temas de su especialidad.

A los 17 años de edad, Carlos ingresó a la Universidad Nacional para estudiar Derecho. Se graduó en 1930, o sea, en medio de la peor crisis capitalista de la historia, pero antes fue agitador estudiantil y hasta presidió el Congreso Nacional de Estudiantes en 1927.

El político se le manifestó en forma prematura.

Del Derecho a la Economía

Entre los distintos cargos públicos que ocupó después de graduarse como abogado, se destaca el paso por la secretaría de Gobierno de Cundinamarca, donde tuvo que enfrentar graves problemas agrarios en las zonas de Sumapaz y Viotá.

Y es que dicho asunto venía de tiempo atrás, después -según el ex ministro Otto Morales Benítez, quien nos sirvió de fuente principal en este informe- de la Guerra de los Mil Días, cuando el proceso de desarrollo industrial del país se trasladó del oriente al occidente de Colombia y apareció el cultivo de café por estos lados, aunque con formas de organización capitalista (pago de peajes, por ejemplo) que los campesinos no tardaron en rechazar.

Ese fue el preámbulo de los diferentes proyectos de ley que Lleras presentó luego al Congreso de la República, antecedente a su vez de la primera reforma agraria que tuvo el país en 1961 (la Ley 135, que dio origen al Incora), tras presidir el Comité Agrario del que formaban parte congresistas, jerarcas de la Iglesia, agricultores, partidos políticos, universidades, industriales, etc., durante el gobierno de su primo Alberto Lleras Camargo.

En la década de los treinta, sin embargo, la reforma agraria estaba en pañales, con el grave problema de tierras como telón de fondo. Y claro, era la primera vez que se discutía un asunto de esta naturaleza en el Congreso, adonde llegaron dos proyectos en tal sentido: el suyo, con Moisés Prieto, Alberto Aguilera Camacho, Guillermo Hernández Rodríguez y José Mar, entre otros, mientras la segunda iniciativa tenía el sello de Jorge Eliécer Gaitán.

No fue de extrañar, por tanto, que en el primer mandato de Alfonso López Pumarejo apareciera el joven Lleras Restrepo como ponente de la reforma al régimen tributario, presentada por el gobierno, que habría de imponer gravámenes (también por primera vez, observa Morales Benítez) a los grandes capitales.

Él mismo pidió la ponencia, al parecer. Quería dedicarse de lleno a las cuestiones económicas, a pesar de su bagaje jurídico y no poseer formación académica especializada en los complejos asuntos de la economía (área sobre la que entonces no había siquiera estudios formales, superiores, en Colombia). Fue autodidacta al respecto.

Con el paso del tiempo ganó mucho prestigio. Su actividad periodística le ayudaba, en un principio como redactor y luego como director de El Tiempo. Se convirtió en autoridad nacional sobre temas económicos, fruto de sus continuas lecturas de los principales pensadores de la ciencia lúgubre, y por la inteligencia innata, o mal de familia, que Eduardo Caballero Calderón exaltó alguna vez en el Gimnasio Moderno.

Su elección para ser Contralor General de la República en el gobierno de López Pumarejo fue el simple reconocimiento oficial a ese hecho.

Salto al Ministerio de Hacienda

De su paso por la Contraloría habría que destacar el énfasis de su gestión en las cifras, en las estadísticas, cuestiones que eran bastante desconocidas en nuestro medio, sobre todo como instrumento básico para el análisis económico. De hecho, fortaleció el régimen de control y modernizó la entidad fiscalizadora, clave para la moralización que fue una de sus banderas a lo largo de su vida.

Otto Morales Benítez


Eduardo Santos lo llamó para ocupar el Ministerio de Hacienda. “Fue un momento estelar para él”, en palabras de Morales Benítez.

Las circunstancias internacionales eran excepcionales. Al fin y al cabo soplaban vientos de guerra, nada menos que de la Segunda Guerra Mundial, y en cierta forma acá padecíamos una auténtica economía de guerra, fruto de las dificultades para importar de los países en conflicto.

No obstante, la crítica situación externa fue obstáculo para el desarrollo interno. Al contrario, impulsó, acaso por la restricción de compras en el exterior, un proceso de sustitución de importaciones (que tanto defendió después a la luz de la teoría cepalina), mientras creó el Instituto de Fomento Industrial -IFI-, para consolidar la aún incipiente industrialización, y el Instituto de Fomento Municipal -Insfopal- en nombre del progreso municipal, presagio de su culto a la descentralización consagrada en la reforma constitucional de 1968.

Incluso colaboró en la creación del Pacto Mundial del Café con Estados Unidos, al lado del presidente Santos y su canciller Luis López de Mesa, así como de Gabriel Turbay, embajador en Washington, y Manuel Mejía, el legendario Mr. Coffee.

¿Para qué? Es obvio: para garantizar las compras del grano y mantener precios adecuados a los productores, países pobres que como Colombia dependían en alto grado de sus ventas cafeteras al exterior (eran -recordemos- los tiempos de la monoexportación). Luchaba por combatir la pobreza que imperaba en el campo y se extendía a lo largo y ancho del territorio nacional.

Actuó en forma similar a como lo hizo en el gobierno de Olaya, al hallarle salida, en su condición de vocero o representante de municipios y departamentos, al problema de la deuda local y regional, por cuya intervención “no pidió un solo centavo de honorarios”.

O como lo hizo después, mucho después, en pleno Frente Nacional, tanto en el gobierno de su primo Alberto, sobre la organización del Estado, como en el de Guillermo León Valencia cuando redactó -aseguraba Morales Benítez- “muchas reformas económicas”, en su mayoría para hacerle frente a la violencia desatada, todo en beneficio de los sectores marginados.

El liberalismo social siempre estaba presente en sus acciones de gobierno.

Gobierno de grandes reformas

También fue Presidente de la República en el Frente Nacional, cuando los dos partidos tradicionales, liberal y conservador, se rotaban la jefatura del Estado. Había adelantado una campaña ordenada, pedagógica, para exponer su programa, fruto de densas lecturas (podía leer en varios idiomas) y del vasto conocimiento de los problemas nacionales, que tanto sorprendía en sus giras.

Al frente del gobierno emprendió una profunda reforma administrativa del Estado, acompañada por la reforma constitucional de 1968, con énfasis en la descentralización que la posterior Carta Magna de 1991 “no pudo desmontar”.

Instauró la planeación regional y local, las corporaciones autónomas regionales, las áreas metropolitanas y la aún vigente organización fiscal de los municipios, como pilares institucionales de la citada descentralización.

Inclusive pretendió acabar con los auxilios parlamentarios. Para ello, exigió el aval del gobierno, por medio de Planeación Nacional, a los proyectos de ley que implicaran gasto público. Sólo que antes debía integrarse una comisión parlamentaria, la cual nunca pudo llegar a feliz término…

Como si fuera poco, fortaleció los bancos oficiales con el propósito de atender las necesidades financieras de pequeñas y medianas empresas, las mismas que no tenía acceso al crédito de la banca privada, naturalmente facilitando las garantías del Estado.

Fomentó las exportaciones, concebidas, igual que ahora, como jalonadoras del crecimiento económico. De ahí la creación de Proexpo (origen de Proexport) y la devaluación continua, gota a gota, gracias al nuevo régimen cambiario contenido en el célebre Decreto 444, con el debido control de divisas y las limitaciones a la inversión extranjera, características del Grupo Andino que contribuiría a formar como pionero de la integración económica en boga.

Tendió la mano al deporte, con Coldeportes; a la cultura, con Colcultura; al bienestar familiar, con el instituto respectivo, el ICBF; a la protección ambiental, con el Inderena; al desarrollo científico y tecnológico, con Colciencias, y a la educación superior, con el ICFES, dentro de una lista interminable de obras que habrían de consagrarlo en la historia del país.

La industrialización de las diversas regiones era una de sus obsesiones, basada en productos agrícolas, para incursionar de este modo en la agroindustria, y la más completa electrificación rural a través de un sistema interconectado que varias décadas después sigue mostrando sus bondades.

“No hubo aspecto fundamental de la nación que la administración de Lleras Restrepo no tocara”, concluía Morales Benítez, uno de sus más cercanos amigos y colaboradores, quien honraba su memoria en cuantas ocasiones le daban la oportunidad de hacerlo.

Al estilo de Prebisch

Raúl Prebisch, padre del modelo cepalino, presidió el homenaje que se le rindió a Carlos Lleras Restrepo en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, como reconocimiento a sus invaluables aportes a la teoría económica latinoamericana y al desarrollo de nuestros pueblos.

Aún hoy se recuerdan sus críticas al deterioro en los términos de intercambio, fundado en ejemplos elementales, fáciles de entender por cualquier campesino: cuántos bultos de café había que dar antes y cuántos ahora (¡cada día su número era mayor!) para cambiar por un tractor de los países desarrollados.

En realidad, era cepalino de pies a cabeza. Como tal acogía los principios enunciados por Prebisch sobre los países del centro y la periferia, sobre cómo nunca recibimos precios justos por las materias primas que exportamos, y sobre la necesidad de sustituir importaciones, si bien con las políticas proteccionistas que las posteriores tesis neoliberales echaron por tierra.

Y aunque la Cepal fue su guía en materia económica, la amplia formación intelectual le permitía pasearse a sus anchas por la historia, la política, la literatura, la filosofía y el arte, según lo confirmaban los miembros de su grupo asesor (Germán Botero de los Ríos, Carlos Sanclemente, Morris Harf, Morales Benítez…) en la revista Nueva Frontera, con quienes se reunía cada lunes, a las once de la mañana, en su salón privado, rodeado de libros.

Ahí precisamente había dos retratos, los de Lorenzo María Lleras y José Manuel Restrepo, sus ilustres antepasados que le recordaban a cada momento el compromiso con la historia nacional. Un compromiso que asumió a cabalidad, sin duda.

(*) Magister en Economía, Universidad Javeriana. Ex director del diario “La República”