20 de septiembre de 2025
Augusto Trujillo Muñoz


Hace unos 130 años el jurista Nicolás Esguerra, en su condición de presidente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia, condenó los ánimos pendencieros de los dirigentes nacionales que solían declarar la guerra, o inducirla, como una forma de hacer política.


El nuevo jefe del Estado y su gabinete conforman un gobierno plural, como no conoce otro la historia reciente. Esa sola circunstancia constituye un significativo cambio en nuestras costumbres políticas. Colombia es una sociedad diversa, como casi toda la región, gobernada tradicionalmente por una suerte de pensamiento único.


El 16 de marzo, el 30 de abril, el 20 de julio y el 7 de agosto son las fechas claves del proceso emancipador colombiano. Sin embargo, el país distorsiona su significado histórico y su connotación política. Los Comuneros de El Socorro, la Expedición Botánica, el Cabildo Abierto de Santafé y la Batalla de Boyacá, constituyen los momentos cenitales de la independencia nacional.


En la instalación de las sesiones ordinarias del Congreso, el 20 de julio, sucedieron dos cosas inéditas: Un discurso provocador del presidente que ya va de salida y la protesta de las mayorías parlamentarias que se sintieron provocadas. La primera fue la causa de la segunda.


Alfonso López, el viejo, pasó a la historia por su enorme liderazgo político y su valioso legado en materia de realizaciones económicas y sociales. Pero también porque llevó al gobierno a quienes llamó las “audacias menores de cuarenta años”. Su célebre “revolución en marcha” tuvo en Darío Echandía y en Alberto Lleras las audacias más jóvenes.


Desde los años ochenta algunos especialistas pusieron en duda la tesis anglosajona de que las mayorías son para gobernar y las minorías para oponerse. Ese era una especie de dogma que se expresaba en el esquema gobierno-oposición y que, en el afán de copiarlo todo, compramos en Colombia.


Las sociedades plurales son un fenómeno que la Modernidad ignoró por siglos, pues asumió como homogéneos a pueblos diversos sobre los cuales construyó el estado-nación. Les impuso, de arriba hacia abajo, los valores y las instituciones de una Europa emergente que se negó a aceptar la evidencia de un pluralismo.


El triunfo de Gustavo Petro puso en claro dos cosas que no suelen resaltarse: La vocación civil de los colombianos y la fortaleza institucional del país. Por eso Colombia mantiene las formas democráticas más antiguas y estables de América. No hubo amenazas, ni violencia el día de las elecciones, ni duda alguna sobre el resultado electoral.


Una de las tragedias de este país es que la política no funciona como doxa sino como dogma. La sobreideologización de la guerra fría extendió sus secuelas por el tercer mundo y ocasionó profundo daño al funcionamiento de sus sociedades.


La muerte de las democracias y el nacimiento de las dictaduras son las dos caras de la misma moneda. Pero, como dice la periodista brasileña Eliane Brum, los golpes contra la democracia ya no se hacen sacando tanques a la calle.
