27 de marzo de 2024

Control de precios

10 de marzo de 2022
Por Juan Alvaro Montoya
Por Juan Alvaro Montoya
10 de marzo de 2022

Se requiere ser un completo idiota para no percibir cuando un orangután entra a tu casa, se engulle tu cena, duerme en tu cama, se gasta tu dinero y, al final, solo demostrar una enorme sorpresa por lo sucedido. Hace falta un esfuerzo mayúsculo para ser tan imbécil.

Algunos dirigentes se muestran astutos para mandar, hablan con fluidez y dan la sensación de conocer a profundidad los males que aquejan a sus electores. Mientras en público ostentan estas habilidades con maestría, en privado ignoran los detalles, se distancian de las comunidades y se aíslan en oficinas suntuosas, a la vez que se desconectan de una realidad que debe ser su prioridad. Este espécimen de gobernante utiliza la publicidad como medio para exhibir una cercanía popular de la cual carece y un conocimiento profundo de los anhelos nacionales cuando valores axiológicos son otros. Tal tipología de directivos permite que enormes micos pasen frente a sus ojos sin inmutarse.

La ceguera de los mandatarios puede ser la verdadera génesis del aprieto inflacionario en que se encuentra Colombia. Nuestros genios en el manejo de la administración pública deambulan por los pasillos del gobierno nacional exhibiendo sus títulos extranjeros, haciendo alarde de su amplia experiencia en organizaciones internacionales y aludiendo a la tecnocracia como la panacea del siglo XXI para dirigir los destinos de la nación. Bajo estas premisas han dejado a un lado la conexión con los problemas nacionales mientras se concentran en gobernar para las encuestas. Mientras ello sucede, nuestro Estado se agobia en tragedias.

Y es que la inflación no puede llamarse de otra manera: una verdadera tragedia. La escalada de los precios en Colombia, motivada fundamentalmente por el incremento en los alimentos, está quitando el pan de la mesa de los más vulnerables, algo que nunca había sucedido en un país con vocación agrícola por excelencia. Desde el año anterior existían señales de alarma que los eruditos en la planeación nacional omitieron y hoy nos tienen pagando  caro su falta de previsión.

En primer lugar, el dólar. El covid, la pérdida del grado de inversión, el temor ante los procesos electorales, la crisis de los contenedores y otros factores internos y externos han presionado la tasa de cambio que subió cerca de un 30% en un año. Dada la estrecha dependencia que tienen nuestros productos agropecuarios de los insumos importados, era totalmente previsible que los precios de estos escalarían tan pronto como se agotaran las existencias adquiridas antes de la pandemia. Y así fue. Los abonos y herbicidas triplicaron su valor bajo la mirada de una administración que permaneció indiferente a los efectos que esto podría traer.

Los paros ocurridos durante 2021 comportan un segundo elemento que se debe considerar. Dada la imposibilidad para su comercialización, enormes cantidades de cultivos transitorios como la papa, el fríjol, la cebolla o el tomate dejaron de ser explotados. Todavía vibran en nuestra memoria las escenas de los papicultores regalando sus cosechas para evitar que se perdieran indefectiblemente. Lo que hace un año no costaba nada, hoy es oro. Durante el presente año la reducción de hectáreas en estos cultivos es evidente, contribuyendo a la carestía de sus productos y al hambre nacional.

Finalmente, la especulación. Detrás de esta escalada de precios se encuentran manos criminales que hacen su agosto mientras un rostro famélico abre las puertas. Mercachifles de escasos valores morales aprovechan cualquier calamidad para lucrarse a expensas del sufrimiento ajeno. Es increíble que, bajo esta coyuntura, el gobierno nacional no aplique una vigilancia especial sobre los insumos de la canasta familiar y permita que sus precios fluctúen al vaivén de las circunstancias. El control de precios es necesario.

Las medidas adoptadas por el Gobierno Nacional revisten tal insuficiencia que denotan la insensibilidad de quienes las plantearon. No es suficiente con proponer un arancel cero a los insumos agrícolas, hay que ir más allá y proteger los agricultores. No hace falta ser un comunista consumado para percatarse que el costo de los alimentos no se percibe igual en los hogares de quien vive del “rebusque” o el del profesional. El papel del estadista es darse cuenta de estas diferencias y adoptar las medidas que posibiliten subsanar tales asimetrías. La formación de los hombres y mujeres que dirigen el país no solo se realiza en las aulas universitarias. Debe acompañarse de un profundo sentido social que le dé un rostro humano a los números que muestran las estadísticas. Sin ello, las vidas de miles de personas son solo puntos porcentuales en la pantalla de un computador.

Twitter: @juanalvaromont