29 de marzo de 2024

Nuestra campaña libertadora (1)

24 de junio de 2019
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
Por Coronel RA Héctor Álvarez Mendoza
24 de junio de 2019

Es preciso reconocer que la independencia definitiva de nuestra patria, se construyó hace ya doscientos años por nuestros próceres, sobre sólidos cimientos de sacrificio y heroísmo indescriptibles, cuyos méritos suelen soslayarse y desconocerse con supina ingratitud y desvergüenza en tiempos en que las nuevas generaciones muestran estar más interesadas en conocer las fantásticas hazañas del surtido inventario de superhéroes gringos, esos invictos policías universales, guardianes y salvadores ad honorem de la libertad y la democracia del mundo entero, del corte del Hombre Araña, el Capitán America, Aquaman, Superman, la Mujer Maravilla o el eterno solterón y multimillonario Batman y Robin, su indefinido y bati pegajoso entenado, cuyas sagas completas se conocen de cabo a rabo, o mejor enteradas sobre la estadística goleadora o las lesiones de cualquier futbolista, si extranjero, mejor y sobre los últimos amoríos de tal cual rapero o estrella de la farándula, que de los sacrificios y hazañas de los héroes de carne y hueso que dieron sus vidas y gratuitamente renunciaron a su tranquilidad por la libertad y el futuro de los colombianos.

 

A tan calamitosa realidad ha contribuido el vacío provocado por la insólita decisión de algunos gobiernos de suprimir el estudio de la historia de Colombia de los contenidos curriculares en la educación de nuestros niños y jóvenes, costoso y perjudicial error de juicio que ha tratado de enmendarse, pero sin la fuerza y urgencia que amerita tan importante empresa. Vale la pena entonces, al menos con ocasión del bicentenario de la hazaña libertadora, recordar detalles y curiosidades de aquella marcha de soñadores que arrancaron, sin nada en las alforjas, desde Angostura, hoy llamada Ciudad Bolívar y quienes tejieron, a punta de hambre, sudor, sangre y remiendos, el audaz entramado estratégico del caraqueño Simón Bolívar, sobre la campaña libertadora más ambiciosa e irrealizable que era dado concebir en ese entonces y en tales condiciones de indigencia en cuestión de recursos humanos, logísticos y operativos.

Con anticipación a estos eventos, ya Bolívar en 1813, con la cooperación definitiva de hombres y recursos aportados por la Nueva Granada había movilizado sus tropas desde el Táchira a Caracas y concretado la, llamada por la historia, Campaña Admirable, gesta mediante la cual se logró la derrota de la ocupación española y la consolidación de la segunda república venezolana, pero ahora la situación se presentaba a la inversa y la república se encontraba en Venezuela mientras que la Nueva Granada estaba sometida a la cruel represión española, luego de la reconquista a sangre y fuego del territorio. En la mentalidad de Bolívar, la difícil campaña que tenía concebida para liberar definitivamente a la Nueva Granada del yugo español, era la mejor forma de devolver atenciones y pagar los generosos aportes en hombres y recursos que había recibido Venezuela de sus vecinos neogranadinos, sentimiento del cual el Libertador dejó constancia cuando expresó: “Nosotros no podemos dejar de recordar con sentimientos de gratitud y admiración a los Girardot[1], Ricaurte y D’Elhuyar, que corrieron desde Bogotá en nuestro auxilio”.

Simón Bolívar, quien a los 36 años de edad tenía concebido su propio y audaz plan de acción para lograr la liberación de la Nueva Granada del yugo español, dispuso otorgar el grado de general de brigada al joven coronel neogranadino Francisco de Paula Santander, entonces de 26 años, cuyo talento apreciaba, por lo que lo envió en agosto de 1818, con suficiente anticipación, a los llanos de Casanare para que allí, junto con las tropas venezolanas del general José Antonio Páez, quien por su ruda tenacidad era conocido como el “León de Apure”, organizara una vanguardia para la futura campaña que tenía anticipada en su imaginación, para lo cual le asignó una dotación de mil fusiles con sus municiones, ropa, pertrechos y provisiones.

A pesar de la exaltación que de las virtudes del joven general Santander hizo el propio Bolívar, allí fue recibido con visibles muestras de rechazo por la oficialidad y la tropa llanera de origen venezolano que lo apodaron como el “general de pluma”, pues conocían referencias de sus calidades de intelectual, su formación humanista y su destreza en las letras más que de sus virtudes como jinete o guerrero, en claro contraste con el general Páez, arisco y arrojado combatiente venezolano de origen llanero, experimentado jinete, vencedor de Pablo Morillo en la batalla de las Queseras del Medio el 2 de abril de 1819, aunque, necesario es reconocerlo, aparte de cabeciduro y resabiado, un poquitico bruto, escasamente aventajado en el campo intelectual y algo lento en el manejo de cuestiones que tuvieran algo que ver con las letras y la pluma.

Algunos oficiales naturales de esa región, con más mala leche que buenas intenciones, le ensillaron y trajeron a Santander para que lo montara, un caballo cerrero que de una se le encabritó y le propinó tremendo “suelazo” al estirado prócer neogranadino, lo cual les hizo mucha gracia a los curtidos y experimentados jinetes llaneros, entre los cuales estaba el valiente coronel venezolano de origen llanero Leonardo Infante, reconocido por sus condiciones de rudo combatiente, aunque destacado así mismo como bromista consumado, burletero y mamagallista insigne, quienes, todos a una, estallaron en sonoras y burlonas carcajadas a costillas del aporreado Santander, quien, con el orgullo más lastimado que el carramán, se levantó sacudiéndose el polvo de la chistera, de los bigotes y el traje y quien, de paso, jamás olvidaría ni perdonaría la afrenta de haber sido ridiculizado en esa forma por los irrespetuosos y atrevidos patriotas llaneros. Especialmente quedó grabada a fuego en su vengativa memoria de elefante la imagen del muy chistosito coronel Leonardo Infante, revolcándose de la risa mientras aquel maldito y matrero jamelgo de los infiernos catapultaba su humana dignidad por los aires y él terminaba de bruces, estrellado contra el polvo del camino. Ya veremos la forma en que Santander procuró la redención de la impagable deuda a su ofendido orgullo por la broma que se atrevieron a jugarle, el cabroncete del coronel Infante y sus llaneros, contra quienes el buen general, que en otras circunstancias y limándole un poquito algunas aristas de su harpagoniano manejo de las finanzas, era un “pisco” decente y bien criado, reconocido por su impecable don de gentes, fino trato, buenas maneras y elegante manejo del lenguaje, atributos calcados del tradicional “cachaco santafereño” de ese entonces, pero impulsado por su muy justo y cristiano “emputamiento”, apretando los dientes de la indignación y arrastrando con intencionada lentitud cada palabra, farfulló, masticó y escupió bajito pero con suficientemente claridad y algo de tierra llanera entre la boca, su espontánea interpretación de una invocación, con la solemnidad y peso de cualquier maldición bíblica,

¡Mal rayo les parta, maldita piara de patirrajados, langarutos, malnacidos e hijos de la gran puta..! 

Un tiempo antes de esta aparatosa iniciación en la montaraz fraternidad de los cuarteles llaneros, al despedir a Santander cuando partió a cumplir la misión encomendada de organizar una vanguardia en Casanare, Bolívar le entregó una proclama dirigida a los neogranadinos en la cual anunciaba sus intenciones inmediatas y la próxima ejecución del plan que tenía bien cocinado y dando vueltas en su mollera.

[1] En julio de 1988, cuando quien esto escribe, ocupaba el cargo de Agregado de Policía en la Embajada de Colombia en Venezuela, acudí a Maracay para visitar la Plaza Girardot, llamada así en honor del prócer que el 30 de septiembre de 1813 rindió su vida en el Bárbula en favor de la libertad de Venezuela. Mi decepción fue total pues, aunque todo el mundo la conoce con ese nombre, en ningún sitio logré encontrar, al menos en ese momento, alguna placa o inscripción que incluyera los nombres del General Santander ni del Coronel Atanasio Girardot, este último, como uno de los heroes neogranadinos del ejército patriota que, en forma voluntaria, se enlistó, luchó y murió por la libertad de esa nación hermana. ¡Qué desconocimiento y qué ingratitud tan verraca..!  pensé ingenuamente en ese entonces.