30 de abril de 2024

Ferrería de Pacho, un patrimonio a rescatar

9 de junio de 2020
9 de junio de 2020

Las ruinas de la Ferrería de Pacho (Cundinamarca) aún viven en la memoria de sus habitantes como la primera del país en fabricar y distribuir hierro al territorio nacional, aunque la época del narcotráfico le quitó protagonismo a este Bien de Interés Cultural.

Hoy se evidencian unos pocos vestigios de lo que fue este importante complejo industrial, entre los que sobresale el alto horno de fundición, que empezó funcionando con leña y evolucionó mediante arreglos hasta mejorar su productividad.

Sobre su historia, algunos aseguran que fue la primera ferrería de Latinoamérica; otros, que allí se fundió el primer riel para los Ferrocarriles de Colombia, y algunos más creen que allí se fundieron las tapas de los contadores de agua, que realmente fue en la Siderúrgica Corradine, también en Pacho.

Por eso el historiador Diego Humberto Pulido López, magíster en Conservación del Patrimonio Cultural Inmueble de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), investigó, entre otros aspectos, qué tanto se conoce de este sitio y cuál es su importancia hoy.

Esta investigación comprende un estudio histórico del inmueble, sus valores e importancia como patrimonio cultural industrial y la visión de los habitantes acerca de estas ruinas frente a la memoria y la identidad local.

Siglo XIX, su época dorada

En 1814 el geólogo y mineralogista alemán Jacob Benjamín Wiesner descubrió las minas de hierro y plomo de Pacho, utilizadas para hacer las balas del Ejército de Cundinamarca en la Campaña del Sur, por lo que el siglo XIX fue la época de oro para el municipio, pues dio un paso industrial muy significativo.

Tras el descubrimiento, Wiesner construye en 1823 un horno para fundición con el método de forja catalana, que consistía en quemar carbón mezclado con aire a presión, que alcanzaba los 1.000 oC. A la hora de derretirse el mineral se separaba el hierro de las impurezas, lo que dio origen a la Ferrería de Pacho, hasta finales del siglo XIX, cuando quebró y fue cerrada definitivamente.

En la actualidad, el estado físico de lo que en 1998 fue declarado como Bien de Interés Cultural (BIC) es un terreno de 1.600 m2, en cuyo interior se encuentran los restos de algunas edificaciones que formaron parte de la Ferrería. Aún se conserva en pie el alto horno de fundición, que según las condiciones recibe un mantenimiento irregular para controlar el pasto y la maleza, ya que está a la intemperie y sin ninguna protección.

Símbolo de identidad

Según el historiador Pulido, la ruina tiene un valor agregado y cuidados específicos como BIC que, de cierta manera, hace volver a lo que un día hubo en ese espacio. Estas ruinas se mantienen presentes en los recuerdos de los pachunos, junto con otros símbolos de identidad, como el café y la naranja, típicos en la región.

Sin embargo, en los años ochenta, las referencias de Pacho cambiaron hacia los actos de Gonzalo Rodríguez Gacha, “el Mexicano”. A partir de ahí, la mayoría de los acontecimientos registrados en prensa estuvieron relacionados con narcotráfico, paramilitarismo, el asesinato de Luis Carlos Galán, los títulos del Club Deportivo Los Millonarios, secuestros, luchas de poder y otros derivados del conflicto.

“Por medio de una encuesta realizada en la investigación se reveló que en la zona persiste un legado de las historias del narcotráfico y del dinero fácil”, señala el investigador.

Estrategias contra el olvido

Con el fin de fortalecer el vínculo de los pachunos con las ruinas de la Ferrería, el historiador propone algunas ideas que se pueden trabajar desde la administración local.

Una de estas consiste en generar un material académico e informativo con la historia del municipio y de la Ferrería, que se divulgue a través de distintos medios y plataformas digitales, pues se evidenció que las generaciones más jóvenes no conocen mucho al respecto.

Además plantea que este espacio puede ser promovido con la ayuda e implementación de modelos turísticos, y utilizado como espacio para ferias y eventos culturales del municipio, proyección de películas, etc., haciéndolo más cercano a la comunidad.

“Este lugar le brinda a la comunidad una oportunidad de transformar la imagen negativa que le quedó al municipio con el paso del narcotráfico y transformarlo en un espacio cultural, turístico y simbólico que abre puertas en el campo del empleo y de la participación social”, afirma el investigador.