Genocidio
Se cumplieron dos años desde el ataque del grupo Hamás a la geografía de Israel, hecho en el que murieron 1.219 personas, según el decir de este último y fueron retenidas, secuestradas, 200 personas, 48 de las cuales permanecen en ese mismo cautiverio ahora.
La respuesta ha sido sencilla: ya van 65.000 palestinos muertos, entre los que se deben contar 20.000 niños. Violencia extrema y dolorosa, rechazada por el mundo entero, sin que dicho rechazo se convierta en acciones que puedan contener la esperanza de un cese del conflicto.
La furiosa respuesta de Israel no conoce de limitación alguna y es así como se ha propuesto arrasar de manera definitiva a Gaza, por ser la sede de protección de los miembros del grupo terrorista, que no está integrado por toda la población palestina, pero que por ser de allí se convierte en un vulgar y despreciable motivo que justifique las matanzas diarias de mucha gente y la destrucción completa de su patrimonio material, que nunca más podrán reconstruir, porque la vida y las circunstancias ya no les van a alcanzar.
Es una guerra, de las muchas que vive el mundo de hoy, que cada día enseña más crueldad y en la que la principal arma es el hambre. Muchos países, muchas organizaciones, cientos de voluntarios hacen lo posible por llevar comida a la población civil de Palestina, pero la mano agresiva de Israel los detiene y en el mejor de los casos los devuelve a su origen o les permite regresar hacia destinos por ellos mismos decididos.
Son voluntarios en favor de quienes no luchan, ni se meten en esa inmunda guerra, que por efectos de la decisión israelí de acabar hasta con el último vestigio de Hamás, no duda en llevarse consigo, hacia la muerte, a seres inocentes que apenas si aspiran a estar vivos, no en las mejores condiciones, pero al menos vivos.
Cuando estar vivos, apenas si significa poder respirar. Respirar no es vivir, es apenas ver pasar la vida por un lado, en medio del dolor, del llanto y del hambre.
Si esto no es un genocidio, quiere decir que los genocidios se acabaron en esa lucha imbécil llamada guerra que el ser humano ha patentado como de su iniciativa y propiedad y de lo que a veces deja la sensación de enorgullecerse.
Quien dirige la guerra contra Hamás, Benjamín Netanyahu no es un primerizo en el poder. Es la cuarta vez que ostenta el cargo de Primer Ministro. Es nacido y formado en el mismo territorio que ocupa desde 1948 Israel, con el derecho que tienen todos los seres humanos a tener un lugar de habitación, el mismo que también tienen los Palestinos.
Hamás, como todos los grupos terroristas, asume la defensa de la causa Palestina, pero no de la mejor forma, sino convertido en terrorista generalizado que agrede con tal de hacerse sentir.
El terrorismo ha sido, es y seguirá siendo un elemento destructor que busca generar el caos, para reinar en el mismo, sin que sea capaz nunca de construir absolutamente nada. Lo que importa para el terrorista es dañar, matar, acabar, no dejar huellas de patrimonio alguno, porque no es de ellos y nunca se detienen a pensar en el gran esfuerzo de toda una vida que a casi todas las personas les ha costado esa acumulación de un mínimo bienestar material. Dañar es la consigna. El terrorismo solo daña para meter miedo.
Nunca se ha consultado a los palestinos que tanta aceptación tiene Hamás. Se sabe que existe, la causa que aparentemente defiende, pero no se conoce su nivel de apropiación de una causa nacionalista. Sin que ese ejercicio se haya hecho, y no se va a hacer nunca, bien puede decirse que la mayoría de los palestinos no comulgan ni con los fines, ni mucho menos con los métodos de Hamás, pero todos sufren las consecuencias del brutal enojo de Israel, que deja la sensación de querer vengarse de toda la humanidad por lo que les ha pasado a los de su raza.
Hamás no representa a la totalidad de la población palestina. Dice defenderla. Pero la defiende con el ejercicio del terrorismo.
Y en esto encuentra la justificación, o al manos la explicación, el primer ministro Israelí para determinar que la lucha es de tierra arrasada, no dejar nada en pie en Gaza, acabar con la totalidad de la población y generar en cada minuto dolor, sangre, lágrimas, miseria.
Todos los días los medios masivos de información muestran las masacres que en nombre de la defensa de una causa y de la libertad de 48 personas se libra. Se puede tener la seguridad de que esos medios no publican todo la miseria que encuentran a su paso en medio de las balas agresivas, para mantener unos niveles éticos de consideración con sus receptores. Mostrar todo el odio, el rencor, la agresividad que Israel es capaz de desarrollar en contra de Palestina, sería demasiado desvergonzado para cualquier receptor.
Si en el tiempo de la segunda guerra mundial el mundo se dolió de la persecución de la raza judía por parte de Hitler, ahora se duele lo mismo por la agresión ilimitada de Israel contra los palestinos, aunque no tengan nada que ver con esa guerra que en su última versión ya lleva dos años, ante un mundo que a veces llora, pero que efectivamente no hace nada para detener esa matanza horrible.
Es como si el ser humano nunca se agotase de ver derramar sangre. Hay dolor y angustia, pero nadie hace nada para detener esta terrible matanza en la que nos duelen inmensamente esos rostros doloridos de mujeres que apenas dejan ver su cara, por cubrir, según sus creencias, el pelo ante la sociedad. Nos duelen esos rostros de niños que lloran desconsolados sin saber para donde van.
Niños que cargan niños, llorando y huyendo hacia ninguna parte. Que el dolor, la angustia y el miedo se apoderen de la infancia, es el crimen más grande que se ha cometido en el curso de la historia de la humanidad. Y parece que no se aprende la lección, se sigue atormentando a los niños, que no tienen culpa alguna de nada de lo que piensan los mayores, si es que a obrar irracionalmente -como sucede en toda guerra-, puede llamarse pensar.
Nos duelen esas carretillas cargadas de todos los enseres que los palestinos tratan de salvar en su huida hacia ninguna parte. Huyen pero no saben para donde. Llevan consigo lo que les queda y si se observa que es lo que llevan, bien se puede considerar que son elementos que no deslucirían para nada en un basurero, pero es lo que tienen, lo que les queda después de esas abusivas agresiones de Israel que carece del menor sentido de solidaridad con los palestinos, que finalmente no son más que seres humanos y lo menos que se espera entre estos, es esa solidaridad en los momentos más difíciles.
Los niños perecen de deshidratación y sus cadáveres apenas son un montón de huesos torcidos, débiles, quebradizos. Los niños de Palestina nos duelen a todos. Lo que le sucede a los Palestinos nos duele a todos, pero su defensa no es hacer manifestaciones agresivas en contra de todo, dañando los bienes públicos y los particulares. Dañar lo que está bueno, no le sirve de nada a los palestinos, ni va a disminuir de alguna manera la zaña con que Netanyahu agrede a diario.
Es que Benjamín Netanyahu necesita de esta guerra. En el momento en que ella acabe y se hagan modificaciones políticas en Israel, seguramente deberá ser objeto de circular roja de Interpol para que se haga efectiva la condena que la Corte Penal Internacional le señalara.
Un Primer Ministro que defiende su impunidad matando, asesinando, ultrajando, usando el hambre como arma de guerra. Y lo siguen oyendo desvergozadamente en el seno de la ONU, con lo que se ratifica su absoluta inutilidad como organismo internacional.
Una persona carente de educación, alguna vez nos dijo que la ONU, la OEA y todos esos organismos multinacionales, sirven para que lo que sirven las tetillas de los hombres, para nada, jamás tienen uso alguno.
El genocidio que Israel ejecuta contra Palestina, ya hace dos años, es el dolor diario del mundo entero, cuando observa como los niños y las mujeres se van de miedo a la muerte, pero no saben que van hacia otra peor: la del hambre.
Al cerrar esta nota se conoce de un alto al fuego entre las partes y entre ambas asumir la consideración de la propuesta de paz. No son muchas las ilusiones que se hacen sobre esta conversación. Por siempre seguirán latentes el odio mutuo entre Hamás e Israel y el miedo de Netanyahu de que eso lo pueda llevar a la ejecución de la pena que le impusieron.