Señor presidente
La reciente imprudencia del señor presidente Gustavo Petro, al referirse a ciertos hombres como “unos vampiros maltratadores de mujeres” y asociarlos con el nombre Brayan, ha generado una ola de indignación que no puede pasar desapercibida. Lo que para algunos podría parecer un comentario anecdótico, simpático o incluso gracioso, tiene un trasfondo mucho más serio, la estigmatización de más de 165.500 hombres que hoy se sienten directamente señalados por llevar ese nombre.
Y es que, en cada barrio, sea popular o no, hay por lo menos un Brayan que ha salido adelante. Hombres trabajadores, comprometidos, que luchan con la misma esperanza de cumplir sus sueños, los mismos sueños que tienen Julián, Camilo, Santiago, Nicolás o Rodolfo. Por esa razón, reducirlos a un estereotipo es no solo injusto, sino profundamente dañino.
Durante años, el nombre Brayan ha sido utilizado para etiquetar de forma peyorativa a quienes provienen de sectores populares, como si un nombre tuviera el poder de definir el carácter, el destino o, si se quiere, el comportamiento de una persona. Este fenómeno revela una verdad incómoda, la sociedad aún carga con prejuicios que nacen del clasismo, la ignorancia y la falta de empatía.
Lo irónico es que Brayan es la adaptación de Brian o Bryan, un nombre de origen irlandés celta que significa “valeroso, virtuoso”. Y en efecto, muchos de los Brayan que hoy se sienten ofendidos, señalados y perseguidos por las palabras del mandatario, han demostrado más valentía que quienes los juzgan desde la comodidad del privilegio.
El comentario del presidente no solo fue desafortunado; fue revelador. Sin proponérselo, puso en evidencia cómo la estigmatización social puede afectar profundamente el desarrollo personal y emocional de una persona. Y no se trata solo de los hombres. Y cómo no hablar de estigmatización, si de la noche a la mañana, además de ser el Brayan ahora es el vampiro del barrio y, lo peor, el maltratador oficial de la cuadra.
Esos señalamientos también los viven las mujeres y, de manera muy constante, las personas con identidades de género diversas, quienes ejercen ciertas profesiones o quienes provienen de contextos sociales particulares. Vivimos en una sociedad que clasifica, encasilla y etiqueta según la apariencia, el acento, el origen o incluso el nombre, sin detenerse a conocer lo que hay detrás.
Este episodio debería ser una oportunidad para reflexionar, no solo sobre lo que decimos desde posiciones de poder, sino también para reconsiderar si estamos haciendo lo correcto cuando, como sociedad, seguimos perpetuando estigmas que lastiman, limitan y excluyen. Porque más allá del nombre, todos merecen ser reconocidos por lo que realmente son, personas.
Lo más delicado de este episodio es que la estigmatización provenga del poder que debe encargarse de defender a todos los ciudadanos y, si bien es cierto que lo propuesto no era herir o mancillar, el resultado fue demoledor, una mácula en la hoja de vida de alguien que no escogió cómo ser individualizado por la sociedad, con lo cual ese reclamo va más allá de llamarse Bryan, va hasta el responsable de escoger quién se llama o se llame Bryan.
En Colombia no puede ser dañino y mucho menos perjudicial no llamarse Ernesto, Andrés, Álvaro, Juan Manuel, Iván o Gustavo.