En el semáforo
No deja de sorprender la tozudez de algunos conciudadanos que, viendo lo que en los vecindarios se da, quieran para nuestro país lo mismo. Y es que podría uno entender que muchas personas desposeídas o ansiosas de que las cosas cambien, busquen ese cambio en alguien que de verdad ofrezca una perspectiva de mejoría en el estado actual de las cosas; cambio al que nos sumaríamos muchos, pero muchos más de los que hoy se adhieren a quien o quienes nos anuncian ser la verdad, la esperanza y el anhelado cambio.
Pero cuando uno oye las propuestas para realizar ese cambio, vuelve a oír lo que hace algunos años prometían para países como Cuba o como Venezuela. Allá hubo promesas de redención para los que menos tenían. Para ellos las oportunidades vendrían al llegar al poder el que haría los cambios suficientes y necesarios para que los que más tenían tuvieran menos y los que menos tenían tuvieran más. Pasado el tiempo, los que más tenían salieron del país o perdieron todo y los que menos tenían siguieron teniendo menos. De esa manera llegó la pregonada igualdad y efectivamente todos fueron iguales. Iguales en necesidades, iguales en pobreza (95%), iguales ante los nuevos poderosos, los que, por ser quienes ahora detentaban el poder, ya no requerían de ellos más que para las elecciones, a cambio darles un mendrugo para que depositaran su voto y así mantener el nuevo estado de cosas.
Así es como vemos en las calles de Colombia, de Ecuador, de Perú y hasta de Chile a miles y miles de ciudadanos de Venezuela implorando la caridad pública. Igualmente, vemos como miles de ciudadanos de Cuba atraviesan a Colombia rumbo al norte, pasando penalidades y miserias. Y el común denominador de esos que en el forzado éxodo vemos, no es el de los ricos que anunciaron tendrían menos, sino a los que menos tenían y a quienes les anunciaron que tendrían más. Sí, ahora tiene más: más necesidades, más hambre. Lo único cierto, lo único evidente, es que esos que hoy van por las carreteras, los caminos, las calles, no son los ricos con los que el nuevo orden iba a acabar.
Ese ha sido el común denominador de quienes han ofrecido el paraíso a las multitudes. Multitudes que deben entender que nada de lo que se les regala es gratis. Deben entender que los subsidios son una forma de hacer esclavos, esclavos para el hoy o para el mañana. Los subsidios o ayudas deben ser sólo para el hoy, para la emergencia y nada más. Quien da hoy generosamente, mañana reclamará agresivamente el haber dado.
Quienes hoy braman furiosamente contra la corrupción son, en su mayoría, también corruptos. Corruptos en mucho o en poco, pero corruptos. Están dispuestos a tomar para sí el puesto que no les corresponde en la fila. A estacionar su carro o su moto un instante mientras hacen una vuelta, así su vehículo estorbe a muchos. Están listos a fijar un aviso en una pared a sabiendas de que está prohibido. Están listos a copiar de otro para alcanzar una nota. Y también callan cuando ven en otro el acto indelicado o innoble. Lo aceptan y en veces lo aplauden como muestra de viveza o de malicia indígena que llamamos. No se da ejemplo a los hijos y se disculpan las faltas o las de otros asignándole a los demás la responsabilidad.
Y rechazamos la corrupción, pero aceptamos las pequeñas expresiones de corrupción. Así se va escalando y cada vez las manifestaciones de corrupción son de mayor magnitud y trascendencia. Y a veces confundimos quien y por qué es señalado de corrupto. Así, a la ministra de Comunicaciones se le señaló de corrupta y poco más se ha dicho de quienes montaron un tinglado de engaños y falsificaciones para que ella cayera en la trampa. ¿Cuántos de esos truhanes están presos? ¿Cuántos señalados? ¿De cuantos de ellos se ha hecho mofa de su apellido como símbolo de corrupción, dado que, en verdad, son los corruptos?
Ah! Y hay que empezar por censurar por corruptos también a quienes roban la honra ajena sin que medie juicio y condena para el afectado. ¿Acaso ese no es ese el más vil acto de corrupción?
Ahora que vienen las elecciones de Senado y Cámara, vale la pena escoger bien, muy bien a quien le confiamos nuestro voto y que nos ofrece aquel a cambio de nuestra confianza. Confianza que debe ser honrada con estudio, seriedad y buenas decisiones, porque si elegimos corruptos los responsables somos nosotros.
Manizales, Tercer Año de la Peste.