1 de diciembre de 2023

Felicidad

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
3 de septiembre de 2021
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
3 de septiembre de 2021

Cuando se dieron a conocer los emparejamientos en la primera ronda del torneo, fueron muchas las opiniones que  pusieron de presente que el regreso al escenario natural de las multitudes en los grandes torneos deportivos, iba a presentar el necesario desconsuelo que desde las primeras jornadas se quedaran por fuera grandes figuras que han hecho de este deporte el campo emocional  que en no pocas ocasiones se desplaza mediante el lanzamiento de una pelota de felpa y caucho a más de 200 kilómetros por hora. Eran las reglas del juego, que por demás indicaban que uno de los partidos que se disputarían antes de la ceremonia oficial de inauguración del certamen iba a ser uno de los grandes encuentros que jamás se hayan visto en la historia del deporte blanco.

El público se volcó  de manera masiva, con los horarios determinados por los partidos que se aspiraban a ver, pues en el Tenis de campo se sabe cuando empieza un encuentro, pero difícil, casi imposible, calcular cuanto puede durar. Los lógicos optimistas llegaron temprano, para asistir a la ceremonia presidida por Billi Jean King, en la que además se prometía que estarían espectáculos especiales de Brodway, que también ha reabierto sus puertas, y darían espera a que transcurriera  el encuentro previo entre el número 3 del ranking ATP y el número 112, que dada la enorme diferencia clasificatoria, sería cuestión de hora y media máximo, es decir calculando que cada set pudiese durar media hora, por lo que debían estar listos en las afueras del estadio Arthur Asshe, cancha central del enorme complejo exclusivo para la práctica y la competencia de este deporte en que la vida útil de un juego de bolas es apenas de siete games. Pero la espera fue larga, pues ese encuentro se convirtió en uno de los más extensos en la historia, como que duró 4 horas y 52 minutos, es decir por 8 minutos no completó las cinco horas.

Las graderías lucían casi llenas, pues el aforo autorizado fue sobre el 80 % de la capacidad total de cada escenario. La condición especial para que la gente pudiese ingresar era tener al menos la primera dosis de vacuna contra la pandemia debidamente acreditada, con preferencia por quienes tuviesen el esquema de vacunación completo. Era el regreso de los espectadores a uno de los eventos deportivos más importantes del mundo, como es el US OPEN  de Tenis que se juega en Nueva York, en cuya transmisión por televisión los camarógrafos se dan el gusto del tardío anochecer, con espectaculares tomas de los grandes monstruos de cemento enmarcados en arreboles color naranja, formando paisajes de postal, que se transmiten en las pausas y los intermedios de los juegos.

Las acciones se iniciaron el 30 de agosto de 2021 y hubo muchos lamentos por la ausencia de grandes figuras de esta disciplina deportiva, como es el caso de Roger Federer, a quien las continuas intervenciones quirúrgicas y los 40 años que está próximo a cumplir le pasan factura, sin que deje de ser la gran figura, el mejor de todos los tiempos, en la historia de esas rápidas pelotas que rebotan en la superficie azul de cemento, enmarcadas con líneas blancas y la de Rafael Nadal, a quien sus constantes  lesiones de espalda y brazos también le han hecho saber que esa extraordinaria entrega que siempre ha demostrado en los campos de juego, no son gratuitas, a pesar de la extraordinaria preparación física personal que siempre se ha procurado. Ausencias que duelen, pero que deben ser aceptadas como hechos apenas lógicos dentro de una historia que se va desarrollando con los años nuevos de quienes llegan a competir por los espacios y niveles de los personajes centrales de un deporte que sin ser demasiado popular, si ha logrado penetrar en millones de personas en el mundo, especialmente con las espectaculares transmisiones por televisión, que captan muchos millones de aficionados que perciben todas las emociones de lo que sucede a muchos miles de kilómetros, como si estuvieran sentados en las primeras filas del escenario, con la ventaja de los sonidos amplificados tanto de los golpes, como de los rebotes.

Temprano en la tarde, cuando apenas el medio día acababa de pasar, se dio inicio a lo que muchos pensaban que era un partido de trámite, pues enfrentar al numero 3 del escalafón mundial, quien acaba de ser ganador de un Master 1000 en Cincinnati, con el número 112, quien goza de gran renombre, como que ha sido una de las grandes figuras del circuito mundial, era simplemente como cumplir con un trámite de un sorteo en el que el azar formó esa dupla, para que la bola comenzara a ir por el aire a grandes velocidades y recibiera el golpe continúo y sonoro de quienes le pegan con una extraordinaria precisión. A la cancha, como preámbulo de la ceremonia oficial de apertura, iban Steffanos Tsisipás, de Grecia, número 3 del ranking y Andy Murray, de Gran Bretaña, ubicado en el lugar 112  de esa misma clasificación, no por su juego, sino por sus múltiple  ausencias de torneos puntuables, en razón a las constantes lesiones de cadera, en lo que ya ha debido soportar tres intervenciones quirúrgicas , en las que no pocas veces se ha abrigado el tenor de que no pueda regresar a las canchas, como quiera que la movilidad y agilidad de los desplazamientos en el deporte, dependen en mucho de esa parte del cuerpo. Para más de uno era un simple partido de trámite. El estadio estaba hasta el tope de la capacidad autorizada y los aplausos para ambos se hicieron atronadores. Para Murray, por su regreso a un torneo en el que alguna vez ya fue campeón y siendo uno de los ídolos de los aficionados  gringos y para Tsisipás, por lucir como un número uno del mundo en muy breve tiempo, dada su gran calidad, su seriedad, su consagración y gran disciplina, cuando apenas pasa por los 23 años de vida. Eran la experiencia de los 34 de Murray con el pasado lleno de gloria y los muy nuevos 23 de Tsisipás, con todo el futuro por delante.

Desde los primeros golpes del primer game del primer set, tanto el griego como los aficionados presentes y los televidentes, se dieron cuenta que la disputa no iba a ser lo fácil que lucía en el papel, por la diferencia de 109 puestos en el ranking universal, lo que de alguna manera muestra la calidad que cada uno de ellos puede tener. Los dos pegando muy fuerte, con mucha movilidad, disputando todas las bolas, no dando ninguna por perdida y yendo a buscar con agresividad la posición dominante de quien impone las condiciones. Fue un juego parejo, en el que cada quien lograba defender su servicio, hasta llegar al juego en que se definió por la disputa de puntos en tea break, que dejó como ganador al escocés, que con eso dijo que estaba de regreso, pero no como un recuerdo de lo que fue, sino como un presente de lo que es y que no se le puede borrar de la actualidad del tenis, porque aún tiene mucho por dar de si mismo. El primer set lo ganó apretadamente el británico y la gente viendo la gran calidad que exhibía se puso de su lado. Un poco la tendencia natural en las competencias deportivas, en las que el aficionado tiende a respaldar a quien imagina un tanto más débil, para con ello compensar un poco la diferencia cualitativa que se pueda dar entre los contendores. Se supo que iba a ser un gran partido. Que era mejor acomodarse bien y someterse a la gran demostración de entrega, de poder, de dominio de la cancha de dos generaciones de tenistas que estaban dispuestos  a complacer al máximo a esos aficionados que llegaron masivamente al estadio y a esos millones de televidentes que se quedaron con el control del tv en la mano, sin cambiar de canal, pues no se podían perder lo que veían como un gran encuentro. Y lo fue. Para los amantes del tenis, era la felicidad en presente.

Tsisipás salió con un poco más de concentración y agresividad al segundo set, y sin marcar grandes diferencias, logró imponerse en esta etapa, por estrecho margen, pero con lo necesario para igualar  el partido. El público animaba a Murray y el griego respondía con golpes certeros, grandes y rápidos desplazamientos por la cancha, asegurando unas bolas que aparecían como imposibles de ganar. Murray daba la pelea, sabia que estaba ante una de las grandes, grandes figuras del tenis moderno y que ninguna bola iba a ser fácil. Contaba con el público y por primera vez en su historial, cuando ganaba un punto de ejecución difícil levantaba su puño derecho al público y lo incitaba a que siguieran animando. Siempre se le ha conocido como muy serio, como muy frio, como muy poco participativo, por lo que la gente supo que ese que estaba regresando estaba dispuesto a entregar lo mejor de si. El público se puso de su lado.

Llegó el tercer set cuando el reloj se iba acercando a las dos horas de partido. Corrían, daban espectáculo, se secaban constantemente el sudor, se animaban así mismos, o se reprochaban errores no forzados, de esos que le son inexcusables a las grandes figuras. Y en ese tercer set supo Tsisipás que  tenía un compromiso muy difícil ante ese veterano, que seguramente fue uno de sus ídolos cuando apenas se iniciaba en el tenis, pues entre ellos hay 11 años de diferencia.  El tercero fue  ganado por Murray y ahora el que volvía de las salas de cirugía, que se niega a decirle adiós a lo que ha amado toda su vida, hacía saber que no venía a cumplir con un compromiso, sino a decirle a todos que está presente, que es un gran competidor y que se ha preparado para su retorno en la mejor forma. Ya estaba ganando 2  sets a 1, frente a uno con el número 3 del mundo.

Para el cuarto set, todos querían que ganara Murray, pues ese gran cariño por ese luchador de todos los espacios y todos los tiempos, estaba dando muestras que sigue manteniendo en pleno su honradez  en el deporte, su seriedad, su compromiso con todas y cada una de las bolas que salen despedidas de su raqueta. Pero el griego hizo saber que ahí estaba él, que ese tercer lugar en el escalafón mundial del deporte blanco nadie se lo ha regalado y que quiere ser el primero en el menor tiempo posible. Y fue dando pasos agigantados para conseguir la victoria, al punto de tener el marcador, en un momento dado, a su favor por 4-0, con el servicio en sus manos, es decir para tratar de cerrar en el menor tiempo posible. Todos se quedaron en silencio, como si percibieran que las fuerzas de Murray se habían agotado y que esa ausencia de gritos, de ovaciones, de aplausos podía ser la mayor muestra  de respeto por una gran figura de siempre. Pero en ese momento reapareció el británico y le quebró el servicio a Tsisipás y comenzó a ponerlo en aprietos, como que llegó a estar 4-3, lo que de nuevo despertó ese fervor de los asistentes por el espigado escocés que era como un ave renacida de sus cenizas, defendía cada punto como si fuera el último. Al final  el número 3 se impuso por 6-3 y se empató de nuevo el partido con 2 sets a favor de cada uno. El reloj iba marcando la llegada de las cuatro horas. Tsisipás hizo uso de una vieja regla de juego en estos grandes torneos y solicitó permiso al juez de silla para ir a los camerinos a cambiarse de ropa, pues estaba juagado en sudor y todas sus prendas lucían como si se hubiese duchado con ellas. La regla da ese permiso,  no establece tiempo. Se tardó en ello un poco más de 7 minutos, que en el tenis es mucho tiempo, lo que molestó profundamente a Murray, quien reclamó en todos los vocablos y hasta con el juez coordinador del evento habló, pero esa es la regla y seguramente habrá de modificarse, en el sentido de poner límite temporal para esa clase de necesidades. La molestia de Murray fue de tal naturaleza, que de alguna manera lo sacó del partido y enfrentó  el quinto set con constantes referencias al tema, por lo que Tisipás se fue imponiendo con seriedad, como que nunca se preocupó de las dificultades de su contendor, ni de las manifestaciones adversas del público. Se limito a jugar lo suyo y a hacer lo que sabe hacer: ganar.

Las manecillas del reloj marcaron casi cinco horas de partido, lo que marco un hito en la historia del tenis, en especial de los torneos de grand slam. Y quienes tuvieron el gusto de estar presentes en el estadio vivieron la experiencia de un enfrentamiento que nunca antes se había dado y que queda en su memoria como una de las grandes satisfacciones de cualquier aficionado: ver el mejor tenis. Quienes compartimos la experiencia por televisión gozamos de igual manera, nos alegramos del regreso de Murray lo aplaudimos a la distancia, sin dejar de reconocer al griego como una de las grandes figuras del deporte mundial.

Murray lucía muy molesto al final del partido. Tsisipás no le dio importancia y se emocionó con la experiencia de ganarle en cinco sets a una de las grandes figuras del tenis mundial, quien en noviembre de 2016 llegó a ser número uno del escalafón mundial, puesto en el que permaneció por espacio de 41 semanas, cuando las lesiones de cadera se convirtieron en su principal contenedor, hasta llevarlo al retiro temporal de las canchas, que muchos temieron fuera definitivo. Pero no fue así. Ahí está la voluntad y la terquedad de ese jugador serio, a veces con cara de hosco, pero antes que nada de un gran profesional.

Después vino la ceremonia de apertura oficial del torneo, con el regreso de las grandes figuras, con la ausencia de otras por motivos de fuerza mayor, con mucho público entusiasmado de poder estar de regreso a la vida, cuando han pasado casi dos años en que a todos nos han obligado apenas a sobrevivir por culpa de un virus que daña, es presente y sobre el que aún no se aprende, pero con el cual habrá necesidad de convivir.

Billi Jean King fue la encargada de anunciar a todo el mundo que el tenis estaba de regreso, que el teatro estaba de regreso, que la música y los espectáculos estaban de regreso, que el público a los eventos de encuentro social estaba de regreso, que todos estábamos de regreso y con unos muy breves pero preciosos espectáculos de Brodway se dio inicio a un torneo  en el que esa presencia masiva de espectadores hace saber que la alegría de saberse vivo sigue siendo lo que trasciende antes de la muerte. Lo que bien puede llamarse felicidad.