28 de marzo de 2024

La cordillera y el plan

7 de julio de 2021
Por Armando Rodríguez Jaramillo
Por Armando Rodríguez Jaramillo
7 de julio de 2021

Para cualquier observador el Quindío tiene dos paisajes claramente definidos. Uno es el de cordillera que incluye a los municipios de Salento, Calarcá, Córdoba, Pijao, Buenavista y Génova; y el otro es la llamada zona baja o plan, que en realidad es una meseta ondulada con inclinación hacia el río de La Vieja conformada por Filandia, Circasia, Quimbaya, Montenegro, La Tebaida y Armenia.

Sin embargo, estos dos paisajes de indiscutible belleza escénica, exuberantes ecosistemas naturales y complejos antroposistemas agropecuarios y urbanos, lejos de tener condiciones similares, presenta enormes diferencias, desigualdades e inequidades que terminan por definir sus oportunidades de desarrollo.

Una vista general del pasado nos muestra que la zona de cordillera recibió flujos de colonización más heterogéneos y tuvo confusos hechos que la moldearon. En esta franja del territorio se dieron arduas disputas por la posesión de la tierra como fueron los pleitos de colonos y campesinos con la Concesión Burila en la primera mitad del siglo veinte, disputas que causaron agresiones de hecho y arduos enfrentamientos en los tribunales; luego vino la violencia partidista entre godos y cachiporros  (conservadores y liberales) de los años cincuenta y sesenta que dejó su estela de víctimas y abandono de fincas; y para rematar, grupos guerrilleros como el Frente 50 de las FARC en los años 70, 80 y 90 estuvieron por sus vertientes merodeando y hostigando municipios y población civil. Y no es que en la zona baja no se hubieran dado estas perturbaciones, fue que allí estas manifestaciones fueron menos intensas.

Mientras la cordillera vivía su realidad, el desarrollo se fue concentrando en Armenia y sus alrededores, en especial luego de la creación del Departamento (1966), lo que consolidó un modelo centralista que reunió en la capital el poder político administrativo, oficinas de gobierno y de justicia, hospitales y centros de salud, colegios y universidades, empresas y establecimientos de comercio, sedes bancarias y financieras y otros servicios funcionales. Así que Armenia y su entorno obró como una gran fuerza magnética que atrajo, y atrae, recursos y gente de todo el departamento.

Todo esto ha contribuido a que haya dos Quindío con enormes disparidades cuya realidad se descubre con sólo leer algunas cifras. De acuerdo con datos del DANE, en 1990 el 27% de población departamental vivía en los municipios de cordillera y el 73% en los de la parte baja, tres décadas después, en 2021, el 19% de los quindianos viven en la primera y el 81% en la segunda, así que mientras una zona sufre de despoblamiento la otra atrae población.  A estas diferencias, hay que sumar que mientras en la cordillera el 71% de la población vive en las cabeceras urbanas y el 29% en el sector rural, en la zona baja estos porcentajes son 92% y 8% respectivamente, lo que alerta sobre la paulatina desaparición de la población campesina en la parte baja, situación que representa un gran desafío para conservar la actividad agrícola y preservar el acervo cultural y los saberes del campo.

Esta concentración de población en los municipios del plan se torna más crítica cuando vemos que de los 1.960 km² que tiene el Quindío, el 65% corresponde al paisaje de cordillera y el 35% al resto, lo que nos dice que la densidad poblacional de esta última (671 hab./ km²) es 690% superior a la de la cordillera que sólo es de 85 hab./ km², guarismos que señalan la intensa presión antrópica que hay sobre recursos como el agua y el cambio del uso de los suelos por actividades diferentes a la agricultura ante la creciente urbanización y metropolización, amén del impacto del turismo.

Y para concluir, de acuerdo con información del Anuario Estadístico del Quindío 2017 (Secretaría de Planeación Departamental), de los 24.621 predios rurales que en el año de referencia había en el departamento, el 37.5% estaban en la cordillera, lo que indica que el tamaño promedio de un predio en cordillera es de 13,8 hectáreas y en la parte baja tan solo de 4,5 hectáreas. Este escenario muestra que la conservación de ecosistemas estratégicos en la cordillera es un desafío y que el minifundio se concentra en el plan amenazando la sostenibilidad de la agricultura.

Lo anterior dice que algo no funciona en nuestro departamento y que es necesario y urgente introducir cambios para corregir los desequilibrios y desigualdades existentes. Hay que idear estrategias diferenciadas de desarrollo, pero articuladas entre sí, una que se enfoque en la realidad de la cordillera y otra en la de la parte baja, pero pensadas como un sistema interdependiente e interconectado. Esto demanda nuevos liderazgo y renovadas formas de hacer política, así como una innovadora y disruptiva planificación del territorio que lleve a la estructuración de un modelo inclusivo y sostenible en lo social, económico y ambiental. Es inconcebibles que tengamos un departamento con el potencial que tiene el Quindío, pero con grandes limitaciones para gestionar opciones de progreso.

 

Armando Rodríguez Jaramillo

@arj_opina

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