El desprecio a la vida es la peor pandemia
La crueldad infligida a los más débiles es la mayor degradación a la cual puede llegar un ser humano, si es que puede considerarse humano a quien atenta contra la unidad, aprovechándose de la flaqueza e indefensión. Somos el mismo árbol y en la medida en que se afecta a una parte de él se atenta contra todos nosotros, la fortaleza de ese árbol está representada en el vigor de cada una de sus partes.
Al dañar un cuerpo, herirlo o destruirlo totalmente con la brutalidad o la muerte, no es ese único cuerpo el que sufre o el que se va, en caso de muerte, es la energía que se disminuye lo verdaderamente lamentable, una cadena es fuerte en la medida que lo son cada uno de sus eslabones, todos por consiguiente requieren estar perfectamente fuertes y asidos entre sí, cada una de las manifestaciones de la existencia en la tierra requieren y merecen toda la vitalidad posible para hacer un planeta sostenible.
Cuidar las plantas y los ríos es proteger el agua y el oxígeno, pero esto no tendría razón si no fuera la vida humana la que estamos asegurando gracias a la preservación de sus elementos vitales, o sea que la ecología representa una extensión del cuidado de los humanos, no es algo abstracto ni separado.
Todo ese esfuerzo permanente por la defensa de la vida no se compadece con la actitud destructiva de algunos seres poseídos por el mal que aprendieron a rechazar la vida al odiarse a sí mismos y a sus semejantes, actúan irrazonablemente movidos por el odio y el resentimiento.
El afán destructivo de la vida es algo que no podemos tolerar, las pandemias humanas recuerdan lo valiosa que es la vida, no la de uno sino la de todos, los asesinos representan la peor pandemia que puede generar la raza humana, contra ellos debe prepararse y defenderse la humanidad, ir aislándolos antes de que ellos nos obliguen a encerrarnos en las casas como lo está haciendo el coronavirus, no el contagio si no la bala asesina es lo que acabaría con la vida colectiva, si entre todos no detenemos el mal.
No podemos acostumbrarnos en forma irresponsable a ver morir el vecino sin hacer nada simplemente porque no es con nosotros, no habrá a quien reclamarle la falta de solidaridad cuando sea nuestra existencia la que esté a disposición del enemigo. La vida es de todos.
Bogotá, julio 16 de 2020