15 de febrero de 2025

Religión y muerte

Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
22 de noviembre de 2015
Por Víctor Hugo Vallejo
Por Víctor Hugo Vallejo
Periodista, abogado, Magíster en ciencia política, Magíster en derecho público, escritor, historiador y docente universitario.
22 de noviembre de 2015

Desde Cali                       

Por Víctor Hugo Vallejo

Victor Hugo VallejoCuando el ser humano no fue capaz de explicarse todos los fenómenos de la naturaleza que le rodeaba y requería al menos de una satisfacción para aceptar algún suceso, se inventó el mito. Surgieron las deidades como la manera de poder “entender” lo que le sucedía.  Y fueron muchos los mitos. Los hubo para todo. Para el agua incontenible. Para el fuego descontrolado. Para las altas temperaturas. Para las baja temperaturas. Para las crecientes de los ríos. Para las grandes olas del mar. Para los terremotos. Para los maremotos. Para los nacimientos. Para las muertes. Era cuestión de enfrentar lo no sabido y proceder a inventar  un dios en cada ocasión. Basta repasar la hermosa y rica mitología griega y saber que el ser antiguo no tuvo las explicaciones para todo, pero de pronto si tuvo las justificaciones para casi todo. No se trataba de un negocio. Ni mucho menos de hacer prosélitos. Bastaba con hacer culpable al mito de lo bueno y de lo malo. Ahora el mito es el negocio de las religiones.

Con el paso de los tiempos esos mitos se fueron consolidando y sobre ellos se comenzaron a construir leyendas que dieron paso a lo que en muchas ocasiones se denominan teorías, hasta el punto de que existen estudios del más alto nivel de las creencias  como si se tratara de ciencias. Y no lo son. Lo que el hombre crea, comprueba y verifica en su utilidad, es ciencia. Lo que le sirve de justificación de lo que no entiende o no se sabe explicar, no es ciencia. Es una forma de aceptar  a través del dogma.

En el dogma se han construido todas las religiones  y desde siempre se les presenta como la verdad indiscutible, de tal manera que se acepta o no se acepta. Y si se acepta no se discute. Es tomar el dogma, hacerlo suyo, defenderlo, consolidarlo y tenerlo como una razón s. Con mayor frecuencia, la de den hasta con la muerte. La propia o la de los dema suya puede ponerse en duda. Y esto jamnerlo c existencial.  Quien acepta una verdad, no puede, no debe aceptar ninguna otra verdad, porque la suya puede ponerse en duda. Y esto jamás es tolerable para quien cree.  Por eso las verdades se defienden hasta con la muerte. La propia o la de los demás. Con mayor frecuencia, la de los demás.

Eso han sido las cientos de guerras religiosas que la historia ha vivido. Algunas abiertamente declaradas, otras como luchas intestinas en las que se discutían circunstancias que ni siquiera estaban en la realidad, como saber cual es el dios verdadero. Todo los dioses los han creado los hombres. No aparece por parte alguna el hombre infalible.

En defensa del cristianismo se dieron las Cruzadas, durante dos Xi a XIII) siglos en Europa se armaron invasiones en defensa de los lugares sagrados que habían sido invadidos por los musulmanes. Esos lugares eran aquellos descritos en la Biblia, teniendo a esta como un dogma. Un gran libro de literatura, con una imaginación extraordinaria de sus autores, fue convertido en texto sagrado y lo que allí se dijo se tomó como verdad revelada que había que defender. Luciría tan absurdo como que España ahora hiciese una gran guerra desde Andalucía para ir en defensa de la Insula de Barataria, de donde expulsaron al buen Sancho que de tan delicadas  maneras  gobernó durante un poco tiempo, en el que primó el sentido común, por encima de la sabiduría que nunca tuvo y a la que jamás aspiró el escudero del Caballero de la Mancha.  En nombre de esa reconquista fueron miles los muertos, en nombre de dios.

Durante el siglo XVI en Francia se vivieron distintas guerras cristianas. Muchos muertos. Muchos botines. Muchos abusos. Muchos atropellos. Todos ellos en nombre de sus creencias.

En el Islam se vive desde siempre la yihada o guerra santa. Es decir la lucha en defensa de las creencias que se apoyan en otro dios inventado por el ser humano Alá. La formación en el islamismo se radicaliza para dominar el cerebro humano hasta hacerle entender de manera unilateral e inmodificable que todo aquello que atenta contra Alá debe morir. No importa  donde se encuentre. Y la aspiración es a hacer de toda la humanidad un gran islam, en el que los textos mahometamos se impongan, así sea tan lejos de la razón, como ordenar que se siga viviendo bajo las condiciones y costumbre de muchos años atrás, como que la modernidad se considera uno de los grandes pecados.

Hablar de guerra religiosas es interminable. Apenas unas mínimas consideraciones para decir que no es aceptable que cuando el conocimiento, la ciencia y la razón han alcanzado los niveles de comprensión y explicación de todo lo que sucede, se siga matando indiscriminadamente a nombre de cualquier dios. Y eso fue lo que hicieron ese viernes 13 de noviembre de 2015 en Paris, un grupo de creyentes fanáticos que se inmolaron en la convicción de consagrarse como héroes y disponerse a estar al lado de Alá. Regaron sangre, miedo y dolor en defensa de sus creencias. Es la carencia absoluta de la razón, donde las creencias no tienen cabida, pero de lo que estamos muy lejanos, pues el ser humano prefiere la facilidad de seguir sus emociones y sus creencias, a tener que afrontar las dificultades de la racionalidad a la que solamente se llega a través del conocimiento. Y esto no es fácil.