29 de septiembre de 2025

Ni viejos inútiles ni jóvenes ilusos

17 de noviembre de 2023
Por Humberto de la Calle
Por Humberto de la Calle
17 de noviembre de 2023

Vuelve la vejez como insulto. Saco de mi archivo este escorzo punitivo.

Aunque inexistente para la Real Academia, y aislada por falta de uso, la voz senectofobia, entendida como desprecio a los viejos, y por extensión a lo viejo, describe un estadio cultural que, si bien tiene raíces en el pasado, cobró vigor por cuenta del coronavirus. Viejo hoy es un insulto.

Y mientras lo viejo a veces reaparece con el rutilante y esnobista nombre de vintage, los veteranos son condenados sin remedio. Este lento e imperceptible retiro de la vida produce rechazo. El peor rechazo, porque al tiempo que se asimila el anciano a un mueble desvencijado, a la vez que se le consiente como a una especie de frágil osito de peluche, merecedor del apelativo de “abuelito”, no por parentesco, sino como expresión de fugacidad terminal; el aliento de la muerte que nadie quiere afrontar. Los jóvenes no conciben la muerte. La muerte es algo ajeno. Ocurre a alguien ignoto que no existe en el radar. Pienso que esa fuga no es producto de hormonas vigorosas, sino un acto de escapismo. Típica represión psicoanalítica. Y es esto lo que explica que, además de mirar a los viejos como excrecencias inútiles, se les confina y se les evita porque son la afirmación viva del “polvo eres”.

Los viejos no se deben defender de lo ineluctable. Cicerón cometió la pendejada en De Senectute de ponerse a la defensiva. Habló de la experiencia como un valor importante, dijo que contribuye al éxito en los negocios y agregó que la ausencia de placeres mundanos es una vía para la virtud. Esto último, es verdad, querido Cicerón, es un tiro en el pie. A la virtud llegan ahora los mayores, más por falta de oportunidades que por convicción estoica. Y, por fin, algo que hoy tiene carácter surrealista: ¡Que ser viejo permite llegar a senador! Vuélvete serio dilecto Cicerón. Estos niños que insultan al viejo son presa del delirio poco original de la eterna juventud. Atacar al viejo es un acto de autodestrucción solapada. Un escape cobarde. Y es, por fin, una expresión arrogante dirigida por utopías ciegas que se pagarán caro. No se hagan ilusiones, niños. Los espero en el cementerio, queridos. Burlarse del viejo es burlarse de la proyección de sí mismo. De paso, con el frenesí del consumismo y la competitividad, la velocidad crucero demográfica ha logrado altísimas cotas. Viejo es hoy casi cualquiera que ha superado tres décadas de vida. Pero algo más grave. Si la ciencia logra el anhelado súper manual de mantenimiento, ya los veo a los 120 años rogando a los dioses, o al destino, o a lo que sea, que pongan fin a la tragedia de la juventud eterna, que convierte la vida en un inagotable Mito de Sísifo.

Canetti, citado por Bobbio, lo dice muy bien: “¿Cuántas personas descubrirían que vale la pena vivir una vez que ya no hubieran de morir?”

Un viejo sabio en la Universidad nos decía: Calma muchachos. No se apresuren. Lo bueno es tener ganas. ¿Qué queda de la vida si todo es repetido?

Señores insultadores: Dice Marañón: la peor vejez es la sumisión incondicional a la juventud de los otros. Hay una discriminación en la sociedad. Si los judíos fueron obligados a llevar una estrella amarilla, nuestra estrella amarilla es la cédula de ciudadanía.