29 de marzo de 2024

Mirada generacional de la Primera Dama

25 de febrero de 2019
Por Humberto de la Calle
Por Humberto de la Calle
25 de febrero de 2019

Viajado en el Metro de Londres se me ocurrió cederle mi asiento a una muchacha. Cuál no sería mi sorpresa cuando descalificó de manera rotunda mi comportamiento. “Usted no me venga con caballerosidades que encubren un machismo ancestral”. Habló con un cultísimo acento oxfordiano. No era una reacción vulgar.

Algo semejante me ocurrió con mi amiga Bee Spath, joven periodista de la BBC, allí mismo en Londres. No sé por qué terminamos hablando de Freud y de pronto me espetó: “¿Envidia de pene yo? No seas tonto. Esas eran pendejadas de ese viejito machista”.

Y para rematar, un extrovertido barranquillero en la barra de un pub le echó los perros a una rubia británica como si estuviera en La Arenosa. La muchacha ofendida le cogió los genitales y gritó: “¿Con este minúsculo instrumento me piensa usted seducir? No sea optimista”. Todo ello en medio de las risotadas de los presentes.

Los tiempos han cambiado. La caballeresca cultura de melosa cortesía hacia la mujer ha desaparecido. Dos fuerzas complementarias se han combinado: el deseo de igualdad de género y el descubrimiento de que esos comportamientos encarnaban, bajo la máscara de la cortesía, un sentimiento de superioridad que las jóvenes hoy consideran insoportable.

En cambio nosotros, más viejitos, fuimos educados en la idea de que “a la mujer ni con el pétalo de una rosa”, nos queda difícil asumir las consecuencias del cambio generacional. No hablo de la repudiable violencia.

Es lo que ha ocurrido con el vestido de María Juliana en DC. Argumentaban en las redes los más jóvenes que no había razón para que se le eximiera del costo de la notoriedad, que el humor debía alcanzar a todos sin distingo, que lo verdaderamente democrático era palo para todo el mundo. Como si la idea de que ni con el pétalo, se hubiese modificado: con el pétalo no, pero sí con el tallo lleno de espinas.

En cambio, a mayor edad, campeaba la idea de que era una falta de respeto, que a una dama no se le trata así, que la Urbanidad de Carreño había quedado por el suelo.

Algo habrá tenido que ver la coeducación. La convivencia en el colegio, los deportes compartidos, los parches de amigos y amigas, la ausencia de secretos, todo ello bajó a la mujer del pedestal. La igualdad, pues, es de doble vía. Más derechos para la mujer. Pero también cero inmunidad frente a las inclemencias del tráfago diario sin privilegios.

A nosotros, los mayorcitos, aunque entendemos que una figura pública está siempre expuesta, y aunque sabemos el valor vivificante del humor en una democracia genuina, nos queda menos fácil digerir el caudal de memes y caricaturas vapuleando a la Primera Dama. Hasta ese apelativo, Primera Dama, fue puesto en salmuera.

Hay un tercer capítulo totalmente diferente. Apareció la ferocidad de algunos en las redes sociales. Vimos todo tipo de ataques salvajes que no merecen calificativo. Esa alcantarilla calumniadora y miserable de los albañales de la red no debería tener abrigo en una sociedad, por liberal que fuese.

Ensañarse con hijos y parientes para “castigar” las ideas es una conducta que ni siquiera permitía la mafia siciliana. No vamos bien.