Rechazo desde el vientre materno
Jorge Eliécer Castellanos
El tema del rechazo a una persona individualmente considerada puede albergar sus orígenes primigenios a partir del momento crucial de la misma concepción.
Ciertamente, las razones fundamentales que pueden afectar un individuo negativamente, en infinidad de casos, proviene desde su época de gestación en el vientre materno.
Vale decir que este rechazo producido antes de nacer genera contratiempos existenciales en cadena, los cuales brotan intempestivamente en el suceso de vida de la persona afectada.
En múltiples ocasiones se desconoce la razón por la cual podemos interiorizar un sentimiento de rechazo constante que indica a nuestra mente que nadie nos quiere, situación que puede retrotraerse al periodo del embrión o feto en el vientre maternal y en tal virtud conviene examinar su origen.
Al respecto, una serie de cuestionamientos ayudan a despejar la incógnita y a extirpar dudas.
Verbigracia, es saludable la autointerrogación: ¿No fui deseado en el momento de la concepción?
Unas preguntas correlativas: ¿Fui concebido fuera del matrimonio?; ¿Tal vez mi progenitora intentó un aborto? Y seguidamente cabe una inquietud adicional:
¿Fui concebido demasiado cerca del nacimiento del hijo anterior?. O tal vez: ¿No fui un hijo deseado ni planeado? Una interrogación suplementaria para estos tiempos: ¿Mis padres eran demasiado jóvenes e inexpertos a mi llegada y por ello cambiaron sus planes, su forma de vida y sus expectativas existenciales?
Complementariamente, surgen un cúmulo de mayores situaciones que nos inquietan verdaderamente: ¿Fui el resultado de una relación de adulterio o de una violación?. Finalmente, en este rosario de situaciones de interrogación, clarifiquemos el tema dilucidando la siguiente: ¿Existían problemas de salud, financieros o de mala relación entre los padres cuando fui concebido?
Este entorno de confrontación, propio de psicólogos y siquiatras puede ayudar a reencontrarnos íntimamente y a dilucidar la temática.
Hace poco tiempo conocí la historia de unos misioneros norteamericanos, quienes estaban laborando en Latinoamérica acompañados de dos pequeños varones.
Tiempo después, la señora quedó en embarazo. Ella tenía una gran ilusión de parir una niña que probablemente le estaba haciendo falta. En la sala de partos le comunicaron que había dado a luz a un varón más.
Por su convicción cristiana agradeció al Altísimo. Años más tarde, nuevamente trajo al mundo otro hijo varón.
Con 4 hijos varones la pareja cambio drásticamente su modus vivendi. Empeoró la situación económica. La mujer irrumpió en desespero irrefrenable cuando se enteró de que nuevamente estaba esperando un bebé.
La familia no deseaba, como resulta obvio, un nuevo ser en la familia ni mucho menos, un varón más. La señora lloraba todos los días. Alzaba su voz contra el Omnipotente y le cuestionaba: ¿por qué me sucede esta situación?, ¿por qué a mí me pasa esto?
Durante gran parte del periodo de gestación la madre rechazó el bebé, pues la deplorable situación se agravaba aún más.
En un momento de apoyo de su familia, muy contristada, pidió perdón al eterno creador y en los momentos en que sintió el pataleo de su criatura, realmente decidió aceptar con beneplácito su nuevo embarazo.
Esta vez engendró una niña hermosa. La locura comenzó en casa. El anhelo de su corazón se había cumplido. La situación económica se tornó favorable.
Todo el entorno familiar disfrutó con alegría el nuevo alumbramiento. El bienestar arropaba toda la familia.
La misionera reexaminó su dramática situación en el siguiente texto: “Con certeza divina, en el Salmo 139, David describe al Supremo Creador cuando formaba su pequeño cuerpo en la oscuridad del vientre. El Altísimo lo amaba antes de que tuviera vida. El supremo hacedor diseñó la persona que David iba a ser y la hizo existir según el plan que había preestablecido. En este salmo, el escritor empleó la curiosa metáfora de un diario donde el Señor, en primer lugar, escribió su plan y luego lo cristalizó mediante la obra de sus manos llevada a cabo en el vientre: «Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas obras que fueron luego formadas» (v. 16).
Dicho de otra forma, considero que el amor del Padre celestial formó a David y lo convirtió en una creación única. Fue el producto del corazón y de la mano inventiva de Dios. Esta misma verdad se aplica a ti. Tú eres especial, al igual que todas las demás personas que hay en el mundo.
Ante esta realidad, debemos tener una actitud en favor de la vida en el sentido más puro que pueda existir. Debemos respetar y valorar la vida de todo ser humano: los nacidos y los que aún están en el vientre de la madre; los niños preciosos y los ancianos cansados; los ejecutivos acaudalados y los financieramente desposeídos. Cada persona es un producto exclusivo del genio de nuestro Creador. Junto con David, podemos declarar: «Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras» (139:14)”.
Indudablemente que el perdón nos libera de los rechazos que cargamos aun desde nuestro propio engendramiento, nos abre nuevas perspectivas, nos mejora todo tipo de situaciones y, lo más trascendente, al reconciliarnos con el Todopoderoso y con el prójimo, se dejan atrás nuestras culpas. Cuando somos libres de ataduras empieza un nuevo amanecer de prosperidad y de florecimiento. La mente se despeja y vuelve la lucidez. El rechazo aún si fuere provocado desde la gestación misma, ahora, quedará en el olvido.