El violinista del diablo
Tribuna universitaria
Por: David Guillermo Patiño Serna
Niccoló Paganini es reconocido en los anales de la historia como el padre del violín, esto debido a las espléndidas notas que lograba obtener de este instrumento. Un artista neto, sus manos hacían el arco para rozarlo con las cuerdas del violín como si estuviese realizando la más lujuriosa de las caricias a una novicia mujer.
Vida y obra del artista son verdaderamente novelísticas ya que en medio de juergas, lisonjas, licor y mujeres se logró constituir como el mejor violinista de su época y de todos los tiempos. El éxito no fue esquivo a su enorme talento y a su vida libertina sin límites.
Se dice que Paganini padecía una fealdad supina, pues en sus biografías lo describen de una estatura baja, nariz y ojos prominentes, mejillas hundidas y labios finos. En otras palabras, una fiel representación de las teorías lombrosianas sobre el aspecto físico del criminal nato. Sin embargo, su aspecto físico no constituyó una talanquera para la consolidación de la fama que obtuvo derivada de las cuerdas de su violín.
Se han elevado varias teorías acerca del ostensible talento de Paganini, pero la que más auge ha tenido es la más oscura de todas, pues se sostiene que Paganini suscribió un pacto con el diablo a efectos de obtener fama, lujos y mujeres sin ningún tipo de límites. Se dice también que el inicio de Niccoló fue traumático, ya que poco agrado encontraba el rasguño de las cuerdas de su violín en los oídos del público, siendo este el motivo para celebrar el contrato macabro que aseguraría su fama exorbitante.
Pese a lo anterior, en contraposición a la tétrica historia del triunfo de Paganini, se establecieron unas justificaciones de carácter científico, pues se afirma que este personaje padecía del síndrome de “Ehlers Danlos” de donde se desprende la hiperflexibilidad en sus dedos y muñecas. Al contar con esta malformación de carácter genético, Paganini podía mover sus manos muy rápidamente y de distintas formas poco usuales en los demás seres humanos. Ha esta teoría se le debe sumar el hecho de que el padre de Niccoló lo obligaba a practicar el violín durante 10 horas diarias, en busca del dominio total y único de este instrumento tan particular.
Independientemente del origen y el trasfondo de la historia de Niccoló Paganini es innegable la virtud que tuvo para hacer melodías, para obtener de sus notas el éxtasis de los oyentes, para unificar su cuerpo con el instrumento y confeccionar un aparato de talento innato, para recoger en cuatro cuerdas las emociones que afloran del ser humano y para perpetuarse en las generaciones como el mejor violinista.
Poco importa si en realidad Paganini hizo el famoso pacto con el diablo para tocar bien el violín, pues en pleno siglo XXI ese es un factor de poca monta, máxime cuando la cultura cada vez es menor y lo más seguro es que los “milennials” no se van a interesar por este artista. Sin embargo, para los pocos interesados que subsistimos, resulta irrelevante la vinculación del maligno con el talento de Paganini, pues de esto nunca existió una prueba fehaciente, y si existiera, no le restaría mayor cosa a las hermosas melodías del violinista.
Cada ser decide como enfrenta las vicisitudes de la vida, los malos momentos o sencillamente la ocasional fase de duda que pasa por las mentes. En lo personal, cuando me encuentro en alguna de estas situaciones acudo a una sencilla terna que en realidad me ayuda a despejar la mente; un café, un cigarrillo y el caprice 24 del “violinista del diablo”.