Editorial El adiós de Bonilla y los desafíos económicos que vienen
La salida de Ricardo Bonilla González del Ministerio de Hacienda pone de relieve las tensiones internas y los desafíos económicos que enfrenta Colombia. Aunque Petro Urrego había defendido su continuidad en el cargo, la crisis de confianza y las dificultades fiscales ya se sienten en el horizonte.
Después de varios meses de férrea defensa, el presidente Gustavo Petro Urrego ha solicitado la renuncia de su ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla González. Este cambio, abrupto y sin muchos preámbulos, se produce a pocas horas de que Petro Urrego confirmara en su cuenta de X (antes Twitter) que el jefe de las finanzas públicas debía dar un paso al costado, a pesar de haber respaldado públicamente su continuidad, incluso en medio de las acusaciones de corrupción relacionadas con la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD).
La salida de Bonilla llega en un momento difícil para la economía nacional. El país enfrenta retos económicos profundos que no sólo ponen a prueba la capacidad del gobierno, sino también la estabilidad a mediano plazo. En el horizonte se avizoran problemas complejos que exigirán no solo habilidad técnica, sino también un manejo político certero para poder superarlos. Quien asuma la cartera de Hacienda tendrá la responsabilidad de guiar al país a través de aguas turbulentas.
El nuevo ministro, Diego Alejandro Guevara Castañeda, ya se enfrenta a una lista de desafíos conocida: los altos niveles de deuda pública, una Dian que ha sido insuficiente en el recaudo y la necesidad urgente de hacer que las entidades del Estado ejecuten sus presupuestos de manera eficiente. Todo esto debe hacerse mientras se atraviesa un proceso de transformación del sistema pensional y el inicio de una nueva estructura en el sistema general de participaciones, temas que prometen ser fuentes adicionales de tensiones.
Lo cierto es que el escenario no es esperanzador. No sólo la salida de Bonilla González genera incertidumbre, sino que la posibilidad de una reforma tributaria exprés parecen dibujar un futuro incierto para el segundo semestre de 2025. Los analistas ya advierten que el impacto de estos cambios no será inmediato, sino que se sentirá con fuerza en los primeros meses de 2025, cuando la necesidad de una reforma tributaria se convierta en algo imperativo. Esta reforma será esencial para garantizar los recursos necesarios para mantener a flote la economía sin comprometer el ya escaso crecimiento proyectado, que para ese entonces deberá superar el 3%.
Por lo tanto, la partida de Bonilla ha dejado claro lo que se viene: una nube gris se cierne sobre la política fiscal de Colombia. Los analistas económicos, especialmente los que observan el comportamiento de las calificaciones de riesgo, ya están anticipando los efectos de la crisis política sobre los mercados. El riesgo es alto, y las calificadoras internacionales estarán revisando con lupa la situación económica del país, lo que probablemente llevará a una devaluación de la confianza en los bonos colombianos.
Guevara Castañeda, quien reemplaza a Bonilla, tiene la ventaja de conocer los números y los desafíos de la cartera. Sin embargo, será un verdadero reto para él mantener el rumbo de las finanzas públicas en medio de un ambiente de creciente desconfianza tanto a nivel interno como internacional. Con una deuda pública que alcanza ya el 48,5% del PIB y un bajo recaudo tributario que afecta el funcionamiento del Estado, Guevara deberá seguir con el compromiso de Bonilla respecto al cumplimiento de la regla fiscal, algo que será vital para recuperar la confianza tanto de los mercados como de los ciudadanos.
El nuevo ministro tiene claro que no será suficiente continuar cuadrando las cuentas a base de subejecución presupuestaria, una estrategia que, aunque efectiva a corto plazo, es insostenible en el tiempo. Guevara deberá convencer a la Casa de Nariño de que es necesario un presupuesto realista y austero para el próximo año, que no caiga en la tentación de las promesas populistas ni en la ilusión de gastar sin medir las consecuencias.
La renuncia de Bonilla marca el fin de una etapa, pero también el comienzo de una nueva y desafiante fase económica para Colombia. Lo positivo es que no habrá una reforma tributaria inmediata, lo que ofrece un respiro temporal a los ciudadanos y empresarios. Sin embargo, lo feo es que, en el trasfondo, la incertidumbre fiscal ha sembrado un manto de desconfianza en la economía colombiana, y los números que reciba el próximo gobierno no serán fáciles de digerir.