Las artesanías, una feria en la Feria
“Tienes muchos juguetes de esos en la casa”, le respondió ella, tomándola de la mano. Pero Juliana insistió para que se la comprara. Ante los pataleos de la niña, la señora no tuvo otra alternativa que sacar de su cartera los quince mil pesos que costaba el juguete.
En otro pabellón, a esa misma hora, una pareja de enamorados discutía sobre la necesidad de comprar un cofre de madera. El novio, un muchacho delgado con peinado moderno, le decía a la novia: “Para qué va a comprar eso. Yo le he visto varios de los mismos en su casa”. Pero ella insistía en que tenía que comprarlo. Era una especie de joyero en forma de peinador pintado de color lila. La muchacha lo acariciaba en sus manos mientras abría con cuidado los pequeños cajoncitos. “Mira, mi amor, está precioso”, le dijo como pidiéndole que se lo comprara. El muchacho no tuvo más remedio que sacar de su billetera los treinta mil pesos que costaba.
Unos puestos más adelante un matrimonio discutía sobre la necesidad de comprar un juego de soperas hechas en barro cocido de color negro. La señora las observó cuando caminaba por el estrecho corredor llevando en los brazos a un recién nacido. Se detuvo en el puesto y, tomando en su mano el artículo, le dijo al esposo: “Exactamente las que necesitamos”. El hombre, que arrastraba el cochecomo desentendiéndose de los pedidos de su mujer, le contestó: “No tengo plata para comprarlas”. Entonces ella, abriendo el bolso de cuero que llevaba colgado del hombro, sacó su billetera. “Yo tengo aquí cincuenta mil pesitos que me regaló mi papá en navidad. Voy a gastarlos en las soperas”.
“¡Uyy…mamita! Mire esas lámpara tan bonitas”, dijo una quinceañera que vestía unos bluyeans desteñidos ajustados al cuerpo. Entonces, tomando de la mano a la mamá, la llevó a que observara un stand donde vendían lámparas de todos los estilos. Había de techo, de pared, de colocar encima de la mesa de noche, de poner sobre el escritorio, de ubicar sobre el piso. La muchacha, con la alegría de sus quince años, tomó una que tenía forma de muñeca. Entonces, mostrándosela, le dijo a la mamá: “Quiero que me compres ésta”.La señora no hizo ninguna observación. Simplemente preguntó el precio. Después de pedirle al vendedor una rebajita para poder llevarla, la compro sólo para darle gusto a su hija.
A esa misma hora, en otro puesto de exhibición, una señora entrada en años regañaba a su esposo por comprar “bobadas que no se necesitan”. Lo hacía con toda la naturalidad, sin fijarse en la gente que la observaba. El hombre, sorprendido, miraba a su alrededor, como si con los ojos quisiera explicarle a la gente que esa era una costumbre de su mujer cuando él se antojaba de alguna cosa. Aunque ella, pasadita de kilos, lo miraba feo, como ordenándole que no hiciera la compra, él no le puso atención. Simplemente sacó de su bolsillo un billete de cincuenta mil pesos y le dijo al vendedor: “Envuélvamela”. La mujer hizo un gesto que dio a entender a quienes la rodeaban el disgusto porque él hizo lo que ella no quería.
Historias como las aquí narradas se observan en cada puesto de venta de artesanías en Expoferias. La gente se antoja de las cosas que se exponen a la vista del público. Mientras unos compran sin siquiera pedir rebajas en el precio, otros regañan a sus mujeres por “antojarse de todo lo que ven”. Los niños se revelan para que la mamá les compre un juguete, las muchachas se ponen bravas si el novio no les da gusto en lo que piden, las señoras les ruegan a los maridos que les compre ese objeto “que hace tanta falta en la casa”, las ancianas le piden a las nietas que no malgasten la plata en cosas inútiles.
En la Exposición de Artesanías se ve de todo. La gente que visita Expoferias puede comprar allí desde una cobija hasta una vitamina para el rejuvenecimiento, desde una cuchara en madera hasta una bandeja tallada, desde un tarjetero pequeño hasta una silla relajante. Todo se encuentra en un espacio que se llena de visitantes desde las primeras horas de la mañana. Después del recorrido por los puestos der exhibición, la familia sale al sector de comidas. Y mientras degustan un chorizo santarrosano o un perro caliente acompañado de gaseosa, hablan sobre lo que vieron en la exposición. No falta la esposa que le reclama al marido porque no le compró “ese aderezo que tanto le gustó”, ni la muchacha que le dice a la mamá: “Usté si es muy tacaña. ¿No comprarme esa blusa tan barata?”