Su merced-usted; comparendera, proclive
Cuando Sancho Panza se dirigía a su amo, don Quijote de la Mancha, empleaba siempre la fórmula de cortesía “vuesa merced” (vuestra merced); él, en cambio, lo tuteaba: “-No más refranes, Sancho –dijo don Quijote-, pues cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento” (…). “-Paréceme –respondió Sancho- que vuesa merced es como lo que dicen: “Dijo la sartén a la calderilla: Quítate allá, ojinegra”. Estame reprendiendo que no diga refranes, y ensártalos vuesa merced de dos en dos” (II-LXVII). El señor Trino Arango Bernal quiere saber si el muy bogotano giro “su mercé” (su merced) es de la segunda persona, y por qué el pronombre personal ‘usted’ no se enumera con los otros en la conjugación de los verbos (yo, usted, él, nosotros, ustedes, ellos). Elimina el ‘tú’, porque, dice, casi nadie lo usa; y el ‘vosotros’, porque supone que en ninguna región de Colombia se emplea. Es interesante la teoría, pero descabellada. El ‘tú’ viene directamente del latín, por lo cual está en nuestro idioma desde su gestación; y el majestuoso ‘vosotros’, desafortunadamente desterrado por la Iglesia de su Liturgia, es plural legítimo del de segunda persona, y muy apreciado por los habitantes de la península Ibérica. La razón por la cual ‘usted’ y ‘ustedes’ no se incluyen en la lista de los otros pronombres personales en la conjugación de los verbos es muy sencilla: no caben ahí. Y no caben, porque, siendo de segunda persona, su verbo correspondiente se conjuga como si fuera de tercera persona: “usted es; ustedes son”. La justificación de esta aparente incongruencia –y aquí interviene el ‘vuesa merced’ del escudero más famoso de la historia- es el origen de ‘usted’. Este pronombre, en efecto, es el resultado de la contracción de esa fórmula de cortesía, pasando por ‘vuesasted’, ‘vuested’ y ‘vusted’, fenómeno que ocurrió entre los siglos XV y XVI, según los virtuosos del lenguaje. Ahora bien, se usa el verbo en tercera persona con un pronombre de segunda, porque ‘vuestra’ es adjetivo posesivo, y el verbo concuerda con la cosa poseída, como cuando decimos “vuestra casa es…”; y, así, “vuestra merced es…”; “usted es…”. De ñapa, se evita la cacofonía de “usted eres” y “ustedes sois”. **
Como lo expuse no hace mucho, el vocablo ‘comparendo’ aún no está asentado en El Diccionario, pero ya es parte de nuestro léxico, y el diccionario de María Moliner lo acoge. La palabra que sí nadie patrocina es ‘comparendera’, con excepción de nuestro diario, que así se despachó: “Las autoridades recibieron ayer las comparenderas que entregó la Secretaría de Gobierno Municipal” (Pie de foto, General, XII-3-10). El señor Álvaro Marín Ocampo hizo dos preguntas relacionadas con esa frase: “¿Serán unas bellas y aseadas guardianas encargadas del control? ¿Será un neologismo que se refiere a comparendo?” (XII-6-10). Si consideramos su desinencia (-era), podría ser lo segundo, aunque no se pueda llamar neologismo, porque no ha nacido todavía, y, esperamos, nunca verá la luz del día. La desinencia –ero-a, entre otras cosas, significa ‘utensilio’, verbigracia, ‘llavero’, que es “una anilla, una cadenita o una cartera pequeña de piel, en que se guardan las llaves”. Según esta definición, sería más apropiado decir ‘comparendero’, con el que se designaría un objeto que lleva o guarda los ‘comparendos’. Pero, entonces, sería una palabra redundante, porque ya tenemos ‘talonario’, objeto definido así por la Academia: “Bloque de libranzas, recibos, cédulas, billetes u otros documentos (como los ‘comparendos’, añado yo), de los cuales, cuando se cortan, queda una parte encuadernada para comprobar”. Digamos, pues, ‘talonario de comparendos’, y dejémonos de tonterías. A no ser que se trate de las “bellas y aseadas guardianas”, que con picardía menciona el escritor Marín Ocampo. **
Lo único que sé de Heriberto Fiorillo es que escribe para El Tiempo, y que en su último artículo, “La peor educación”, hizo esta afirmación: “…muchísimas instituciones privadas del país exprimen los recursos de padres interesados en una educación de calidad para sus hijos, pero proclives a la extorsión, por miedo a la venganza” (XII-6-10). Esta oración, así redactada (muy mal redactada), convierte a las víctimas en victimarios, porque no son los padres de familia los extorsionadores, sino los dueños de algunos colegios privados, que se aprovechan del miedo que aquéllos le tienen a la retaliación, lo que los convierte en presa fácil de su codicia. ‘Proclive’, todos lo sabemos, es un adjetivo que califica a la persona inclinada a hacer algo, especialmente censurable, por ejemplo, “fulano de tal es proclive al crimen”, vale decir, está inclinado a cometer acciones criminales. Por esto, si decimos que “los padres de familia son proclives a la extorsión”, expresamos que están inclinados a extorsionar a sus semejantes. Y esto no es lo que el columnista quiso decir.