Novel-noveles; entorno-en torno a; el fiscal-la fiscal; anime
¡Quieran Cervantes y Lope de Vega y Quevedo y todos los buenos escritores que en el mundo castellano han sido que no haya quedado así en el libro publicado! En la edición de LA PATRIA del 2 de diciembre de 2010, en la página social, documentan la presentación de la obra “Escritores nóveles 6” en la Biblioteca Municipal. Porque si así se llama el libro, y así está impreso, estos escritores principiantes comenzaron su andar literario con el pie izquierdo. ‘Novel’ (novato, inexperto, bisoño, aprendiz, principiante), muchachos, como ‘lendel, dintel, lebrel, plantel, panel, cordel, bajel, bedel y carriel son palabras agudas que, como terminan en ‘ele’, no llevan tilde, y forman su plural con acento grave (en la penúltima sílaba): novéles (les chanto la tilde solamente para hacer énfasis en su pronunciación), panéles, lebréles… ¿Qué tal, jovencitos, escribir y pronunciar ‘los lébreles, los plánteles, los bájeles y los cárrieles’? Horroroso, ¿cierto? Pues, para que vean, es la misma barrabasada que escribir y pronunciar ‘nóveles y páneles’, gazapo más frecuente de lo digestible, inclusive en escritores curtidos y académicos de mucha trayectoria. ¡Qué cosa! **
La columnista de LA PATRIA, Marta Lucía Gómez G., está prendada de la locución ‘en torno a’, pero no la sabe escribir. De esta manera lo hace ella (3 veces en el mismo artículo): “…y sensibilizar a los ciudadanos del mundo entorno a…”; “…las acciones que se han venido desarrollando entorno a…”; “…o estrategias desarrolladas entorno a…” (XII-3-10). Equivocarse una sola vez puede ser infortunio; dos veces, descuido; tres, ignorancia. Ello es que ‘entorno’ (sustantivo masculino) es “lo que nos rodea”, y son sinónimos suyos ámbito, ambiente, atmósfera. En cambio, ‘en torno a’ es una locución preposicional, que significa ‘alrededor de’, ‘acerca de’ y, en algunos contextos, ‘sobre’. Esta confusión, aunque infrecuente, no es propiedad escriturada de la periodista: otros han sido también sus dueños, no sé si por desventura, descuido o ignorancia. Ellos saben quiénes son y cuál la causa. Además, es de pésimo gusto literario repetir innecesariamente una palabra en la misma página, mientras no sea para la conformación de una figura de estilo. Por esta razón, todo buen escritor debe volver sobre su obra una vez y otra vez y otra y otra y otra hasta quedar convencido de que no hay vocablos repetidos inútilmente, ni gazapos de cualquier clase, ni anacolutos, ni muletillas fastidiosas, ni puntuación caprichosa, ni voces que empuerquen la página y desdigan del buen criterio del autor. Aunque sea sólo por amor propio. **
Así escribieron María Isabel Rueda y Mauricio Vargas, respectivamente: “Por el bien del país, nos conviene apostarle a que (Viviane Morales) será una gran Fiscala” (El Tiempo, XII-5-10). “Las declaraciones de la nueva Fiscal General permiten cierto optimismo sobre el futuro de la Fiscalía y de la justicia penal” (El Tiempo, XII-6-10). ¿Cuál de los dos femeninos es el correcto? ¿La fiscala? ¿La fiscal? De acuerdo con la tradición gramatical y la lógica de ésta, la respuesta es sencilla: Como ‘fiscal’ es ahora un nombre común, su género lo señala el artículo, ‘el fiscal’, ‘la fiscal’, y, me parece, es castizo, enérgico y elegante. Pero hoy en día, con tantas opiniones y tantos escritores que lo forman de acuerdo con su capricho, la Academia de la Lengua se vio obligada a admitir las dos grafías, porque, se excusa, así está documentado. -¿La fiscal? ¿La testigo? ¿La gerente? ¿La juez? -¡Castellano del bueno, sí, señor! **
Don Cecilio Rojas supone que el ‘anime’ es la acción de dar ánimo y el efecto de animar. No, señor, a esto se le dice ‘animación’. Su mensaje a la Línea Directa de LA PATRIA la motivó la tilde que le puso a dicha palabra (ánime) el redactor de Caldenses y que la convirtió en esdrújula siendo grave. Alario di Filippo la tiene en su “Lexicón de colombianismos”, y la define así: “Anime (Costa atlántica). Árbol de la familia de las Anacardiáceas que produce tacamaca amarilla”. Dicen los entendidos que es el mismo ‘curbaril’, al que el diccionario de María Moliner le asigna la siguiente acepción: “(de or. indoamericano: Hymenaea courbaril) m. Árbol leguminoso tropical americano, con flores amarillas en ramillete; su madera es buena para ebanistería y de su tronco y ramas se obtiene mediante incisiones la resina “anime”, utilizada en inciensos y en la elaboración de barnices”. Le dicen también ‘copalillo’ y ‘copinol’. ¿Por qué El Diccionario dice que el ‘curbaril’ es de la familia de las Papilionáceas? ¿Porque éstas son de una subfamilia de las leguminosas? ¡Qué sé yo! En las “Papeletas lexicográficas”, de Emilio Robledo, se encuentra con acento en la última sílaba (animé), y definido así: “Icica (protium) heptaphyllum). Árbol maderable de la familia de las anacardiáceas que produce la tacamaca amarilla”. Y Néstor Villegas Duque (“Apuntaciones sobre el habla antioqueña en Carrasquilla”) asienta: “Anime o curbaril. m. Anacardiácea. América meridional. Resina de la planta anacardiácea de su nombre (Hymemaea curbaril)”. Citando a Malaret, el mismo autor afirma que en Colombia “tener animes” es lo mismo que “tener buena estrella”. Hoy, la necesitamos.