14 de diciembre de 2024

Loretta mira a Colombia

3 de diciembre de 2010
3 de diciembre de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar
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gustavo paezSe llama Loretta van Iterson. Nació en Holanda, y allí reside, pero de dos años se trasladó a Colombia debido a que su padre, ingeniero de puertos, se vino al país a realizar contratos de trabajo relacionados con su profesión, entre ellos, con el puerto de Buenaventura.

Esto determinó que Loretta pasara en Colombia los años de su infancia. Adelantó los estudios primarios y secundarios en el Andino, colegio alemán de Bogotá. Por eso, domina el español a la perfección. Años después volvió a Holanda, donde estudió psicología y se especializó en neuropsicología infantil. En Ámsterdam trabaja en una clínica dedicada a la epilepsia de los niños.

Habla varios idiomas y es una incansable viajera, sobre todo por los países suramericanos. La fiebre viajera la heredó de su padre, quien se desplazaba a diferentes países en función de su actividad de ingeniero de puertos. Conoce muy bien la idiosincrasia latinoamericana, sobre todo la colombiana. A Colombia ha venido muchas veces y es una enamorada de nuestro país.

En la pasada Feria Internacional del Libro presentó en Bogotá un volumen de crónicas viajeras, al que le asignó el bonito nombre de Nidos de oropéndola, bajo el sello de la editorial La Serpiente Emplumada, dirigida por la cuentista Carmen Cecilia Suárez. Maravillosa obra en la cual describe con lenguaje ameno, fluido y preciso el recorrido de varios meses que efectuó en compañía de su amiga Krisztin por los Andes de Colombia y Venezuela.

La mayor parte de este itinerario lo hicieron a pie, provistas de un morral y los enseres más necesarios, por escarpadas montañas, ríos torrentosos y miserables pueblitos o caseríos que surgían a su paso. El reto de los difíciles caminos no era óbice para detener la marcha. Por el contrario, cada vez avanzaban más en su propósito de conocer costumbres exóticas, lugares escondidos, misterios fascinantes. Algún residente en aquellas latitudes anotó  que nunca había visto dos mujeres solas que hubieran cruzado la cordillera.

Loretta exhibe en sus crónicas el penetrante poder de observación que posee para pintar ambientes, paisajes, sitios, usos domésticos o aldeanos. No se limita a presentar las características externas, sino que se va al alma de las personas para dibujar sus estados espirituales, su manera de pensar y su forma de sentir, amar o sufrir.

En todas partes la tratan con deferencia, porque  sabe congeniar con la gente y entender sus necesidades. Se somete a estrecheces y pobrezas, tolera la falta de higiene de algunos hospedajes y comprende la rusticidad de sus moradores. Esta manera de ser, sumada a la magia de la palabra que ejerce en ocasiones con vuelos poéticos, que cautivan al lector, le han permitido plasmar estas crónicas de absoluta belleza.

Un día está en la Ciudad Perdida de los taironas, luego en la Sierra Nevada de Mérida (Venezuela), más adelante regresa a Colombia y se traslada al Valle del Cauca y Quibdó. Se cruza con los indios emberá y otros pobladores  indígenas.

Como además posee humor, agudeza y gracia, sus relatos dejan un grato sabor. De esta manera, el propio lector se siente viajero. Quisiera él ser parte de esta aventura de los caminos. Describiendo lo que surge a su paso, Loretta capta la idiosincrasia del país en sus diversas facetas lugareñas, y le regala a Colombia una fotografía auténtica de nuestros tesoros, miserias y bellezas. Un gran libro de viajes, en suma.

Al final de la travesía, la escritora se encuentra frente al televisor con un cuadro de la violencia colombiana, capítulo que ella conoce muy bien por su carácter de holandesa-colombiana. Las noticias dan cuenta de un sartal de bombas, muertos, secuestros, violaciones, tragedias… Loretta comenta: “El país respira miedo. No hay conversación en la que no se entrometan engaño, violencia, secuestro, pérdida, muerte, asesinato…” Nos duele esta anotación, pero tal es la cruel realidad.

Y acto seguido agrega: “Pero el hecho de venir acá también me permite ser testigo de las habilidades acrobáticas del colombiano para exprimir alegría donde apremia el temor. Con gran admiración veo cómo el colombiano sabe transformar la inseguridad en un mayor compromiso y una mayor solidaridad. Con admiración veo su capacidad de recuperarse. El don para crear un ambiente en el que se puede vivir una vida normal”.