28 de marzo de 2024

Sabio-a, sabiduría; abundoso-a (arcaísmos); con que-conque;

2 de junio de 2010
2 de junio de 2010

No había oído yo de Santiago Díaz Piedrahíta. Supe de él por las opiniones que dio para LA PATRIA el 14 de mayo de este año. Afirmó, con la frescura de la lechuga, que Francisco José de Caldas no merecía el calificativo de ‘sabio’, porque “Sabio quiere decir el que administra bien sus bienes. Caldas murió en la ruina. El término apropiado es el de un gran científico”. Al día siguiente, nuestro periódico destacó esto en la seccioncilla “He dicho”. Sin embargo, se puede afirmar de dicha aserción no sólo que no tiene importancia alguna, sino que es un disparate de tamaño heroico. Nuestra Madre Naturaleza ha dado muchos sabios que han muerto en la miseria o muy pobres, o desentendidos por completo de las posesiones terrenales. Y ha dado también muchos ricos, que desconocen la diferencia que hay entre la hoja de congo todavía en el guadual y la que envuelve un tamal, como el famoso del cuento, quien, ante la observación que alguien le hizo porque escribió ‘acienda’,  le respondió que él tenía muchas ‘haciendas’ sin hache; y que cuántas tenía él con ella. El adjetivo ‘sabio-a’ “se aplica a la persona que posee conocimientos científicos extensos y profundos o que se dedica al estudio o a la investigación con resultados extraordinarios” (Diccionario de María Moliner). Según los conocedores del personaje -a mí no me consta-, esta definición se le puede aplicar con creces al Sabio Caldas. Y Cicerón decía: “A aquel que con más claridad percibe (la verdad) es a quien de ordinario se reputa por el más sabio y prudente” (“Qui maxime perspicit… is prudentissimus et sapientissimus rite haberi solet”). Los romanos le daban este calificativo de ‘sabio’ (‘sapiens’) a quien consideraban merecedor de él por sus conocimientos, sin tener en cuenta denarios ni dineros. Si, por ejemplo, la inmensa fortuna de Bill Gates (indudablemente, un sabio en lo que sabe), por malos manejos se va por la cañería, no por esto se irán tras ella sus profundos conocimientos. Sin olvidar, ¡cómo hacerlo!, que hay también sabios en economía y finanzas… y están en la inopia.**

Hay un refrán que dice así: “La mujer y la gallina por andar se pierden aína” (fácilmente). Este vocablo, aína, es un adverbio (‘por poco, pronto, presto, fácilmente’) que, prácticamente, ya nadie usa. No obstante, no se considera obsoleto (arcaico, anticuado, desusado). Lo mismo se puede decir de ‘abundoso-a’ y de no sé cuántos miles más de palabras, que cualquiera puede usar sin sentimiento de pecado lingüístico. El señor José Helio López Soto, en cibermensaje del 4 de mayo, dice que el profesor le corrigió, por arcaico, el adjetivo ‘abundoso-a’ (‘abundante’). No es tal, sin embargo; otra cosa es que contadísimos escritores lo empleen. El general Rafael Uribe Uribe, después de defender vocablos desusados, o poco usados, dice: “Ciertamente, hay algunos  de forma tan atrasada y bárbara que es imposible defender su permanencia, tales como ‘asina, vide, desculpar, alimanisco, dicir, arremueco, dotor, escurana, adevinar, anque, apercebir, añidir, agüelo, Alifonso, Ingalaterra, medecina, tresquilar…” (Diccionario Abreviado). A pesar de esto, hay entre nosotros quienes usan todavía, con todo derecho, ‘escurana’ y ‘arremueco’ (desusados también para El Diccionario) en vez de ‘oscuridad’ y ‘arrumaco’. Podemos concluir, entonces, que si la palabra es expresiva y construida de tal manera que se pueda considerar un ‘producto bueno’, no hay razón para condenarla al olvido. ‘Abundoso’a’, ‘con mayores veras’, porque se compone de la raíz del verbo ‘abund-ar’ y de la desinencia ‘-oso’, que, en este caso, denota exuberancia o profusión de lo que expresa el elemento básico, verbigracia, ‘frondoso-a’, ‘boscoso-a’. A propósito de arcaísmos, en su libro “Voces Fatigadas”, Álvaro Marín Ocampo, escritor y columnista de LA PATRIA, catalogó y definió muchas de aquellas palabras que, cansadas, se fueron quedando en los cafetales, guaduales y cañaduzales de Caldas, no del Sabio, sino del Viejo; en las trochas de los arrieros; en las posadas y fondas de los caminos; en las cocinas con fogón de leña de nuestras abnegadas abuelas; y en las obras de don Rafael Arango Villegas y Ñito Restrepo y Carrasquilla y Luis Donoso…**

Es muy posible que el gazapo de la siguiente frase lo haya soplado el inquieto, ubicuo y famoso diablillo de las imprentas: “Hizo de su periódico LA PATRIA el medio de expresión conque se comunican los pueblos de Caldas y se orientan sus aspiraciones” (LA PATRIA, Pie de foto, Protagonista, José Restrepo Restrepo, V-12-10). Pero ahí quedó, impreso para siempre. ‘Conque’, unido, es una conjunción ilativa, que “enuncia una consecuencia natural de lo que acaba de decirse”, como en este conocido estribillo de la canción “Grito de cumbia”: “Conque esas tenemos, Juana; / conque esas tenemos, Juana; / hombre, yo muy tranquilo, / y con Rafa tú me engañas”. Que no es lo que pide la oración citada. Lo que ésta exige es la expresión ‘con que’ (dos palabras, preposición y pronombre relativo), que equivale a ‘con la cual’. Elemental.