Del quemado al primíparo
Nada de sonrisas. Las caras de los insolados del 14 de marzo parecen un eterno lunes emiliani. ¡Qué desolación!
Los damnificados, viudos de poder, se recuperan en el pabellón casero de quemados. Su siquiatra de pedal y de pared (=espejo) es su paño de lágrimas.
Los perplejos chamuscados siguen esperando que lleguen imposibles y retrasados voticos. ¡En sus alicaídas sedes siguen votando con las ganas!
¿Qué nos pasó?, preguntan energúmenos a sus asesores a los que responsabilizan de la catástrofe. Endosar culpas es privilegio del jefe.
Se niegan a dar un paso al costado. El anonimato no es su fuerte. Les aterra la perspectiva de volver a ser un N.N. más del directorio telefónico.
Tienen prohibido que en casa bailen el vals de la derrota. No comen. Sólo toman agua para impedir la deshidratación.
Les aterra saber que no practicarán más la lujuria mensual de acercarse a la ventanilla para constatar que son 20 millones de pesos más ricos. O menos pobres.
Apenas salen a la calle. La evitan para ahorrarse encuentros de primer tipo con gozones que les recordarán su condición de mortales.
Los más pragmáticos recuperan la memoria. Poco a poco van reconociendo rostros que ignoraron desde el penthouse de su ego.
En las antípodas del quemado están los reelegidos. Y los primíparos. Los primeros se dan besitos de felicitación por existir. Alegan que la democracia no podía darse el lujo de renunciar a los imprescindibles (de quienes está poblado el cementerio).
Los primíparos merecen punto aparte. No caben en la ropa. (A propósito de ropa, consolidado el triunfo, ordenaron al sastre una docena de vestidos a tono con su nuevo estatus. Serán manzanillos en provincia y estadistas en Bogotá).
Con sonrisa pepsodent de oreja a oreja, los primíparos ordenaron a su gente dilapidar adjetivos para agradecer la victoria. "Gasten adjetivos que eso no lo cobran", es la divisa poselectoral.
Los novatos legisladores han empezado a pensar en grande. Por fin cambiarán el país desde las bancas del Congreso. El sueño está a la vuelta de la esquina.
Para desestresarse, imaginan su nueva vida como solteros cero kilómetros en Bogotá. Han adelantado consultas sobre lo que les espera con colegas ninguneados en las urnas.
Ensayan el vibrato para estremecer las barras. Perfeccionan el perfil y la sonrisa para sus apariciones en televisión. Intentarán heredar el apartamento de los quemados. Allí desobedecerán el sexto mandamiento, a espaldas de sus "dulces enemigas".
En la decoración de esos apartamentos falta ternura de mujer. De pronto monótonas flores artificiales, compradas en el semáforo, alegrarán el decorado.
Ojalá los primíparos no conviertan la curul en botín, sino en escenario para lucirse en favor de quienes llevan del bulto. Amén.