20 de mayo de 2025

Un “Niño” con demasiados compromisos

14 de febrero de 2010
14 de febrero de 2010


Andrés Felipe Castaño/Unimedios
Andrés Felipe Castaño/Unimedios

Coyuntura

J. ORLANDO RANGEL-CH. INSTITUTO DE CIENCIAS NATURALES U. NACIONAL DE COLOMBIA/UnPeriódico

Incendios forestales, escasez de agua y aumento en las tarifas de los servicios públicos son algunos de los “líos” que se le achacan al fenómeno de El Niño. ¿Qué tan ciertos es? ¿No será más bien poca previsión y mucha improvisación?

Desde agosto del 2009, voceros gubernamentales anunciaron la inminente llegada del fenómeno de El Niño, con lo cual la disminución marcada de las lluvias estaba asegurada en el país.

La distribución de las precipitaciones a lo largo del año condiciona los procesos biológicos y la manera en que el hombre hace uso de la oferta ambiental. Así, en la región Andina, donde se asienta el 72% de la población, hay tiempo seco y altas temperaturas de diciembre a marzo, lluvias desde finales de marzo a junio, época seca desde julio hasta mitad de agosto y lluvias fuertes en septiembre, octubre y noviembre.

En las planicies de la Orinoquía, el Caribe y la Amazonía llueve (con distribución diferente) desde abril–mayo hasta noviembre y hay escasez desde diciembre hasta marzo. La situación climática actual es la común: escasez de lluvias y altas temperaturas, fenómeno natural que se relaciona con nuestra posición geográfica y con la circulación global de los vientos.

¿Cuándo se puede hablar de El Niño?

En 1992, época de la famosa hora Gaviria, nos cambiaron los hábitos cotidianos por la sequía que conllevó descensos en la generación eléctrica y molestos apagones.

Si se analiza una base histórica de montos de precipitación en localidades de la Costa Caribe, los años 1991, 1993 y 2001 presentaron valores muy bajos de lluvia con déficit cercano al 50% del monto promedio anual. De tal manera, si en una localidad debían caer 1.200 mm de precipitación, en uno de estos “año–Niño” se recibieron entre 600 y 700 mm menos, con lo cual se presentaron alteraciones en los procesos de apropiación de la oferta ambiental (caudales/embalses). Así, se entenderían entonces los trastornos de finales del 91 y del 92.

Nótese que para esta calificación fue necesario tener los valores y poder comprobar que el efecto se presenta en una extensión considerable, ya que en ocasiones, mientras que en una localidad las lluvias pueden ser inferiores al promedio anual, en otra distanciada 50–80 km y con una variación fisiográfica mínima, es posible que la lluvia sea normal o inclusive mayor que el promedio anual.

Por tanto, no se debe generalizar y no se puede pretender que el efecto se presente con igual intensidad en toda la geografía, observación que aparentemente no tienen en cuenta los portavoces gubernamentales al patrocinar que se culpe, al pobre Niño, de los acontecimientos y de sus decisiones.

El Niño y los incendios forestales

Con Niño o sin Niño, en la cotidianidad de los bogotanos ya está incorporado el espectáculo de los helicópteros recogiendo agua en los estanques y vertiéndola sobre los Cerros Orientales. No se requiere magia para asegurar su presencia en enero, si las autoridades y los organismos ambientales no toman las decisiones convenientes que eviten al máximo estas acciones de pirómanos.

La mayoría de las quemas, tanto en los Cerros Orientales como en la alta montaña de Colombia, incluyendo el páramo, son provocadas. Las causas son varias, la principal es la falta de educación ambiental y ecológica de los moradores y visitantes.

Si ya existen tecnologías apropiadas que permiten tener una base de datos sobre incidencia de los incendios forestales, frecuencia y coberturas vegetales, ¿por qué no se toman las previsiones del caso y por qué sobre la recuperación de áreas afectadas se exageran los costos requeridos? Al menos para el páramo, lo prudente es neutralizar el acceso de ganado, aumentar la vigilancia y dejar que la sucesión natural actúe; no es necesario llenar de árboles una zona que solo los tiene en situaciones ecológicas muy particulares.

Es inadmisible que cada año se asista al mismo drama que increíblemente tiene su complemento en octubre o noviembre, cuando los excesos de lluvia hacen que los ríos inunden las planicies interandinas y del Caribe. En ambos casos simplemente hay imprevisión e improvisación.

El Niño y la economía

Con los anuncios apocalípticos sobre El Niño, en algunos renglones se dispararon los precios. En el campo energético se habló de aumentos en las tarifas domiciliarias y de disminuir la venta de energía a países vecinos. Sin embargo, recientemente las mismas empresas afirmaron que el fenómeno será resistido por los embalses y se puede seguir exportando energía a los países vecinos.

En septiembre del 2009, juzgué atrevida la posición de los voceros gubernamentales que anunciaban El Niño, porque en ningún momento mostraron tablas comparativas de los montos de precipitación y los consolidados anuales de lluvia en series históricas. Sus percepciones aceleradas no tuvieron en cuenta el precepto de que no hay nada más impredecible que el clima.

Luego comenté que ese Niño ya no estaría en octubre cuando llegaran las lluvias, como efectivamente sucedió. Desde el primero de enero se nos bombardea con las alzas que se presentarán debido a El Niño, y todo el mundo está utilizando esta excusa para justificar incrementos. Parece que la única manifestación que no se afectó fue el aumento salarial decretado por el Gobierno: 2% ¿Es esto equitativo cuando según los voceros gubernamentales venimos de un año–Niño y seguimos en otro?

Suministro de agua y El Niño

Hay una larga lista de municipios con problema de agua y premonitoriamente se dice que varias capitales entrarán en racionamiento. Curiosamente, en Manizales se anunció que había agua de sobra porque el programa de conservación y recuperación de cuencas que adelantan las empresas encargadas ha hecho posible esta maravillosa condición. Esta afirmación explica en buena parte la escasez en algunas localidades.

En una cuenca deficitaria (seca a muy seca) con lluvias muy bajas, la disponibilidad de agua debe ser el controlador de cualquier ocupación humana. No se pueden permitir crecimientos exagerados y desordenados en algunos sitios, en donde en condiciones normales no hay disponibilidad hídrica.

En Colombia, a excepción de muy pocas localidades, diciembre, enero y febrero, e inclusive marzo, son épocas muy críticas en lluvias, luego uno podría imaginarse el efecto de una disminución en localidades con los montos normalmente muy reducidos.

Si en la costa Pacífica colombiana (excepto Tumaco y Darién) se dejan de recibir 700 u 800 mm de precipitación al año, es bastante probable que no se presenten fenómenos catastróficos graves, ya que los montos anuales son superiores a 3.000 y 4.000 mm y hay capacidad de almacenamiento de agua en el suelo; por el contrario, si en la Sabana de Bogotá dejan de caer 400 mm de precipitación, la mayoría del clima del territorio se tornaría entre muy seco y árido con afectación profunda a la biota y, por ende, a la apropiación de los recursos y de los servicios ambientales por el hombre.

¿Cómo afrontar la situación?

Aunque Colombia es un país excepcionalmente húmedo, el agua es un capital recuperable. Entidades como la Comisión Reguladora del Agua deben ocuparse de temas relacionados con la economía hídrica en los ambientes naturales y no solamente de las tarifas.

Las dependencias de Minambiente deben apoyarse en los grupos de investigación universitarios para formular proyectos reales, viables y no empresas faraónicas que no aportarán conocimientos necesarios para entender la economía hídrica del país.

La iniciativa del referendo por el agua debe ser aprobada para que la comunidad se apropie de sus metas y vigile el cumplimiento de los compromisos adquiridos. Si ya están identificados puntos críticos para abastecimiento de agua (simple, no potable), ¿por qué no se proponen medidas que mitiguen estas épocas críticas?

Hay que incentivar hábitos de ahorro, captación de aguas lluvias, tratamiento de aguas residuales. Las oficinas de planeación municipal y departamental deben estar atentas cuando se revisen los POT y EOT, con el fin de incluir actividades y acciones que permitan paliar la falta del líquido vital.

No podemos seguir culpando al pobre Niño de todo lo que pasa en Colombia entre diciembre y marzo para luego empalmar con La Niña en la segunda mitad del año y achacarle otras tragedias que proporcionan tantos titulares de prensa.