13 de mayo de 2025

Entre el silencio y la palabra

18 de febrero de 2010
18 de febrero de 2010

En las primeras escaramuzas de Cupido, cuando las partes empiezan a olerse, el diálogo se expresa a través de suspiros, besos, miradas lánguidas. Los enamorados practican la sintaxis de las caricias. Es tiempo de poemas, paseos, discotecas, serenatas, promesas, mentiras piadosas, el casorio, la prole-mática.

En esta instancia del romance, el silencio remplaza la cháchara. Tiene razón Neruda: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". A este "bolero" solo le falta música.

Pero llega el Niágara de años, y la libido empieza a retirarse a sus habitaciones de invierno. Entonces cobra vigencia lo del hablar. (Lo dice un mal conversador. La tertulia no es mi fuerte. No frecuento parches de conspiradores para echar paja y desguazar al prójimo. Soy de la cofradía de los cusumbosolos).

El dilema casarse-hablar suena a ninguneo de la amada, a menosprecio. No hay tal. Envejecer es repetirse. Sólo dos bípedos que se aman soportan la monótona reiteración de metáforas.

En las conversaciones de enamorados con el parsimonioso otoño a las espaldas, a veces solo cambia el perfume femenino. O la dirección del viento.

Perogrullo y este servidor de tintos, acabamos por admitir que el amor del atardecer incluye poderosa carga de amistad. Con el amigo uno se repite hasta el infinito. ¿Qué hacer? Pues hacerse los locos ante las repeticiones. Y prenderle una velita a san Alzheimer para que aplace la visita definitiva del ocaso.

Solo hablamos con fruición con quien queremos o estimamos de verdad. ¿Qué tal dos segundos echando paja con quien es alfil de distinto color? Al que no queremos, lo evitamos. Si nos lo topamos en la calle cambiamos de acera. Seguimos de largo, antes de que nos aplique idéntica receta.

Hablar, ante todo, exige un buen oído, leía en los arcaicos libros de Dale Carnegie, quien privilegiaba escuchar a la contraparte. No volver la charla egoísta monólogo. Los varones domados asumimos que solo lo masculino está capando inmortalidad.

En una buena conversación, los "contendientes" procuran sacar lo mejor de su repertorio. El diálogo es exigente, creativo. Es un privilegio, delicia, una ventura-aventura tener con quién despotricar a toda hora.

Sobre todo, sin tener que posar de inteligentes, sabios, informados, cultos, sobrados del lote. En casita no hay que cañar ni a quien descrestar. Nos conocen la intimidad de la ropita ideológico-literaria.

No siempre está el palo para cucharas dialécticas. La poeta Marujita Vieira, a quien le pregunté sobre el dilema "casarse-hablar" reviró con interrogante: "¿Uno se casa para tener con quien callar"? Si en el principio fue el Verbo, pues que al final sea la palabra. O su antípoda, el silencio.