19 de abril de 2024

Me cambiaron por un perro…

20 de diciembre de 2009
20 de diciembre de 2009

Los fines de semana todos partían a descansar a una finca localizada en la capital frutera de Colombia, Anolaima, Cundinamarca. Todos eran felices y comían siempre perdices.
En su condición de viudo, su discreta pensión de Cajanal, de tres salarios mínimos, sin tener que cancelar servicios públicos ni arriendo alguno, -porque esta familia extendida los sufraga-, le alcanza para todos sus menesteres. Buena vida de “Don Juan”.
Pero dice el vulgo que tanta dicha sola no dura. Los pequeños Valentina y Jerónimo se empecinaron. Sus padres para alegrarles los días, tenían que comprarles un perro a como diera lugar. Después de varias discusiones y sin medir consecuencias, los niños se impusieron en su empeño y adquirieron en un famosa guardería canina, un hermoso ejemplar grisáceo, Terry  Escoses de seis meses de edad – raza reconocida por que adoran a los infantes-, un can un poco menor que un ternero recién nacido.
La vida cambio por completo. Los niños y sus padres están más contentos que de costumbre, pues, de un lado, darles gusto a los hijos es el primer placer de nuestros padres contemporáneos y, del otro, niños con perro en la ciudad, son “terriblemente” felices.
 Ahora el viejo Juan vive una grisácea y terrible soledad. El perro Terry es la prioridad casera, lo llevan a todas partes. En el pequeño carro de la familia se ubican el padre al frente del timón, la señora de copiloto, los dos niños en la segunda banca y el lugar del abuelo está ocupado por Terry. No hay nada que hacer, en cada paseo en Bogotá o viaje a Anolaima, el mastín ocupa preferentemente su lugar y toma todos los dividendos que le pertenecen en su calidad de “perro de la familia”, admirado y querido por propios y extraños. Todo concurre en favor de su felicidad.
Ante tanto gozo, “Don Juan”, ha desaparecido lamentablemente del primer plano. Se debate en una pavorosa soledad. Nadie lo lleva a pasear en carro. Tiene que cuidar la casa los fines de semana. Sus días por más que brille el sol en el altiplano, son oscuros y sus noches fantasmales. Es un desplazado más… sin ayuda de nadie. “Que Dios se apiade de mí”, reclama a cada segundo, insistentemente.
Nadie se acuerda de él. Sus horas son de “perro”.  Vive Terri… blemente angustiado. Recuerda los parajes de Anolaima y llora frecuentemente. No sabe qué hacer… Ha entrado en un desencanto total. No quiere comer. Pasa los días recordando lo bueno de su pasado pero viviendo lo malo de su hora actual. Ha pensado envenenar al mastín. No lo hace por el amor a sus nietos, empero, se resiste a creer la ambivalencia de los seres humanos que se dejan vencer por las veleidades que impone la moda.
Mientras el perro vive sus mejores días a plena dicha incrementada, el abuelo extingue su vida tristemente. Sabe que en estas fiestas que se avecinan no cuenta para nada pues ha sido reemplazado, inevitablemente. Otro ocupa su lugar en el carro y en corazón de la “agraciada” familia.
A lo largo de estos pocos días, simplemente Juan,  suele exclamar a los cuatro vientos, con profundo dolor, desesperación y frustración absolutas: “me cambiaron por un perro”…

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