La Esquina de la pulmonía
CONTRAPLANO
Por Orlando Cadavid Correa
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El periodista manizaleño Jairo García Aguirre, quien no asoma su cara de tiple por estos pagos hace doce años, está en desacuerdo con el historiador guasón que atribuyó la victoria de los patriotas sobre los realistas, en la determinante Batalla de Boyacá, a la perentoria amenaza que les lanzó a sus tropas, antes del combate, el libertador Simón Bolívar: “Soldados, si pierden, los mando a dormir a Tunja”.
Formado a puro pulso en la que aquí hemos llamado la Facultad del Empirismo perteneciente a la Universidad de la Vida, este reportero que lleva 45 años en el oficio cambió por razones sentimentales a la polucionada, bulliciosa y siempre congestionada Bogotá, la gran metrópoli, por la muy colonial, tranquila, silenciosa y abúlica capital boyacense que con poco tráfico automotor y transeúntes que no llevan ninguna prisa, parece detenida en el tiempo.
En su sentir, la mudanza le representó un volver a la semilla –después de trabajar en innumerables medios bogotanos– porque encuentra similitudes entre su ciudad natal y la Tunja de doña Inés de Hinojosa, especialmente en el clima frío que cala los huesos y en el modo en que transcurre el día a día de sus moradores. Para nosotros la diferencia principal estriba en que Manizales no tiene “Esquina de la pulmonía”, céntrico punto de la villa antañona en el que se cruzan unos vientos altamente perjudiciales para la salud.
El Flaco García llegó a la radio en los años 60 tras las huellas de su padre, Julio César García, locutor en Pereira hasta el último día de su vida, y de su tía Marujita García, la fidelísima ama de llaves de la legendaria Radio Manizales. Desde que lo vimos por primera vez intuimos que serviría en el medio para algo más sustancial que dar la hora, anunciar el disco y pasar el servicio social en la Radio Reloj de don Willy Vargas.
Jairo Amado se formó a nuestro lado en una escuela sin pupitres, pizarrón, ni campana en la que estaba prohibido no tener fuentes de información, ni noticias para la siguiente emisión, ni tema para desarrollar en la venidera edición de la mañana, a fin de gambetear el socorrido “reencauche” o refrito.
Esta credencial fue expedida en 1970 y lleva las firmas del entonces gerente de Radio Manizales, Luis Fernando Hoyos, y el director de Crónica, Orlando Cadavid Correa
Era obligatorio visitar a mañana, tarde y noche los llamados “corrales de las chivas” que se concentraban en cafés como el Polo, el Osiris, el Tamanaco y el Caracol Rojo. Cuidarle las espaldas a aquellas fuentes que exigían el anonimato. Una de las principales oficiaba como mesero en exclusivo restaurante del Club Manizales. Había que monitorear los contenidos de las emisiones de los noticieros de la competencia. Chequear con lupa los periódicos de cada día y si se tomaba o hacía eco de alguna noticia ajena, darle al diario el crédito respectivo. Así erradicamos de nuestro entorno la detestable práctica de la “Tijera Press”. La consigna era no soltar la presa noticiosa hasta sacarle todo el zumo, sin dejarle nada a los rivales de la plaza.
De la “cochada” hicieron parte –además de Jairo García Aguirre– Evelio Giraldo Ospina, Darío Agudelo Ospina, Darío Sanín Alvarez, Carlos Ernesto González Alzate, Iván Darío Góez, Orlando Duque Arias, Humberto García Aguilar, Consuelo Salazar Chávez, Carlos Botero González, Diego Valdés Echeverri, Jota Mario Vinasco, Fredy Moncada y Guillermo Gómez, entre otros.
En los viejos tiempos del romanticismo radioperiodístico manizaleño, los reporteros sabíamos a qué hora entrábamos a la redacción, pero desconocíamos la hora de salida, y teníamos derecho a morirnos, pero no a enfermarnos. Ah… y jamás nos vimos en la necesidad de aplicar aquella máxima que soltó una madrugada, en el café El Autómatico, de Bogotá, el poeta Porfirio Barba-Jacob, cuando era jefe de redacción de El Espectador: “El buen periodista, cuando no tiene noticias, las inventa”.
La apostllla: Durante el secuestro del ex canciller Fernando Londoño, el encargado de manejar la crisis era el entonces secretario de gobierno de Caldas, Augusto Villegas, quien solo soltaba prenda al calor de unos guaros, en el Caracol Rojo, a condición de que en la mesa no hubiera grabadoras, ni libretas de apuntes. Una noche éramos de la partida el finado Jorge Enrique Pulido y el flaco Jairo García. Como el bogotano iba con demasiada frecuencia al orinal (a tomar nota, a escondidas, de las cosas que decía Villegas) el funcionario preguntó qué le pasaba a Pulido, y el autor del Contraplano le contestó “Es que tiene alborotada la próstata noticiosa, doctor”.