El dinero y el poder son como el agua del mar
El pueblo aplaudió las ganas que mostraba para capotear problemas, enfrentar las dificultades y el tono regañón, soberbio y grosero, que usaba para referirse a la oposición.
Durante seis años hubo bonanza económica: auge de la economía mundial, buenos precios para nuestros productos de exportación (café, petróleo y carbón), la política de seguridad democrática asestó duros golpes a las FARC, hubo confianza inversionista. Como consecuencia “el encantador de serpientes” fue premiado con altos índices de popularidad.
Pero, “como de eso tan bueno no dan tanto”, llegó la desaceleración de la economía mundial, la crisis de las materias primas, el desempleo en alza y el descontento entre el pueblo y las capas medias.
El uribismo y el “furibismo” empujaron a los colombianos hacia la polarización, radicalización e intolerancia. El pueblo se dividió entre “buenos y malos”, entre los que están con el gobierno y los que piensan diferente.
El Rey es bueno, los malos son sus ministros
El último año correspondió a las vacas flacas; la luna de miel había terminado. La algarabía por la reelección empezó a fatigar al pueblo, porque se desató la crisis en cadena: aumentó el número de desplazados, se disparó el desempleo, se elevaron los índices de pobreza, el proceso de entrega de tierra a las víctimas de los paras, avanzaba a paso de tortuga, se recicló el paramilitarismo, se formaron nuevas bandas emergentes ligadas al narcotráfico y se calentó la agitación social.
El sistema de gobierno, o el uribismo, se caracteriza por la concentración de poder absoluto en el ejecutivo. Significa que las fallas del régimen tocan a los mandos medios y altos, pero nunca al Presidente. Se desprestigian los ministros, encajan los golpes, pero la cabeza, o el mesías, debe permanecer como garantía del orden.
Van pasando Sabas Pretelt, con su enorme desprestigio y líos; salió Juan Manuel Santos, con su arrogancia y bravuconadas; se quemó Uribito, quien impulsó una contrarreforma agraria dirigida a los más ricos, en un país con cuatro millones de desplazados a quienes les arrebataron medio millón de hectáreas; llegó el nuevo ministro Andrés Fernández a quien le explotó el escándalo de Agro Ingreso Seguro (AIS); ahí está y ahí se queda el ministro de Transporte, Andrés Uriel, a pesar de todos los desatinos; continúa campante el ministro del Interior y de Justicia, empujando el moribundo referendo y sirviendo de enlace entre el Congreso y el Presidente; y llegó el nuevo ministro de Defensa, Gabriel Silva, quien hasta ahora está dedicado a hacernos quedar mal.
La idea es que los colombianos piensen que el Presidente es bueno pero no tiene ministros. Que el tiempo corra, pero que el proceso aguante hasta la segunda reelección.
La cadena se rompe por el eslabón más débil
Los resultados de la última encuesta Invamer-Gallup, muestran el deterioro de la imagen del presidente Uribe y una drástica caída de apoyo a su gestión, la más baja en los siete años de gobierno. El descenso fue de 21 puntos que reflejan, como en el retrato de Dorian Gray, las huellas dejadas por los escándalos: parapolítica, yidispolítica, “chuzadas” del Das, ejecuciones extrajudiciales, desempleo, inseguridad urbana, enfrentamiento con la Corte Suprema de Justicia y la corrupción en los subsidios de Agro Ingreso Seguro.
Por estos escandalosos hechos el 61 por ciento de los colombianos cree que el país está mal y sólo el 50 por ciento apoyaría una segunda reelección. Y “tanto va el cántaro a la fuente, hasta que se rompe”. El alboroto y ruido de los numerosos problemas, terminaron por producir una fea cicatriz en la imagen del presidente.
Desde hace siete años padecemos un rosario de escándalos. El último galimatías es el de AIS, pero en todos los sectores del gobierno aparecen los bochinches. Cada semana surge uno nuevo que le echa tierra al anterior y lo condena al olvido; pero hay algunos que siguen produciendo daño interno y externo, como el acuerdo de las bases entre Colombia y Estados Unidos.
Nos preguntamos ¿qué ganamos con este tratado que nos aísla en América del Sur? Y nos responden: “Es para acabar con la guerrilla y con el narcotráfico”. Pero sabemos que los Estados Unidos perdieron el conflicto en Vietnam, que fue una guerra de guerrillas, porque no se mata una avispa “chepa” con un fusil.
El último escándalo de AIS “abrió los ojos” a los colombianos. No podemos olvidar que el sector rural es muy sensible y que los períodos de violencia en nuestro país se han iniciado en el campo. Sobre este tema muchos “uribistas arrepentidos” plantean que la contrarreforma agraria, que entrega el sector rural a los poderosos terratenientes, crea el clima apropiado para que se desarrolle la guerrilla.
Los áulicos de Uribe tratan de “purificar” el ambiente de corrupción, niegan que exista “vacío de poder” y procuran embellecer el icono. Se habla de mesianismo presidencial. Algunos aduladores califican al Presidente de líder carismático, de inteligencia superior. O sea que es el más inteligente de los colombianos. Es un caudillo que lidera al pueblo, que vive una tremenda tragedia.
Con los últimos escandalosos hechos, promovidos desde el gobierno, el pueblo empieza a entender que el poder corrompe, y se evidencian los peligros de perpetuar a un mandatario, porque “el dinero y el poder son como el agua del mar, mientras más se bebe más sed da”.